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El cuarto era más grande. Demasiado grande, tal vez. Demasiado pulido. Paredes blancas, adornos dorados. Sábanas de seda que me daban comezón. Una lámpara de araña que nunca miraría lo suficiente como para admirarla. Lo llamaban misericordia. Un privilegio. Una señal de paz.

Yo lo llamaba una tramp...

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