Seducida por el Diablo

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Capítulo 2 2

POV Dante:

El dolor era lo único real. Todo lo demás, los sonidos, las luces, el tiempo, se deshacían en fragmentos que no tenían orden ni sentido alguno. Sabía que me estaba muriendo. Lo sabía con la misma certeza con la que sabía mi nombre, mi edad, y cuántos hombres había matado en mi vida.

El metal retorcido me aprisionaba las piernas y algo caliente me bajaba por la cara y por el cuello, empapándome la camisa. La lluvia caía con tanta fuerza que casi no podía respirar.

Los frenos no habían respondido. Después el volante tampoco. Había intentado controlar el derrape, pero el auto giraba y giraba, y luego vino el impacto. El árbol apareció de la nada, o quizá yo me acerqué a él a ciento veinte kilómetros por hora. Daba igual.

Había sido un sabotaje, eso lo supe antes de perder el control. Alguien dentro de mi organización. Alguien lo suficientemente cercano para tocar mi auto y para manipular los sistemas sin que mis hombres lo notaran.

Pensé en mi padre. En cómo lo habían matado hacía doce años, también una traición desde adentro. Me pregunté si él había tenido tiempo de pensar algo antes de morir o si simplemente... se había apagado. Intenté respirar, pero el aire no me llegaba bien a los pulmones. Había algo roto dentro de mi pecho, algo que hacía cada inhalación insoportable.

Y entonces apareció ella.

No sé de dónde salió. No escuché su auto, no vi sus luces. Solo de repente había un rostro sobre el mío, empapado por la lluvia, con el cabello pegándosele a las mejillas. Unos ojos que me miraban con... ¿qué era eso? ¿Miedo? ¿Sorpresa? ¿Angustia?

Me estaba hablando. No entendía las palabras, pero su voz era firme, nada histérica. Sentí sus manos en mi cuello, buscando el pulso. Luego tratando de sacarme del auto. Cada movimiento era una agonía, pero ella no se detenía, ni se disculpaba realmente, aunque estaba murmurando cosas que sonaban a disculpas.

¿Por qué me estaba ayudando?

No tenía sentido. La gente normal huía de accidentes como ese. Llamaban a emergencias y esperaban a una distancia segura. Nadie se acercaba, nadie tocaba, nadie se manchaba las manos de sangre por un desconocido.

Pero ella lo hizo.

Traté de hablar, de preguntarle algo, pero mi boca no funcionaba bien. Las palabras se desintegraban antes de formarse. Solo podía mirarla mientras ella me arrastraba por el lodo, me metía en su auto, me hablaba sin parar sobre... ¿arquitectura? ¿Columnas estructurales?

Estaba medio muerto y ella me hablaba de trabajo.

Casi me hizo sonreír. Casi.

La siguiente cosa que supe con claridad fue que estaba en su sala. Sentí el sofá donde me dejó y sus manos presionando algo contra mi costado. El dolor era diferente ahí, mucho más fuerte y más localizado. Había mucha sangre, lo sabía por su cara y por el pánico en sus ojos mientras revisaba mi herida.

Abrí los ojos por completo en algún momento. No supe cuánto tiempo había pasado. Ella seguía hablando, diciendo tonterías sobre una boda, sobre una amiga. Tenía las manos cubiertas de mi sangre y no dejaba de presionar.

La miré. Realmente la miré.

No fue miedo lo que vi en su rostro, sino algo más parecido a la rabia. Como si mi muerte fuera una ofensa personal contra ella, contra su orden, contra su voluntad.

Me gustó eso.

Quise decirle algo, pero mi boca solo produjo un sonido horrible. Ella me puso la mano en el hombro, firme, y me dijo que me callara. Que la ambulancia venía. Que iba a estar bien.

Esa chica hablaba como si pudiera ordenarle a la muerte que se mantuviera alejada.

Después todo se volvió oscuro otra vez.

Desperté en la clínica privada de la familia. Reconocí el techo blanco, las luces bajas y el olor particular de los cubículos. Alguien, Luca seguramente, me había llevado allí en lugar de dejarme en manos del sistema médico público donde harían preguntas, reportarían el accidente y se involucraría la policía.

Moví la cabeza. Error...

El dolor explotó y tuve que cerrar los ojos otra vez, esperando a que pasara. Cuando finalmente me atreví a abrirlos de nuevo, Luca estaba sentado en una silla junto a la cama con su teléfono en la mano, esperando.

—Qué bueno que decidiste volver —dijo sin levantar la vista de la pantalla.

—¿Cuánto... tiempo?

—Dos días —me respondió—, perdiste mucha sangre. Los médicos dicen que tuviste suerte. Bueno, más o menos. Tienes tres costillas rotas, una conmoción cerebral, la herida en el costado que casi te mata. Ah, y tu Mercedes quedó hecho mierda.

—Me preocupa más quién lo hizo que el auto.

Luca finalmente me miró. Tenía ojeras, lo cual significaba que no había dormido mucho. Eso era bueno, significaba que había estado trabajando.

—Borré todo —dijo—. El accidente, el auto y los registros médicos de donde fuiste primero. La mujer que te ayudó llamó a emergencias y ellos te llevaron a un hospital público. Te saqué de ahí cuatro horas después, en cuanto me avisaron dónde estabas. Nadie fuera de esta organización sabe que sobreviviste o dónde estás ahora.

—Bien.

Eso era justamente lo que necesitaba.

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