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Un día, Daniel, se presentó en su oficina, con el ceño fruncido y una preocupación evidente en los ojos.

—Ethan, tenemos que hablar seriamente —comenzó Daniel, cerrando la puerta con delicadeza—. Estás trabajando demasiado. Si no quieres que te dé un infarto o algo peor, tienes que pensar en tu sal...

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