



Bajo su techo
Tomé mi maleta pequeña y salí de casa después de la pelea con papá. Sus palabras aún resonaban en mi cabeza: «Mientras vivas bajo mi techo, seguirás mis reglas». Pues bien, ya no estaría bajo su techo entonces.
El taxi me dejó frente al edificio de apartamentos de León. Miré hacia arriba, hacia los ventanales del apartamento donde sabía que vivía. Mi corazón latía con fuerza mientras tocaba el timbre. No había planeado la pelea con papá, pero sí que había planeado a dónde iría después.
El portero me dejó pasar cuando mencioné que era la hija de Fernando Ferrer, socio de León. Subí en el ascensor con los nervios de punta. Iba a estar en su territorio, bajo su techo. La idea me excitaba tanto que tuve que respirar profundamente antes de tocar su puerta.
Cuando León abrió, casi me derrito. Llevaba unos pantalones de algodón negros y una camiseta gris que se ajustaba a su torso. Estaba descalzo y con el pelo ligeramente despeinado. Era la primera vez que lo veía sin su máscara de abogado perfecto.
—¿Isabela? —me preguntó, claramente sorprendido—. ¿Qué haces aquí?
—Necesito un lugar donde quedarme —respondí, tratando de parecer afligida—. Tuve una pelea horrible con papá. No puedo volver a casa ahora mismo.
León frunció el ceño y miró hacia el pasillo, como esperando ver a alguien más.
—¿Tus padres saben que estás aquí?
—No —confesé—. Pero les he dejado una nota diciendo que estoy bien. Solo necesito un par de días, hasta que se me pase el enfado.
León se pasó una mano por el pelo, gesto que nunca le había visto hacer en las reuniones formales. Verlo así, vulnerable y en su espacio privado, hizo que me emocionara aún más.
—Esto no es buena idea, Isabela —dijo con voz grave—. Debería llamar a tu padre.
—Por favor, no —supliqué, abriendo mis ojos al máximo—. Solo será por un par de días. Eres el único en quien confío. Papá te respeta, sabrá que estoy segura contigo.
Vi la lucha interna en sus ojos. El sentido del deber hacia mi padre contra... algo más. Algo que brillaba en su mirada cuando me observaba.
—Está bien —cedió finalmente, haciéndose a un lado para dejarme entrar—. Pero con condiciones.
Entré en su apartamento, arrastrando mi maleta. Era exactamente como lo había imaginado: elegante, minimalista, masculino. Olía a él, a su perfume caro y a su propio olor característico, lo que hizo que mis pezones se endurecieran bajo mi blusa.
Estaba jugando con fuego, y moría de ganas de quemarme.
—Lo que digas —respondí, fingiendo docilidad mientras recorría el lugar con la mirada, memorizando cada detalle.
—Primera regla: respetarás mi espacio y mi privacidad —comenzó, cerrando la puerta—. Segunda: nada de provocaciones, Isabela. Lo que pasó en tu fiesta no puede repetirse.
Así que él también había estado pensando en ello. Mi coñito se contrajo de satisfacción.
—Tercera: mañana hablarás con tus padres. Les dirás dónde estás y que estás bien. Y cuarta: dormirás en la habitación de invitados.
—Por supuesto —respondí con falsa inocencia—. No quiero causarte problemas.
León me miró con suspicacia, como si pudiera ver a través de mí. Por un momento temí que me enviara de vuelta a casa, pero luego suspiró y tomó mi maleta.
—Te mostraré tu habitación.
Lo seguí por el pasillo, observando cómo los músculos de su espalda se marcaban bajo la camiseta mientras cargaba mi equipaje. Imaginé clavar mis uñas en esa espalda mientras me follaba.
La habitación de invitados era amplia y sobria. Tenía una cama grande, un armario y un escritorio.
—El baño está ahí al lado —me dijo León, dejando mi maleta junto a la cama—. Y mi habitación está al final del pasillo. Si necesitas algo, llama antes de entrar.
—Gracias —dije, acercándome a él más de lo necesario—. De verdad aprecio esto.
Estábamos tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Vi cómo su mirada bajaba por un instante a mis labios antes de dar un paso atrás.
—Debo terminar algunos documentos. La cocina está a tu disposición. ¿Ya cenaste?
—No —respondí—. Salí justo después de la pelea.
—Hay comida en la nevera. Sírvete lo que quieras.
Se dio la vuelta para irse, pero antes de llegar a la puerta, me quité la chaqueta y la dejé caer sobre la cama. El movimiento hizo que mi blusa se tensara sobre mis pechos. León me miró y por un segundo vi ese deseo crudo que había notado en la biblioteca.
—Buenas noches, León —dije suavemente—. Y gracias otra vez.
—Buenas noches, Isabela —respondió con voz ronca antes de salir y cerrar la puerta.
Me quedé sola en la habitación, sonriendo. Estaba en su casa, había superado la primera barrera, y sabía que muy pronto lograría derribar las demás.
Después de deshacer mi maleta, exploré el apartamento mientras León trabajaba en su estudio. La cocina era moderna y estaba impecable. Abrí la nevera: había vino, queso, frutas y carne. Comida de un hombre soltero que sabe vivir bien.
Preparé un sándwich y me senté en la isla de la cocina. Desde allí podía ver parte del estudio donde León trabajaba. Lo observé mientras comía. Cómo fruncía el ceño al concentrarse. Cómo se pasaba la mano por el pelo cuando algo le preocupaba. Cómo bebía pequeños sorbos de whisky entre documento y documento.
Estaba memorizando sus hábitos, sus movimientos. Quería saberlo todo sobre él. Qué café tomaba por la mañana. Qué música escuchaba cuando estaba solo. Cuándo se duchaba.
León levantó la vista y me sorprendió mirándolo. No aparté la mirada. Por un momento, la tensión entre nosotros fue tan densa que casi podía tocarla. Luego, él volvió a sus documentos.
Terminé mi cena y lavé los platos. Al pasar frente al estudio, me detuve en la puerta.
—Me voy a dormir —anuncié—. Gracias otra vez por dejar que me quede.
—De nada —respondió sin levantar la vista—. Descansa.
—Tú también deberías descansar —dije, apoyándome en el marco de la puerta—. No es bueno trabajar hasta tan tarde.
León levantó la mirada, sus ojos verdes brillantes en la luz tenue del estudio.
—¿Ahora eres tú quien me da consejos? —preguntó con una ligera sonrisa.
—Solo me preocupo por ti —respondí, y antes de que pudiera responder, añadí—: Buenas noches.
Me fui a mi habitación, pero no me dormí. Me quedé escuchando. Oí cuando terminó de trabajar, cuando se sirvió otro whisky y también cuando se dirigió al baño. Escuché el sonido de la ducha y me imaginé su cuerpo desnudo bajo el agua. Mi mano se deslizó hasta mi coñito húmedo mientras fantaseaba con entrar en esa ducha con él.
Esta era solo la primera noche. Y ya estaba en su territorio, bajo su techo, respirando su aire. Pronto estaría en su cama, bajo su cuerpo, gritando su nombre.
Me dormí con la mano entre las piernas y su nombre en mis labios, soñando con lo que vendría.