CAPITULO 4

Capítulo 4

La voz de mamá llegaba a mis oídos como un eco lejano. Movía los labios, explicaba cosas que quizás en otro momento me habrían importado… pero no. Mi mente estaba ida, suspendida en una especie de niebla espesa donde solo habitaba el dolor.

—¡Alicia! —insistió—. Es por tu hermana... ella merece ser feliz el poco tiempo que le queda.

Eso fue lo único que escuché con claridad, y aun así no me hizo sentir mejor. Solo asentí con la cabeza, más por inercia que por convicción, y le pedí que me dejara sola.

Apenas cerró la puerta, las lágrimas me envolvieron de nuevo. Me dejé caer en la cama, exhausta. Lloré hasta quedarme dormida, con el corazón hecho trizas y una sensación de vacío que no se iba.

Desperté de noche. La habitación estaba en penumbra y había una bandeja de comida sobre la mesita, pero el nudo en la garganta era más fuerte que cualquier hambre. Solo bebí un poco de agua y, sin pensarlo demasiado, empecé a empacar.

Me fui al amanecer. Sin notas, sin despedidas, sin darle explicaciones a nadie. Ni a mamá, ni a papá, ni a Vincenzo. Simplemente me fui.

Al llegar a casa, me invadió una rabia contenida. Abrí el cajón donde guardaba todo lo de él: cartas, fotos, pequeños detalles, peluches… Cada objeto era una herida abierta. Empecé a romper todo sin pensarlo, con las manos temblorosas. Le pedí a Esperanza, mi nana de toda la vida, que lo quemara todo. No quería nada suyo cerca. Me había destrozado y necesitaba deshacerme de cada pedazo de lo que habíamos sido.

Mis padres regresaron al día siguiente, con rostros angustiados. Clara estaba siendo trasladada a casa. Antes de que cruzaran la puerta, me adelanté:

—Por favor… no me pidan quedarme bajo el mismo techo que ella. No ahora.

No dijeron nada. Me entendieron. Me fui a vivir con Lucía, mi amiga, mi hermana elegida. En cuestión de horas, mi vida había dado un giro que no supe ni cómo explicar.

Lucía no me soltó ni un segundo. Me cuidó, me escuchó, me abrazó en silencio cuando ya no me salían las palabras. Esa tarde había salido a comprarme algo caliente para cenar. Cuando la puerta sonó, creí que era ella. Caminé con desgano, arrastrando los pies hasta el hall de entrada.

Era Vincenzo.

—Tenemos que hablar —dijo, con los ojos enrojecidos—. Por favor, escúchame, mi amor.

—No quiero —respondí, con la voz rota—. Me destruiste. Nos destruiste.

—Te lo suplico… tú eres el amor de mi vida. Lo que hice fue un error terrible, pero nuestro amor puede con eso. Podemos salir adelante.

Se acercó sin darme tiempo, me tomó por la cintura y me besó. Un beso desesperado, lleno de culpa y deseo. Por un instante, me dejé llevar. Lo sentí. Lo extrañaba. Pero también me dolía. Lo aparté de golpe y le di una cachetada.

—¡No más! —grité entre sollozos—. No me lastimes más.

Lloraba con el alma hecha pedazos, y él también. Me abrazó con fuerza.

—Eres mi vida, Alicia. No puedo vivir sin ti.

—Entonces… cásate con ella —le dije con voz temblorosa.

Se alejó, sorprendido, buscándome la mirada.

—¿Tú también piensas que debo hacerlo? No amo a Clara. Te amo a ti.

—Clara está enferma, y te ama. Y tú… tú fuiste capaz de acostarte con mi hermana. No puedo perdonarlo. Tal vez una infidelidad, no lo sé… pero con ella, jamás.

Vincenzo me sujetó de los brazos con fuerza, desesperado. Intentó besarme otra vez. Me aferré a empujarlo, pero no era suficiente.

—¡Déjala! —gritó una voz desde la puerta. Luca irrumpió con un ramo de flores que se estrelló contra el suelo.

—¿Qué haces aquí, imbécil? —levanto la voz Vincenzo.

—Estoy aquí porque no pienso quedarme quieto mientras maltratas a una mujer.

Y sin más, comenzaron a golpearse. Todo pasó tan rápido que apenas podía moverme. Lucía llegó alarmada y llamó al portero. Vincenzo, furioso, se marchó dando un portazo.

Me arrodillé junto a Luca, que se quejaba por los golpes. Le pedí a Lucía hielo, y mientras le curaba el rostro, el se quejaba.

—Gracias por defenderme… pero, ¿qué hacías aquí?

—Yo lo llamé —respondió Lucía desde el pasillo—. Es mi amigo y está preocupado por ti.

—Escuché lo que le dijiste… —añadió Luca en voz baja mientras tomaba mi mano—. ¿Estás segura de lo que le pediste?

—Sí. Clara merece disfrutar lo que le queda, pero Vincenzo no quiere aceptar.

—Lo hará —dije, con la voz seca —. Papá está furioso con él… y decidió dejarme el control de las empresas. Si Vincenzo quiere recuperar su vida perfecta, supongo que deberá casarse con ella.

Sentí un vacío helado extenderse en mi pecho. La sola idea de que él ya no tuviera lugar en lo que siempre fue suyo me dolía.

—Voy a hablar con Luciano —respondí en un intento de mantener la calma—. Lo que haya pasado entre nosotros no tiene por qué arruinar todo lo que Vincenzo hizo.

—Papá solo intenta evitar el escándalo… pero ya es tarde. Ya explotó en redes.

Fruncí el ceño, confundida. Miré a Lucía y le pedí el periódico. Dudó un segundo, luego bajó la mirada y lo negó con un gesto. Lo había escondido. Eso ya me daba la respuesta.

Pero igual lo busqué. Lo encontré arrugado en la cocina. En la portada, en letras grandes:

"Fracasa la boda del año: Alicia Linares y Vincenzo Mondragón rompen su compromiso por una infidelidad. Clara Linares, la tercera en discordia."

Tragué saliva con dificultad. Las letras me golpeaban más fuerte que cualquier grito. Imaginé la cara de mis padres, la humillación de mi hermana, la furia de Luciano.

Cerré el periódico con las manos temblorosas.

—¿Estás feliz ahora? —levante la voz con los ojos fijos en Luca—. Supongo que te encanta esto. El nuevo CEO... el bastardo ocupando el lugar del hijo legítimo.

Las palabras me salieron como cuchillos, No pensé, solo hablé.

Y me arrepentí al instante.

Él no dijo nada. Se inclinó, recogió su saco del suelo y me dedicó una sonrisa tan triste que dolía.

—Pronto hablaremos —fue todo lo que dijo. Después, se acercó y me dio un beso en la frente. Suave y cálido.

Y se fue.

Quise detenerlo. Gritarle que no quise decirlo. Que no era justo lo que estaba haciendo. Pero mi orgullo… ese maldito orgullo me cerró la boca.

Apenas amanecía cuando mi celular comenzó a vibrar sin parar. Llamadas. Mensajes. Notificaciones de papá, una tras otra. Algo no estaba bien.

—¿Papá? ¿Qué pasa?

—Necesito que vengas ya.

No pregunté más. Agarré lo primero que encontré y tomé un taxi a casa. La nana me abrió con una mirada nerviosa y me mandó directo al estudio.

Papá estaba ahí, caminando de un lado a otro como un león enjaulado.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué me llamaste así?

Se detuvo en seco. Su mirada me atravesó.

—Es por los Mondragón. ¿Hablaste con él?

—Sí… pero no quiere casarse con Clara. Lo intenté. No puedo hacer más.

Papá golpeó la mesa con fuerza, haciendo temblar los papeles.

—¡No me refiero a Vincenzo! —rugió—. Me refiero al bastardo. ¡A Luca!

Me quedé en silencio. El corazón me dio un vuelco.

—No… ¿Por qué tendría que hablar con él?

—Porque ahora él es el nuevo encargado de las empresas Mondragón. Y si queremos mantener la sociedad,

él exige una sola condición…

—¿Cuál?

Papá apretó los labios. Tardó un segundo en soltarlo.

—Quiere que te cases con él.

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