Capítulo 3: Cara bonita, liderazgo dudoso.

La sala quedó en un breve pero notorio silencio después del anuncio. Algunos intercambiaban miradas, otros bajaban la vista para esconder gestos de sorpresa. Y entonces, comenzaron los susurros.

—Pues qué bien… al menos ahora tenemos un jefe guapo —comentó Mariela en voz baja, dirigiéndose a dos compañeras que rieron detrás de sus carpetas.

—Yo no sé ustedes, pero si va a dirigir como camina, yo firmo sin leer el contrato —añadió otra con una ceja en alto y tono de complicidad.

Los hombres en la sala, en cambio, no eran tan entusiastas. Algunos fruncieron el ceño; otros cruzaron los brazos con escepticismo.

—¿Y este de dónde salió? ¿De una pasarela o de Harvard? —murmuró uno.

—Tiene pinta de creerse mucho, pero quién sabe. Tal vez es el cambio que necesitamos —comentó otro, más neutral, con los dedos cruzados bajo la mesa.

Erick, por su parte, no parecía incómodo. Observaba a Dorian en silencio, con el ceño levemente fruncido, como quien evalúa una situación sin haber tomado aún una postura clara. No dijo nada. Estaba sumido en sus propios pensamientos, igual que Sabrina, quien intentaba controlar su respiración, evitando mirar hacia el frente mientras repetía mentalmente: Esto es temporal. Esto no me va a afectar.

Ella apenas podía procesar lo que acababa de escuchar.

¿En serio? ¿Ese mismo hombre que hace menos de media hora la dejó en el suelo, humillada y empapada de café… ahora era su jefe?

Y no era solo eso. Hacía tiempo que algo en él le revolvía el estómago, y no precisamente por el perfume importado que siempre usaba. No podía evitarlo: Dorian le caía mal desde antes. Mucho antes. Y el accidente de esa mañana solo avivaba un fuego que llevaba tiempo encendido.

Justo entonces, Dorian dio un paso al frente y tomó la palabra con voz firme y una sonrisa impecable.

—Gracias, Clara —dijo, mirando a su hermana con afecto profesional, casi ensayado—. Para mí es un honor asumir este reto, aunque sea temporal. Sé que llego a un equipo consolidado, con gran experiencia, así que vengo no a imponer, sino a aprender. Sé que tengo cosas que mejorar, pero estoy dispuesto a trabajar duro para convertirme en el líder que ustedes merecen.

Sabrina sintió una punzada de incredulidad.

¿Dispuesto a aprender? ¿A trabajar duro? ¿De qué planeta lo habían traído hoy?

Ese no era el mismo hombre que le había tendido una mano solo para retirarla con burla segundos después.

Una sonrisa se le curvó en los labios, pero era amarga. El resto de la sala parecía comprar el show. Aplausos cortos, cabezas asintiendo…

Suerte con eso, pensó, bajando la mirada para evitar que alguien leyera en su cara lo que pensaba en realidad.

Más tarde, en la oficina de Clara…

El ambiente era distinto. No había cámaras, ni empleados, ni sonrisas. Apenas entraron en la oficina, Dorian cerró la puerta con un golpe seco.

—¡Esto fue absurdo, Clara! ¿Cómo esperas que yo me encargue de esta panda de amateurs? ¿Y esa chica? La del café… es insoportable —dijo, desatándose la corbata como si lo estuviera asfixiando.

Clara lo observó desde su escritorio, con los brazos cruzados sobre el vientre ya redondo. Luego comenzó a aplaudir… lenta, dramáticamente.

—Bravo —dijo, con una media sonrisa—. Esa presentación tuya fue digna de un Óscar. Si no supiera lo que hay detrás de esa cara de “jefe dispuesto a aprender”… me la habría creído yo también.

—No estoy para sarcasmos —gruñó él, dejando caer la chaqueta sobre una silla.

—Y yo no estoy para berrinches, Dorian. No fuiste obligado a esto… no del todo. Y lo sabes.

—¡Por favor! —replicó él con exasperación—. ¿Qué opciones tenía? Cuando ella lo dijo, nadie cuestionó nada. Tú misma impulsaste la idea. ¿O vas a negar que me empujaste directo a esto?

—No lo niego. Lo sugerí. Lo apoyé. Pero no lo impuse. Tú aceptaste, Dorian. Aunque lo hiciste con los dientes apretados.

Él bufó, girando hacia la ventana.

—Yo no quiero trabajar aquí. Nunca quise. Esta agencia no es mi mundo, ni lo será.

—¿Y cuál es tu mundo, entonces? —preguntó Clara con firmeza— Porque hasta ahora lo único que has hecho es girar en círculos. Tienes un título colgado en la pared, y ni una sola huella de lo que podrías construir con él.

Dorian se mantuvo en silencio.

—Y sí, puede que ella haya influido en todo esto —añadió Clara con suavidad, sin pronunciar nombres—. Pero fue porque te conoce. Porque te quiere. Y porque está tan cansada como yo de verte desperdiciarte.

Dorian bajó la vista. Por un momento pareció más joven, más vulnerable.

—¿Y se supone que esto me cure? ¿Dirigir una oficina llena de gente que no soporto?

—No, hermanito. Se supone que te incomode. Que te saque de tu molde. Que te recuerde que no eres intocable… y que aún puedes aprender a conectar con personas reales. No solo con las ideas que tienes de ti mismo.

—¿Y qué si no lo logro?

Clara suspiró con ternura.

—Entonces fallas. Te caes. Aprendes. Pero por fin estás haciendo algo.

Dorian desvió la mirada. Y por primera vez desde que entró, su expresión se quebró apenas un segundo. No fue rabia, ni ironía. Fue algo más frágil, más antiguo. Algo que solo Clara parecía reconocer.

Él inhaló hondo, como intentando recomponerse. Se pasó una mano por el rostro, recuperando su tono sarcástico, aunque más apagado esta vez.

—Está bien. Ya estoy aquí… Entonces, ¿por dónde empiezo?

Clara no respondió de inmediato. Se levantó con dificultad de su silla, se acercó al aparador, y de ahí sacó un enorme montón de carpetas gruesas que dejó caer sobre el escritorio con un golpe seco.

—Ahí tienes la agenda de proyectos activos, proveedores externos, contratos vigentes, cronogramas de eventos, políticas internas y… una que otra bomba oculta. Todo lo que necesitas para no hundirnos.

Dorian alzó una ceja mientras hojeaba la primera carpeta, visiblemente abrumado.

—¿Esto es todo?

—Por ahora —respondió Clara, sin poder contener una sonrisa divertida—. Eso es apenas la introducción. Espera a ver lo que hay en digital.

Él resopló, cerrando la carpeta como si pesara el doble. Por primera vez, su seguridad flaqueó.

Clara se rió bajo, con ternura, y volvió a sentarse.

—Bienvenido a la vida real, hermanito.

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