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Capitulo 6
Desde el primer segundo supe que Lorenzo se sintió atraído por mí. Estaba en su mirada, esa que conocía tan bien, la misma con la que muchos clientes me veían… pero esta vez me provocó algo más que repulsión: una mezcla de incomodidad y alerta.
Ese maldito que sonreía tan tranquilo era el culpable de mi vida de carencias, el culpable de la muerte de mi padre.
Le regalé mi mejor sonrisa, esa que uso cuando quiero parecer encantadora sin bajar la guardia.
—Es un placer conocerlos —dije, clavando mis ojos en los suyos—. Conozco todo lo que ha hecho, y honestamente, me parece admirable.
El empezó a acariciar mi mano con suavidad sin soltarme, mirando mi escote en un recorrido visual de arriba a abajo.
Su hijo, José, pidió hablar en privado, pero en esas oficinas nunca hay privacidad real. Las paredes escuchan. Yo también. Lo que oí me hizo comprender que había mucho más detrás de esa familia de lo que aparentaban.
—Tú y Antonia tienen que recuperar su relación —dijo Lorenzo con voz grave—. Ella está muy afectada por lo que pasó, fue muy difícil convencerla de seguir con la boda, y es tu deber que siga con el matrimonio.
—Ya le expliqué muchas veces que no pasó nada con esa mujer, solo fue algo de un momento —respondió José, y su voz se rompió un poco, creo que se sentía frustrado de que no le creyeran.
Me dolió que solo me viera como la mujer de un momento, pero era la verdad, Salomé solo era una prostituta.
Lorenzo no tardó en mostrar su verdadero rostro.
—Lo importante ahora es evitar el divorcio. ¿Ya consumaron el matrimonio? —preguntó sin rodeos—. Necesito que la dejes embarazada cuanto antes. Es la única forma de asegurar esa relación.
No podía creer lo que estaba oyendo. Todo para él era una transacción. Un trato. Un negocio más, por eso uso la sincera amistad de mi padre.
—Lo haremos cuando sea conveniente. Tengo demasiado trabajo —respondió José, cortante. Lo echó de la oficina. Esa reacción, inesperadamente, me hizo respetarlo un poco más, no se dejaba de su padre.
Al salir, Lorenzo se me acercó con demasiada confianza. Me tomó la mano.
—Mi hijo supo elegir a su secretaria , la pregunta es ¿estas dispuesta hacer lo debido?
—¿A qué se refiere? yo estoy dispuesta a todo.
Y sin aviso, me besó. Reprimí una arcada, lo tomé del cuello, de algo tenía que servir mis años en ese bar, sonreí, fingiendo coquetería mientras me mordía el labio.
—Si quieres ascender rápido, deberías llamarme —susurró, dejándome su tarjeta tras un beso demasiado cerca del cuello.
—Tal vez lo haga… pero no necesariamente por el ascenso —le guiñé el ojo. Mi orgullo sangraba por dentro, pero mantuve la compostura. A veces, la dignidad no se trata de gritar, sino de resistir en silencio.
Volví a la oficina. José tenía un vaso de whisky en la mano. Era muy temprano para eso, pero no dije nada.
—¿Qué necesita que haga hoy por usted? —pregunté, cruzando las piernas sin perder el tono profesional.
—Tenemos que organizar una fiesta. Es el cumpleaños de mi madre y quiero que sea inolvidable —me explicó con detalle.
Tomé nota de todo, y cuando me disponía a salir, me detuvo tomándome de la mano.
—¿Tú crees que es normal… no consumir un matrimonio después de varios días de casados?
Sus ojos se abrieron apenas terminó la pregunta, como si recién entendiera lo inapropiado que sonaba.
—No se preocupe —le dije con suavidad—. Prometí ser su asistente y también su confidente. Y aunque la pregunta parezca rara, solo me demuestra que confía en mí.
Le tomé la mano, sentí que temblaba levemente.
—Si yo amo a alguien, creo que ese paso… el de hacer el amor… se da sin miedo, sin presión. Se siente, y se vive.
—Antonia es muy espiritual —suspiró él—. Quería llegar virgen al matrimonio, y lo respeté, porque la amaba. Pero ahora, ni siquiera después de casarnos, quiere entregarse. Me dice que no es el momento… y eso está generando una distancia entre nosotros. Pensé que la amaba, pero…
—¿Pero…? —quise escuchar cada palabra. Una parte de mí lo necesitaba. Porque en ese “pero” sentía que estaba yo. La mujer que casi lo tuvo entre sus brazos en un bar una noche de despedida de soltero.
—Sentí algo… especial por alguien. Y ahora no sé si lo que siento por Antonia es amor de verdad. Tal vez casarme no fue la mejor decisión.
José hablaba en voz baja, como si se lo dijera más a sí mismo que a mí. Su cabeza, sus emociones, estaban hechas un nudo.
—Quizá solo necesite esperar. Darle un poco de tiempo a todo. A veces, cuando dejamos que las cosas se acomoden, la verdad aparece sola —le dije con un hilo de voz.
Me acarició la mejilla, y sus ojos buscaron los míos. Nos quedamos en silencio. Un silencio denso, lleno de algo que no sabíamos cómo nombrar. Por un momento pensé que me iba a besar, pero solo se separó.
—Vamos a trabajar. Gracias por escucharme.
Los días siguientes fueron intensos. Con ayuda de Karen, comencé a organizar la mejor fiesta posible. Quería que confiara en mí, no solo como asistente, sino como alguien en quien podía apoyarse. Además, necesitaba entrar en el círculo social de Lorenzo. Acercarme a la familia Manrique era parte de mi plan… y de mi necesidad de entender todo.
La esposa de Lorenzo, Esperanza, era una mujer amable, pero con la mirada triste. Hablábamos a diario por la fiesta, y bastaron pocas conversaciones para darme cuenta de que estaba anulada. Nunca tomaba decisiones, solo esperaba la aprobación de su esposo.
La primera vez que fui a su casa, me congelé. En la entrada estaban dos gárgolas que conocía demasiado bien. Una tenía grabada una “G” que yo misma había dibujado años atrás. Eran de mi antigua casa. Él había comprado todo lo que el banco remató tras la ruina de mi padre.
El maldito no se consoló con quitarle la empresa, también se apoderó de sus cosas, aquella G en la estatua era mi firma, mi marca de venganza.
—Estoy Aquí para lo que necesite.
—Ya tengo todo, Lorenzo siempre está adelante.
Esperanza ni siquiera pudo elegir su vestido. Lorenzo lo escogió por ella.
—Usted es una mujer hermosa —le dije un día—. Si me lo permite, quiero ayudarla a verse como realmente es.
Esperanza de veía gris, apagada por las garras de la verdadera gárgola.
Ella me dejó hacerlo. Me tomó las manos como si agradeciera tener, por fin, a alguien de su lado.
La hermana de José, Laura, era diferente. Más joven, rebelde, pero genuina. Me trataba con respeto, algo que no podía decir de Antonia. Ella me evitaba, me ignoraba, como si mi sola presencia le resultara molesta. Bastaba con que yo entrara para que ella saliera de cualquier habitación.
Unos días después, Paola me llamó. No sabía de ella desde hacía tiempo. Intenté contactarla, pero nunca respondió. Al contestar, su voz temblaba.
—Leonel está
furioso. Intervinimos para proteger a Marisol. Ella no dijo nada sobre ti, pero… cuídate, ¿sí?.