



Capítulo 3: Mala noticia
Luca.
Mateo, mi consejero, estaba sentado frente a mí en mi oficina.
—¿Y bien? ¿Cuándo planea casarse? Porque tiene un viaje la próxima semana y...
Lo detuve, puse mi mano en forma de pared. Quité los papeles que reposaban sobre mi escritorio y los guardé.
—¿Un viaje? ¿Te refieres a mi luna de miel? —me mofé.
—Eh, no —Acomodó sus lentes—. De hecho, Oscar quiere verlo para intercambiar puntos de tráfico de drogas, señor.
Fruncí el ceño.
¿Oscar? ¿Otro de mis peores enemigos? ¿Qué le estaba pasando a la mafia últimamente?
Inhalé hondo.
Necesitaba crear un plan para posponer esa reunión sin hacerlo enojar o nos atacaría, no había dudas.
—Mateo, tendré una luna de miel —le dije—. Significa que estarás a cargo mientras no esté.
—Señor, con todo respeto, pero una luna de miel me parece innecesaria, sobre todo si usted no ama a esa mujer —Compartió su opinión.
Sonreí de lado.
Mateo era mi mano derecha. Llevaba casi dos años a mi lado, y su capacidad para adaptarse a cualquier terreno hostil era tan precisa que a veces parecía anticipar mis decisiones. Conocía cada uno de mis aciertos y miserias, como si me hubiera diseccionado en silencio desde el primer día.
—Iré a la luna de miel. No me contradigas más, Mateo —sentencié.
—Entiendo.
Bajó la cabeza.
Su cabello era castaño claro, y los ojos los tenía achinados, casi ocultaban su oscuro color.
Mateo agarró una carpeta para revisarla.
—El club ha estado... tenso últimamente —comentó.
—¿A qué te refieres con tenso?
—La policía ha frecuentado la zona durante los últimos días.
Maldición...
Me mordí una uña, perdido en mis pensamientos. Yo era el dueño de un club nocturno con luces decadentes y música que no dejaba pensar. Un lugar donde las sonrisas eran falsas, los tratos letales y las manos solían mancharse sin que nadie lo notara.
Allí se gestaban pactos, amenazas y secretos.
—¿Sabes qué es lo que buscan? —pregunté, sólo por seguridad.
—A usted, creo...
—¿Cómo que a mí? Ni siquiera saben que soy el dueño, Mateo.
—Disculpe, pero tienes tantos enemigos que cualquiera pudo haberles dado información —recordó, rodando los ojos—. Le recomiendo no ir al club durante unas semanas, por lo menos hasta que las aguas se calmen.
—Bien —mascullé.
Abrieron la puerta de golpe, y eso no solía suceder. Estaba a punto de gritarle al soldado que entró, pero me di cuenta de que tenía algo importante que decir.
—¡Jefe! ¡No me lo va a creer! —exclamó, con las manos temblorosas sobre la perilla.
—¿Qué crees que haces? —Mateo habló por mí y se levantó—. Está prohibido entrar de esa forma a la oficina de nuestro jefe.
—¡L-lo sé! Pero ocurrió algo que puede cambiar el rumbo de su matrimonio —defendió, tragando saliva.
Me crucé de brazos.
—¿Ha pasado algo con Bianca? —pregunté, intrigado.
Él negó.
—Su padre... —expresó, hundiendo las cejas—. El señor Morelly ha muerto.
Me levanté rápidamente y la silla se cayó por el impulso que tuvo mi cuerpo.
Era imposible.
—¿Cómo que ha muerto? ¿Quién te dijo? —interrogué, negando con la cabeza.
¿Por eso tenía tanta prisa en vender a su hija? ¿Sabía que lo iban a matar o qué? Nada de eso tenía sentido.
—Está en las noticias. Todos los medios de comunicación no paran de hablar sobre el asesinato de Morelly... —murmuró, sujetando su brazo.
—¿Fue un asesinato?
—Me temo que sí, señor.
Maldición.
La alianza se había ido al carajo, porque los Morelly se habían quedado sin líder e iban a hacer lo que les diera la gana.
Necesitaba pensar en algo, pero antes... Tenía que darle la fuerte noticia a Bianca.
¿Le afectaría?
—¿Qué piensas hacer con ella ahora que no te servirá de mucho? —cuestionó Mateo, mirándome fijo.
—Todavía puedo reclamar la herencia de mis padres —le recordé.
—Pero has aceptado este matrimonio con el objetivo de parar la guerra con los Morelly —comentó, un poco consternado—. ¿No crees que deberías echarla?
Mis puños se apretaron y golpeé la mesa con todas mis fuerzas, logrando romper la madera.
—¡Basta, Mateo! A veces dudo de tus consejos —mascullé, con la garganta quemándome—. Arregla este desastre —señalé la mesa—. Iré a hablar con Bianca.
El soldado se marchó y Mateo no dijo más nada. No iba a dejar a Bianca sola... Desde que la vi por primera vez, sentí un estúpido flechazo en mi corazón al recordarla.... Y cuando me enseñó su sonrisa... Supe que debía protegerla a toda costa porque no supe hacerlo en el pasado.
Pero claro, no tenía que demostrarle que nos conocimos hace muchos años atrás.
Salí de la oficina directo a su habitación e hice sonar las llaves. Al entrar, ella estaba de pie frente a la ventana, viendo el paisaje.
—Bianca —la llamé y se giró.
Mi corazón se volvió loco...
—¿Necesita algo? —inquirió, con ambas manos sobre sus muslos.
—Lamento tener que darte una mala noticia —resoplé, rascándome la nuca—. Han asesinado a tu padre.
Los ojos de Bianca se abrieron tanto, que empezaron a temblar. Su cuerpo se deshizo en un instante y sus rodillas golpearon el suelo. No pude atraparla a tiempo.
Corrí hacia ella para sostenerla entre mis brazos. Se echó a llorar y lo único que escuchaba eran sus sollozos.
—¿C-cómo que murió? —titubeó.
—Lo siento. ¿No sabes quién ha estado persiguiendo a tu padre? —indagué.
Negó con la cabeza.
—Él nunca me dice nada. Sólo sé sobre la guerra que tiene con tu organización... Nada más.
Bianca se veía tan frágil, que sentía que podía romperla con un mal toque.
Acaricié su mejilla cuando me vio a los ojos y limpié una lágrima.
—Trataré de investigar, ¿vale?
—La alianza se ha roto... —murmuró—. Me vas a echar, supongo.
—¿Por qué piensas eso? —pregunté.
—¡Porque es lo que va a pasar!
—¡Bianca! No te voy a echar. Nos casaremos la próxima semana —le dije, determinado en mi decisión.
Ella parpadeó, no se lo podía creer.
—No te entiendo... Eres muy raro.
—¿Raro? —sonreí de lado.
—Me tratas como si yo fuera importante para ti, cuando soy una simple desconocida —aseveró.
—Pagué por ti, Bianca.
Ella bajó la cabeza, como si hubiera olvidado ese detalle.
—Serás la reina de la mafia, Bianca, así que tendrás que prepararte para cumplir con ese rol —proclamé.