



Capítulo 2. El primer encuentro
En la Avenida Independencia
De inmediato, Donald al sentir el golpe frenó su coche, lo estacionó y corrió a socorrer a la persona que brincó por encima de su Ferrari. Él, levantó a la jovencita en sus brazos, de la carretera para auxiliar a esta.
—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Qué te duele? —Preguntó él preocupado y angustiado, aunque ella saltó por encima del coche. Luego, cayó y se golpeó fuertemente al caer en la carretera.
No obstante, ella lloraba sin poder articular ninguna palabra. Conmocionada, solo se tapaba el rostro con sus dos manos. Ante esto, él corrió al hospital y entró al área de emergencia, con ella en sus brazos, colocando a esta sobre una camilla, para que el médico le atendiera.
Donald, salió del cubículo sin perder de vista a la muchacha. Desde donde estaba, observó que la joven era alguien de muy escasos recursos, sus calzados como su ropa se veían muy desgastadas. Él, estaba afligido, era la primera vez que relativamente atropellaba a alguien.
También, pudo observar los rasgos de ella. La joven tenía un rostro muy angelical, con su cabello rojo recogido en una cola. A pesar, de su delgadez se evidenciaban las curvas propias de un buen cuerpo. Al salir el médico del cubículo, este le siguió.
—¿Cómo está? ¿Por qué no habla? —Preguntó él angustiado y con una mirada aguda.
—¡De repente, fue por el impacto! —Respondió el galeno— Pudo ser algo momentáneo, porque me respondió todas las preguntas que le hice —contestó el doctor— Acaba de confirmar, que el accidente fue su culpa, que salió desesperada sin mirar hacia ningún lado. Voy a reportar al oficial de turno.
Él, solo asintió con su cabeza, dirigiéndose hacia la camilla donde ella estaba sentada. Al ver que lloraba, presumió que algo le dolía mucho, por lo que tomando la silla que ahí se encontraba, se sentó frente a ella y le preguntó:
—¿Cómo te sientes?
—¡Aturdida! —Respondió ella más calmada— ¡Disculpa! Por no haberte respondido, pero creo que estaba en automático. Cuando más me necesita mi madre, estoy aquí en una cama, sin llevar su medicina, que tanto requiere.
—¿Qué tiene tu mamá? —Preguntó él, con ternura. Mientras, más la miraba, más sentía que algo le atraía de ella. Tenía una mirada tan lúcida y transparente que le llamó la atención.
—¡Cáncer en su fase terminal! —Fue su respuesta, con mucha tristeza. Ella, apretó sus puños con fuerza y dejó correr nuevamente las lágrimas.
Donald, no sabía qué hacer. Él, sintió empatía por ella y algo más que no sabía cómo descifrar. Se levantó de la silla, se acercó y le tomó las manos. Por su parte, Yves estaba demasiado confundida, nadie nunca le había tratado como él.
Ella, estaba muy angustiada porque no sabía si él correría con los gastos de ese hospital. Además, recordaba lo que le escribió su amiga, sobre su mamá. Justo en ese momento, llegó un enfermero quien la llevaría en una silla de ruedas para hacer unos estudios y exámenes.
Este, no permitió que la llevara el enfermero, sino que lo hizo él mismo. Una vez que le hicieron las placas, ellos salieron para esperar los resultados. Al estar listos, le llamaron para hacer entrega de las mismas y fue cuando Donald escuchó cómo se llamaba ella: Yves Johnson.
Conforme a los datos que aportó, tenía 20 años, su dirección era desconocida. Cuando el médico revisó los resultados le dio de alta, debido a que solo tenía hematomas y aporreo. Donald pagó, compró el tratamiento médico y la llevará hasta su casa.
—¡Bueno! Yves, vamos para llevarte hasta tu casa, quiero estar seguro que llegarás sana y salva —anunció él, abriendo la puerta de su Ferrari, para que ella subiera y luego se montó él, incorporándose al tráfico normal de esa hora.
—¿Me aceptas una invitación para almorzar? —preguntó él sorprendiendo a esta, quien se miró y pensó:
«¿Dónde podré entrar con esta facha?», pensó ella, respondiendo rápidamente...
—Estoy, sumamente agradecida contigo por todo lo que has hecho, por mí. Sin embargo, mi madre necesita con urgencia este medicamento, porque los dolores que padece son muy fuerte —aseguró ella con mucha tristeza.
»Por favor, disculpa! —Suplicó ella— Necesito que me entiendas, mi mamá, desde hace horas debió ser inyectada —mostrando el paquete que contenía las inyecciones y que llevaba en las manos, evidenciando en sus ojos, una mirada suplicante.
—¡No hay problema! Te entiendo, perfectamente —contestó él. Para Donald, esto fue novedoso, era la primera vez que una mujer le rechazaba una invitación.
Este, observó de reojo como apretaba sus manos, reflejando una fuerte angustia. De repente, ella dejó correr nuevamente las lágrimas, sintiendo una fuerte presión en su pecho, como un mal presentimiento. Él, volteando hacia ella, le sugirió:
—¡Calma, Yves, por favor! Cuando las cosas pasan es por algo, ¿Tú crees en Dios? — Preguntó, con una mirada acogedora.
—¡Totalmente! —Confesó ella— Si no es por Él, mi madre, hace tiempo hubiera muerto, está viva gracias a su infinita misericordia.
—¡Entonces! Piensa en Él, lo que pase sea lo que sea, es por tu bien y el de tu mamá —aseguró Donald.
—¡Gracias! —Respondió, secando sus lágrimas con el dorso de sus manos. Él, le entregó su pañuelo para que se secara.
—Me llamo, Donald Evans, estoy a tus órdenes para lo que necesites. ¿Me puedes buscar mañana en mi oficina? A las nueve de la mañana, te espero —afirmó, extendiendo su tarjeta de presentación.
Yves, tomó la tarjeta y le agradeció nuevamente. Luego, se bajó del vehículo y corrió hacia la entrada de la casa. Mientras corría, reflexionaba en la ropa adecuada para esa entrevista con él, por lo tanto, le pedirá ayuda a su amiga.
Al ver a sus amigas llorando, en el umbral de la puerta de su habitación, corrió y se lanzó sobre su mamá, quien aún respiraba, aunque con mucha dificultad. De inmediato, le inyectó. No obstante, llamó a uno de sus vecinos, para que le llevara al hospital.
(*)**
Al día siguiente, su amiga acudió temprano al Hospital para que ella pudiera asistir a la entrevista. Además, le llevó una ropa para que acudiera a la cita. Esta, salió con una hora de anticipación para llegar puntualmente.
Faltando diez minutos para las nueve, estaba de pie frente a la entrada de la Torre Evans. Ella entró, se identificó con la recepcionista, quien la miró de arriba hacia abajo asombrada, no parecía del tipo de mujer que le gustaban al nuevo director ejecutivo.
Yves, vestía con un jean ajustado a su cuerpo, una blusa ancha con un top del mismo color blanco debajo y unas sandalias bajas del mismo color. Después de unos breves minutos, la asistente del CEO, le informó a la recepcionista, que le dejara pasar de inmediato.
La joven le entregó a Yves un pase, le acompañó al ascensor y le indicó que al llegar al piso número doce caminara por el pasillo del lado izquierdo buscando la Oficina del CEO, del lado izquierdo.
Ella, localizó la oficina, entró y fue atendida por una joven que parecía una modelo de revista. Además, de muy amable, le sonrió y le hizo pasar a la oficina del CEO, quien esperaba por esta.
Donald, al ver a Yves, la detalló como lo había hecho el día anterior. Hoy se veía mejor, aunque en su semblante se observaban más ojeras.
—Hola, guapa, ¿cómo estás? —Preguntó él con una amplia y amable sonrisa que llegó hasta sus ojos.
—Con un poquito de sueño, pero aquí estoy —respondió Yves.
—¿Y eso, que tienes sueño? —Preguntó él, sonriendo con esta, puesto que habló sin filtro alguno, espontánea.
Cuando sonreía, Yves sentía que algo se movía dentro de su cuerpo, a la altura del abdomen del lado izquierdo, juraría que eran mariposas revoloteando dentro de ella.
—Pasé el resto del día de ayer y toda la noche en el hospital con mi mamá —respondió, explicando y mirando a este, fijamente a sus ojos.
Él se acercó hasta ella, le tomó de una de sus manos y la condujo hacia una mesa preparada, con un suculento desayuno para dos.
—¿Y eso? ¿Qué paso con tu mamá? Me hubieras llamado —añadió él muy servicial.
—¡Tú hiciste ayer, mucho por mí! Era imposible, volver a molestar —afirmó ella muy agradecida.
—¡Me hubiese gustado ayudarte! —Argumentó él, con una sonrisa.
Donald, le ayudó a sentarse, luego se sentó él, tomó la servilleta, la desdobló y la colocó en su regazo. Ella, observando sus movimientos lo imitó tal cual, para evitar una metida de pata. En su vida, nunca había comido en un restaurante, menos en una comida privada de etiqueta para dos.
Mientras, él servía, Yves le narró todo lo que experimentó con su mamá. Desde el momento en que la dejó en la pieza donde reside, hasta como había pasado la noche en el hospital. Donald, se preocupó por la situación que ella y su madre, estaban viviendo, por lo que le consultó:
—¿Es confiable ese diagnóstico médico que te dieron?
—¡Totalmente! Nunca he tenido, ni tendré dinero que me puedan quitar, para darme un diagnóstico errado. Además, todos los pacientes del Doc Miller, consideran que es una eminencia y tan bueno como su padre —contestó ella.
—¿El oncólogo? Si es él, es cierto. Tanto el padre como el hijo, son muy buenos —Confirmó y ella asentó con su cabeza.
Donald sintió algo especial por Yves, desde el instante que la levantó en sus brazos. Sobre todo, unas ganas inmensas de proteger y ayudar a esta, como hizo con tantas personas en sus viajes, por el mundo. Asimismo, le pidió que disfrutara la comida, para que luego conversaran sobre el asunto, por el que le había hecho venir...