Capítulo 7: Presión en papel, elegancia entre flores.

Dorian regresó a la oficina poco después de las nueve. No por nostalgia. No por compromiso. Solo porque necesitaba recoger todos los papeles que, según Clara, debía revisar antes del lunes.

Entró al edificio con paso firme, esquivando los saludos que no logró evitar.

—¡Buenos días, jefe! —dijo Mariela, con entusiasmo.

—¡Bienvenido de vuelta! —añadió otro empleado, levantando una mano amistosa.

Dorian respondió con una sonrisa moderada, una inclinación de cabeza… y nada más.

La máscara estaba bien colocada. No tenía interés en charlas, bromas ni integraciones sociales. En su mente, eso era material de pasillos secundarios, ruido que no entraba en su agenda.

“Esto es una oficina, no un club de fans,” pensó. “Estoy aquí para trabajar, no para regalar simpatía por metro cuadrado.”

Cuando por fin llegó a su nueva oficina —ese espacio ahora invadido por carpetas, portafolios y torres de documentos apilados sin piedad— suspiró con fastidio.

Montañas. En plural.

“¿Por qué Clara tiene tantas cosas en papel?” Se hizo la pregunta por décima vez, mientras avanzaba con pasos cortos entre las columnas de trámites y contratos.

Claro, recordaba que también había versiones digitales. Pero según su hermana, “el papel sigue siendo la columna vertebral de los eventos bien ejecutados.”

Él lo veía más como una emboscada. ¿Y si Clara le había dejado todo esto como una especie de penitencia? ¿Una forma de medir su paciencia?

“Si esto es su método para probarme… está ganando.”

No tenía ganas de cargar solo con todo eso. Así que salió de la oficina y caminó hacia el mostrador, donde Kimberly, la secretaria, estaba organizando unos sobres.

—Kimberly —dijo, con una sonrisa más seductora que funcional—. ¿Podrías hacerme un favor?

Ella alzó la vista. Bastó una mirada para encenderle la sonrisa.

—Por supuesto, señor Welling. ¿Qué necesita?

—Ayudarme a llevar estos documentos al auto. Nada complejo, solo unas cuantas carpetas rebeldes. No quiero que se me arruguen.

Kimberly soltó una risa suave, encantada de recibir atención directa.

—Claro, enseguida.

Pero antes de que pudiera ponerse en marcha, la voz de Erick se interpuso, cordial pero seria:

—Buenos días, Dorian —dijo con sobriedad, haciéndole una ligera reverencia con la cabeza—. Hola, Kimberly.

—¡Hola, Erick! —respondió ella, con una sonrisa distinta, más dulce y espontánea.

Kimberly se despidió de ambos y volvió a sus tareas, dejando a Dorian y Erick solos en medio del pasillo.

—Si quieres, te ayudo con los papeles —ofreció Erick Vázquez, directo, sin esperar reacción.

Dorian alzó una ceja, sorprendido de que alguien se ofreciera sin necesidad de encantos ni estrategias.

—¿Tú… quieres ayudarme?

—Claro. Así es más rápido. No hay problema.

Dorian asintió. No le iba a hacer el feo a la ayuda física, aunque mentalmente seguía convencido de que todo esto podía y debía manejarlo solo.

Mientras caminaban hacia el estacionamiento, Erick cargaba la mayoría de los archivos y carpetas, sin quejarse ni pedir detalles. Dorian observaba de reojo su postura discreta y eficiente.

En un rincón de su cabeza, surgió un pensamiento rápido:

“Si en algún momento realmente necesitara apoyo… tal vez este tipo sería mejor opción que Sabrina.”

Pero lo descartó de inmediato.

“No voy a necesitar ayuda.”

Al llegar al auto, ambos comenzaron a colocar los archivos en el asiento trasero y en el maletero. Dorian estaba por cerrar la puerta cuando Erick se volvió hacia él con una sonrisa formal.

—No tuvimos oportunidad de presentarnos bien antes. Soy Erick Vázquez. Trabajo en coordinación de proveedores y eventos. Me alegra poder colaborar contigo.

Le extendió la mano con firmeza y respeto.

—Estoy seguro de que será una buena etapa para todos —añadió con entusiasmo tranquilo.

Dorian estrechó la mano sin mostrar demasiado. Pero tampoco lo rechazó.

—Gracias por tu ayuda.

—A la orden —respondió Erick, retrocediendo con naturalidad.

Dorian se subió al auto, encendió el motor… y sin decir una palabra más, se alejó del estacionamiento.

El asiento crujió bajo su peso como si también estuviera molesto por el fin de semana robado.

Miró por el retrovisor con expresión sombría.

“Genial. Documentos, contratos, cronogramas… y todo para revisar en sábado. ¿Eso se considera castigo corporativo?”

Suspiró y se acomodó el cinturón mientras el motor rugía suavemente.

“Apuesto a que Sabrina sigue en ese restaurante, disfrutando su jugo, croissant, y su sábado soleado. Mientras yo estoy aquí… atrapado con papel reciclado y expectativas ajenas.”

Apretó el volante.

Lo que no sabía era que, mientras pensaba eso, Sabrina no había tenido tiempo ni de sentarse.

En el salón de fiestas, Sabrina caminaba a paso firme entre decoradores, cables cruzados, y arreglos florales parcialmente destruidos.

—¿Quién dejó el arco floral sin asegurar? —preguntó con tono sereno.

—¡Fue el ayudante del florista! —respondió una voz desde el fondo—. Pero no aparece desde hace una hora.

—Bueno —respondió ella, ajustándose la coleta mientras señalaba el espacio con una mano—. Vamos a mover esto unos centímetros, colocar refuerzos… y me aseguro de conseguir otra persona para terminar el arreglo. Rápido, que esto debe estar listo antes de las cinco.

Los decoradores se movían como piezas de ajedrez, mientras Sabrina daba instrucciones con calma. Desde fuera, era la personificación de la elegancia profesional bajo presión.

Por dentro, otra historia:

“Claro, perfecto. Primero café en la blusa. Después desayuno interrumpido. Y ahora, reconstrucción de decoración estilo misión imposible."

Sonrió al florista sustituto que acababa de llegar y le mostró la zona de montaje.

—Aquí necesitas equilibrio, precisión… y por favor, evita que el arco termine decapitando a la novia al entrar.

El chico asintió con los ojos muy abiertos.

Sabrina giró hacia otra esquina del salón y vio a dos encargados discutiendo por las luces. Se acercó lentamente, con esa serenidad que los demás traducían como control absoluto.

—Chicos… lo importante aquí no es quién tenía la razón sobre el tipo de enchufe —dijo con tono sereno—. Lo importante es que ambos están aquí y que ninguno ha electrocutado a nadie. Eso ya es un logro.

Los dos se miraron, apenados, y comenzaron a reconectar cables como si fueran expertos de la NASA.

Sabrina se alejó unos pasos, se apoyó discretamente contra una columna, sacó su celular y escribió en su app de notas:

“Cosas por hacer después del evento: conseguir algo legal que calme los nervios en días con decoradores temperamentales. Ideal si viene en presentación discreta y no huele a oficina.”

Suspiró, se recompuso, y volvió a la zona principal con la sonrisa intacta.

Desde afuera, impecable.

Desde adentro, un grito interior con esmalte elegante.

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