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Capítulo 3

Sentí cómo las piernas me fallaban. El aire me quemaba los pulmones y todo giraba a mi alrededor, menos los aplausos. Esos seguían ahí, constantes, como un eco cruel celebrando una escena que para mí era una pesadilla.

Paola se dio cuenta de inmediato. Me sujetó del brazo y, sin decir nada, me arrastró lejos del lugar. Subimos a su auto, ese que apenas arrancaba con cada intento, y antes de que pudiera hablar, me tomó la mano.

—¿Qué está pasando? —preguntó, mientras pisaba el acelerador con fuerza, alejándonos del lugar y del caos que llevaba por dentro.

Negué. No podía hablar. Tenía miedo de abrir la boca y soltar todo eso que había escondido durante años. Ni siquiera ella, que había estado conmigo en los peores momentos, sabía la verdad. El pasado nunca me había dolido tanto… hasta hoy.

—No quiero hablar —susurré, con la voz quebrada—. Solo llévame a casa.

Paola insistió, su celular estaba lleno con los mensajes y llamadas de Marisol. tenía que presentarme en el bar, no podía faltar justo esa noche. Pero el trabajo era lo último que me importaba. Tenía un nudo en el estómago que no me dejaba pensar.

Apenas llegué, me encerré. Me hundí entre las cobijas y busqué consuelo en las fotos viejas de papá. Sonreía en todas. Era un hombre lleno de sueños. Solo quería ser alguien. Convertirse en el empresario que su padre nunca fue, lograr algo más grande. Pero su mayor error fue confiar.

Lorenzo Manrique lo destrozó. Le prometió crecimiento, alianzas, inversiones. Todo fue mentira. Cuando papá quiso enfrentar la verdad, lo echaron de su propia empresa con escoltas como si fuera un ladrón. Y ahí entendió que lo había perdido todo.

En semanas, los bancos se llevaron nuestra casa, nuestros recuerdos, su orgullo. Y yo… yo no supe cómo ayudarlo. Era solo una niña caprichosa que se enojaba porque ya no podía comprar ropa de marca. No entendía que él estaba roto por dentro. Hoy me duele recordarlo. Me duele haber sido tan cruel sin saberlo.

El día que murió... está grabado en mi piel.

Llegó a casa con una botella de whisky y los ojos perdidos. Dejó unos billetes en la mesa y se encerró en su estudio. Mamá trató de hablarle, pero él no dijo nada. Fue un desconocido esa noche. Un hombre apagado.

Horas después, el disparo.

Corrimos. Abrimos la puerta. Y ahí estaba. Sin vida.

Las lágrimas me invadieron expresando el dolor más grande de mi vida, Mamá intentó quitarse la vida más de una vez después de eso.

No podía quedarse sola así que le pagaba a una vecina para que la cuidara mientras yo trabajaba. Primero como mesera. Luego... bueno, luego apareció el bar. Y con él, Salomé.

Me sequé el rostro. Tenía que averiguar si Lorenzo era amigo de José. ¿Un invitado? ¿Un familiar? Me negaba a creer que un hombre como José pudiera estar cerca de alguien tan vil.

Marisol me llamó mil veces. No contesté. No podía. Esa noche el dolor me cerró el pecho.

Al día siguiente, me obligué a levantarme y presentarme en el bar. No quería perder el único ingreso que tenía, aunque cada vez me costara más sostener esa vida.

Cuando entré, Marisol estaba con Leonel. Ambos me miraban con furia. Sabía lo que venía.

—Lamento lo de anoche. Tuve un problema… personal —dije, bajando la cabeza. Esa postura ya me era familiar.

Marisol me agarró del brazo, sus uñas se hundieron en mi piel.

—Leonel es nuestro cliente más importante. Y tú te desapareces. ¡Discúlpate ahora mismo!

Me empujó hacia él, tirandome al suelo, Tragué saliva.

—Lo siento. De verdad, estaba pasando por algo que me superó —titubee de rodillas

—Recoge tus cosas y vete. No quiero más problemas contigo —escupió, molesta.

—¿Qué dices? ¿Me estas despidiendo? —abri los ojos con preocupación mientras me levantaba del suelo.

—¡Por supuesto! No voy a dejar que te vuelvas un problema, regresa después por tu liquidación.

Asentí. Tenía ganas de llorar, pero no lo haría frente a todos. Caminé hacia mi camerino para empacar mis cosas , hasta que sentí una mano en mi cintura.

Leonel.

—Si echas a Salomé, no vuelvo a este bar. Es lo único que me hace regresar. Tú decides, Marisol —su voz fue firme, peligrosa. Sabíamos quién era. Y sabíamos que cuando él hablaba, todos obedecían.

Ella abrió los ojos, sorprendida. Trató de suavizar el ambiente.

—Solo lo hago por el. Una oportunidad más, Salomé —dijo, intentando salvar el negocio.

Leonel me llevó a una mesa.

—¿Qué te pasa? —me preguntó, tomándome las manos.

—Hay heridas que nunca se cierran. Y cuando regresan… solo quieren destruirte —respondí, sintiendo la voz temblarme.

Él me abrazó. Por un momento no fue el narco, fue solo un hombre con brazos donde podía llorar.

Me separé, avergonzada por haber dejado rastros de maquillaje en su camisa.

—Lo siento.

Él sonrió. Me acarició el rostro con una delicadeza que no entendía en alguien como él.

—No sé qué pasó, pero algún día eso va a sanar. A veces, hay que ayudarle a la herida a cerrarse —murmuró.

Sus palabras se quedaron flotando en mi cabeza.

—¿Y como?

—Mi padre fue asesinado cuando yo era niño, me dolía cada puto día de mi vida, hasta que tuve poder, destruir a ese imbecil y fue como sacarme una astilla molesta del dedo.

—¿Justicia?

Asintió

—A veces tenemos que ser justicieros de nuestra propia vida.

Por primera vez alguien describía lo que me pasaba en el alma, tal vez yo no tenía dinero. Ni poder. Pero tenía rabia. Y una historia que merecía ser vengada.

—Gracias —le dije con una sonrisa que escondía un foco de claridad.

Porque ahora lo sabía: Lorenzo Manrique tenía que pagar.

Leonel chasqueó los dedos. Me besó la mano con su estilo dominante.

—Me gustas. Y te lo advierto: si vuelves a dejarme plantado, tomaré otras cartas. Yo siempre consigo lo que quiero y tu vas a ser mi esposa, mi mujer y la madre de mis hijos.

—¿Y si no quiero casarme?

—Te estoy convenciendo en que elijas el si, incluso acepto un No si te puedo ver aquí,

pero si te veo con otro hombre, si llegas a enamorarte de otro, Los mato.

Su amenaza me heló la sangre.

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