



Capítulo 5: Promoción y castigo.
Sabrina, distraída, intentó empujar la puerta justo cuando alguien salía. El impacto leve la hizo retroceder de golpe…
…y caer directamente contra el pecho de Dorian, que la sujetó por los brazos antes de que tropezara del todo.
Fue un momento breve. Un reflejo, casi impersonal.
Pero, aun así, sus miradas se cruzaron.
Solo un instante.
No hubo sonrisa. No hubo palabras dulces.
Solo un segundo de silencio que ninguno nombraría después.
Ella se enderezó. Él soltó sus brazos.
—Gracias —murmuró ella, sin mirarlo.
—Claro —respondió él, con la misma neutralidad.
Y entraron.
Como si nada.
Pero algo, mínimo, había vibrado en ese roce. Algo que ninguno entendió. Todavía.
A Sabrina le quedo una sensación incomoda en su interior, pero decidió ignóralo, su dulce, y no por mucho tiempo, jefa, Clara había sido muy amable en invitarla a desayunar, y aunque no le gustará, tendría que soportar la presencia de Dorian ¿Quién sabe? Tal vez le sirve de entrenamiento mental para lo que le espera.
…
Ya acomodados en una mesa junto a la ventana, el aire tibio del local contrastaba con el silencio incómodo que se había instalado entre ellos. Clara revisaba el menú con aparente tranquilidad, mientras Dorian jugueteaba con el tenedor envuelto en servilleta y Sabrina intentaba parecer relajada, aunque su pierna derecha no dejaba de moverse bajo la mesa.
No lo decía en voz alta, pero estaba nerviosa. Tenía esa sensación punzante de que algo estaba por ocurrir.
Dorian carraspeó, impaciente.
—Si hay algo importante, mejor dilo ya —le dijo a su hermana—. Tengo varias cosas que atender en la oficina. Y en este nuevo puesto, el tiempo libre ya no existe.
Clara levantó la mano sin levantar la vista del menú.
—Shhh… Primero el estómago, luego el drama.
En cuanto se acercó el mesero, ella sonrió con calma.
—Un desayuno continental, por favor. Con jugo de naranja y croissants. Gracias.
El camarero se marchó y Clara finalmente apoyó los codos sobre la mesa. Sus ojos iban de uno al otro, como quien se prepara para anunciar algo que requiere paciencia y tacto.
—Bien —comenzó—, voy al grano.
Sabrina sintió que su pierna dejaba de moverse. Dorian entrecerró los ojos.
—Sé que este cambio en la dirección no será fácil —continuó Clara—. Confío en ti, Dorian, claro que sí. Eres brillante, y sabes cómo sacar adelante cualquier cosa. Pero también me importa esta agencia. La fundé con mucho esfuerzo, y no quiero que pierda su esencia… ni que nuestros empleados se vean arrastrados por esa curva de aprendizaje natural que tendrás.
Hizo una breve pausa. Luego sonrió con intención.
—Así que decidí nombrar a alguien como tu sombra. Alguien que te ayude en todo lo que necesites. Que te oriente, que te diga cuándo te estás pasando de terco… y que conozca esta agencia mejor que nadie.
Se giró hacia su derecha y alzó la mano como si anunciara un premio.
—Nuestra empleada estrella. La número uno. Sabrina.
—¿¡¿Qué?!? —exclamaron Dorian y Sabrina al unísono, tan alto que varios comensales del café se giraron a mirarlos con sorpresa… y cierto disimulado interés.
Una pareja dejó de untar mermelada. La camarera del mostrador alzó una ceja.
Sabrina sintió cómo el calor le subía a las mejillas, mientras Dorian fruncía el ceño con la mandíbula tensa.
“¡Maravilloso!”, pensó ella, tragando saliva y sonriendo por compromiso.
“Ahora no solo voy a tener que lidiar con él… sino acompañarlo, guiarlo y, probablemente, evitar que incendie la oficina por accidente con su ego.”
Inspiró hondo y bajó la mirada al borde de la taza de café vacía.
“¿Cuánto tiempo se considera ‘demasiado’ juntos antes de que alguien empiece a mirar ofertas laborales en otro país? Y lo pregunto en serio.”
Sabrina se removió en su asiento y rodeó la taza con ambas manos. Estaba vacía, pero el calor fantasma aún parecía darle refugio. Afuera, la ciudad comenzaba a agitarse, pero en esa mesa el aire se sentía más denso que la humedad del café. Observó a Clara, que seguía tan tranquila como si no acabara de lanzar una bomba en pleno local.
Dorian, por su parte, apoyó un codo en la mesa y se frotó el entrecejo con fastidio. No decía nada, pero su expresión hablaba de mil objeciones que no se atrevía a soltar frente a su hermana.
—¿Tú sabías esto desde ayer? —murmuró Sabrina, inclinándose hacia Clara.
—Desde hace una semana —respondió ella sin despegar la vista del croissant—. Pero tenía que esperar el momento justo. Como cuando decoras una boda: el centro de mesa debe entrar después de que todo lo demás esté en armonía.
Sabrina no sabía si agradecer esa analogía o usarla para pedirle que reorganizara el “decorado” de su vida laboral. Mientras tanto, Dorian volvió a levantar la vista hacia ella. Sus ojos no estaban molestos… pero sí perplejos. Como si intentara descifrar por qué justamente ella debía convertirse en su sombra.
Y la verdad era que ni Sabrina tenía esa respuesta del todo clara.
Antes de que cualquiera pudiera decir algo más, el mesero regresó a la mesa con una bolsa de papel en la mano.
—Su pedido para llevar, señora —dijo con cortesía, entregándosela a Clara.
Sabrina levantó la mirada, aún más confundida.
—¿Pedido para llevar? ¿Cuándo lo pediste? Si apenas estamos viendo el menú…
Clara soltó una sonrisa cómplice mientras se incorporaba lentamente.
—Hace un rato. Uno desarrolla ciertos talentos cuando sabe que tiene que escapar antes de que empiece lo difícil —respondió, colgando la bolsa en su brazo y acomodándose el saco.
Dorian la observaba con una ceja levantada. No parecía preparado para el abandono estratégico.
—Los dejo solos —anunció Clara con voz ligera—. Tienen mucho que conversar. Y mejor si lo hacen sin público… ni supervisión fraternal.
Sabrina y Dorian intercambiaron una mirada fugaz. Ninguno dijo nada, pero ambos se tensaron como si acabaran de recibir un encargo para el que no se habían postulado.
Clara se despidió con un gesto ágil y caminó hacia la salida como si no acabara de dejar dos fuegos cruzados en plena combustión silenciosa.
Al quedarse solos, el café pareció más pequeño.
Sabrina fingió revisar el menú.
Dorian bebió agua, aunque no tenía sed.
Y la incomodidad, finalmente, se sentó con ellos a la mesa.