



ENCUENTRO
Capítulo 3 — Encuentro
Me quedé helada. El tiempo pareció detenerse un instante, como si todo a mi alrededor se desvaneciera… excepto él. Cuando reaccioné, lo empujé con fuerza y me quité la capa de un tirón.
—¿Qué le pasa? —rugi con el corazón latiéndome en los oídos—. ¿No le enseñaron modales?
Me limpié los labios con la manga, sintiendo una mezcla de rabia.
Luciano me miró divertido, con esa sonrisa descarada que siempre parecía saber más de lo que decía.
—¿Y tú? —dijo, soltando un suspiro casi burlón—. ¿Viniste a espiarnos?
—¡No diga estupideces! —respondí, sacando la carta que él mismo había enviado con esa absurda propuesta para mi hermana—. Solo vine a entregarle la respuesta.
Rompí el papel frente a él, sin apartar la mirada. Tenía miedo, pero no pensaba retroceder. Estaba frente al mayor enemigo de nuestra manada.
Sus ojos se encendieron.
—¿Dónde está Alexa? —preguntó con la mandíbula apretada.
—Ella me pidió que viniera. Su decisión es clara: lo de ustedes se acabó. Mi hermana tiene sangre limpia. Es de élite. De linaje puro. Usted… —tragué saliva, sabiendo que lo que estaba a punto de decir dolería— usted no.
Alfa nacido de una Omega. En nuestra jerarquía, eso lo marcaba. Lo convertía, según los códigos antiguos, en un sangre sucia.
No era yo quien pensaba así. Nunca me había sentido superior a nadie. Pero era la única forma de que se alejara.
Luciano se acercó sin decir una palabra. Cuando quise dar un paso atrás, ya estaba contra el tronco de un árbol, atrapada entre su cuerpo y la corteza áspera. Su aliento chocó contra mi piel. Su presencia era abrumadora.
—Sé cómo piensan ustedes —murmuró con voz baja, ronca—. Pero Alexa no es así. Ella y yo nos amamos. Y voy a luchar por eso. Aunque eso signifique encender una guerra.
Se inclinó hacia mí y olfateó cerca de mi cuello. Ese gesto me paralizó.
—Finges valentía, pero huelo tu miedo
Le di una bofetada.
—Eso no va a pasar. Busque una loba en su manada. Alguien que lo entienda. Pero deje a mi hermana fuera de esto.
No esperé su respuesta. Me solté y eché a correr. Huí como si algo más que mi cuerpo estuviera en peligro.
Cuando llegué a casa, me escabullí intentando no hacer ruido. Pero era inútil. Mi padre ya me esperaba en el pasillo, de brazos cruzados, con esa furia contenida que siempre acababa explotando. Y Alexa... estaba a su lado. Con esa sonrisa casi cínica.
—¿Dónde estabas? —rugió mi padre.
—Solo salí a caminar. Lo siento. No volverá a pasar sin tu permiso.
No sirvió de nada. Su mano cruzó mi rostro con violencia.
—No quiero descubrir que estás haciendo algo indebido —gruñó con los ojos enrojecidos—. Porque te juro que te destierro. Mañana Fernando viene a cenar. Y todo tiene que ser perfecto.
Se marchó dejando un silencio denso a su paso, con las mejillas ardiendo por el golpe, miré a Alexa, la rabia me nubló por dentro.
—¿Qué le dijiste?
—Solo fue una advertencia —respondió con voz fría—. No te metas en mis asuntos.
Ella estaba jugando con fuego. No lo veía. Pero esa obsesión por Luciano podía destruirnos a todos. Podía arrastrar nuestro apellido, nuestra reputación… y la manada entera.
Esa noche…
La cena ya estaba servida. Me puse el vestido rojo que había heredado de mamá. Era sencillo, pero tenía algo especial… algo que me hacía sentir más fuerte, más mía. Al salir de la habitación, vi cómo los ojos de Alexa se abrían de par en par.
—¡Dame ese vestido! ¡Quiero usarlo ahora mismo! —espetó, cruzando los brazos como una niña caprichosa.
—Es mío —respondí sin disimular el enojo que me hervía por dentro.
Papá apareció en la escena justo a tiempo para que ella comenzara uno de sus shows. Gritó, lloró y dijo cosas que jamás se atrevería a decir. Lo hacía a la perfección. Sabía manipular, sabía cuándo hacerlo… y a quién.
Él no tardó en caer.
Con fuerza, me arrancó el vestido. Lo rompió sin pensarlo dos veces.
—No permitiré que humilles a tu hermana. Ella será la Luna de esta manada, y tú deberías aprender a besar el suelo que pisa.
Sus palabras me dolieron. Pero lo que más me dolió fue su mirada, como si yo nunca hubiera sido suficiente.
Me encerré en mi cuarto sin decir nada. Sentí el nudo en la garganta apretarse más fuerte. Me quité lo que quedaba del vestido con cuidado, aunque ya no servía de nada. Iba a buscar algo con qué cubrirme cuando un crujido me obligó a girar.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, apenas en un susurro.
Luciano estaba en la ventana, como una pesadilla que parecía no terminar. Su mirada recorrió cada rincón de mi cuerpo con la boca abierta, Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba en ropa interior.
Me cubrí con una bata, el corazón golpeándome el pecho por la vergüenza.
—Pensé que era la habitación de Alexa —dijo, pasándose la lengua por los labios, sin el más mínimo remordimiento.
—Váyase. No puede estar aquí —intenté sonar firme, pero mi voz temblaba.
—Voy a hablar con ella. Y no me iré sin hacerlo. Si tengo que hacer un escándalo, lo haré —abrió la boca, dispuesto a gritar.
Me lancé hacia él y le tapé la boca con ambas manos.
Estábamos demasiado cerca. Sentí su respiración, el calor de su piel y ese impulso extraño que me hizo apartarme como si me hubiera quemado.
—Le diré que hable con usted, pero por favor… váyase.
—No. Me quedaré aquí hasta verla.
Unos golpes en la puerta nos sacaron del momento. La voz de mi nana me llamó con urgencia. No había tiempo. Me vestí a toda prisa y bajé a cenar, fingiendo normalidad.
En la mesa, Fernando me recibió con un ramo de gardenias. No eran mis favoritas, pero el gesto fue dulce, delicado, todo de el me gustaba.
Intentaba sonreír, pero mis ojos volvían una y otra vez a las escaleras. Si alguien encontraba a Luciano arriba, estábamos perdidos.
—¿Qué opinas? —preguntó Fernando, sacándome de mis pensamientos.
Parpadeé.
—Lo siento, estaba distraída —tomé mi copa y bebí un sorbo, buscando calmarme.
—Quiero que seas nuestra guardiana. No creo que te cases, y este es un honor reservado para quienes más confiamos.
Me quedé helada. Ser guardiana era renunciar a mí. A mis sueños. A cualquier posibilidad de amar, debía hacer votos de castidad
—Ella acepta —respondió papá por mí, sin mirarme siquiera.
Levanté la cabeza. Y ahí estaba Luciano, asomado en el pasillo. Sentí cómo se me helaba la sangre. Si un sirviente lo veía, todo se derrumbaría.
—Está decidido —anunció Fernando, con la voz firme—. Alexa y yo nos casaremos este fin de semana.
La mesa enmudeció.
Él la besó sin pudor, justo
ahí, frente a todos.
Y entonces vi el rostro de Luciano cambiar. Sus ojos se oscurecieron. Sus colmillos aparecieron.