



Capítulo 7: La mentira que los separó.
Aquella noche, Asher y Aria miraban las estrellas de su proyector, que se reflejaban en el techo de su habitación. En la mente de los gemelos, se dibujaba el rostro de aquel misterioso hombre que hablaba con su madre cuando salieron del aeropuerto. Los ojos azules tan raros como los de ellos, y el cabello color café como lo tenían ellos, no dejaban de rondar su inocente mente que había ya retratado mil escenarios ficticios.
Nunca habían conocido a su padre, y su madre, jamás les hablaba de él. Ambos niños habían crecido con aquel vacío en sus pequeños corazones, y con el anhelo de algún día conocer a su papá…aquella, era la mayor ilusión que tenían en sus vidas.
—Oye Aria, ese señor que estaba con mamá, ¿Crees que se parece a nosotros? — cuestionó Asher pensando en ese hombre que lo había deslumbrado.
Aria suspiró.
—Si, se parece a ti y a mí, pero si le preguntamos a mami, ella va a enojarse como siempre se enoja cuando le preguntamos por papito…pero, yo quiero saber quién es ese señor. — respondió Aria quien también miraba aquellas estrellas como su gemelo.
Aquel anhelo de conocer a su padre, había permanecido en los niños, desde que entendieron lo que eran mamá y papá, y aquel hombre extraño, les había dado la esperanza de finalmente encontrar a su padre.
—Entonces, primero hay que descubrir quién es ese señor, mamá tiene cosas guardadas en su cuarto, allí podemos encontrar algo, pero hay que esperar a que se vaya a trabajar para entrar, y tenemos que distraer a nana Eugenia para poder buscar sin que nos regañe, cuando amanezca, revisaremos sus cosas. — dijo astutamente Asher.
Los ojos azul zafiro de Aria brillaron intensos.
—¡Si!, vamos a hacer eso Ash. — respondió Aria.
En su habitación, Charlotte sacaba aquella vieja caja de zapatos en la que años atrás, cuando Samuel la abandonó, se había llevado su vida entera y sus recuerdos. Sus redes sociales de aquel entonces, las había eliminado todas junto a las fotos digitales de su boda, y las amistades que tenían en común, para no ser rastreada de ninguna manera por Samuel…sin embargo, en aquella caja conservaba aun algunas fotografías impresas de aquel día, el más hermoso de su vida juvenil, en las que lucía aquel hermoso vestido de novia que con ilusión y orgullo lucio aquel día.
Tomando aquellas imágenes de tiempos en los que creyó que era feliz, Charlotte quiso romperlas en mil pedazos, sin embargo, y al igual que en aquellos ya casi siete años, no tenía el valor para hacerlo, y el pecho le pesó dolorosamente igual que siempre, al igual que las lágrimas que amenazaban con derramarse desde sus ojos verdes.
¿Por qué no podía romper aquellas fotos, si Samuel no fue capaz de creer en ella y permitió que su madre y Sofia la humillaran con crueldad?
Se sentía estúpida, débil y patética, por no poder aun, desprenderse de aquellos recuerdos que ya no tenían valor alguno. Samuel no la amaba, Samuel, en realidad, no la había amado nunca…por eso no había creído en ella, se repitió a sí misma como si fuese un mantra, tal cual lo había hecho todos esos años.
—Maldigo el día en que te conocí, Samuel Russell. — dijo para ella negándose a llorar.
Tragándose aquel doloroso nudo en su garganta, Charlotte se negó a derramar lágrimas por Samuel; desde aquel horrible cumpleaños, ella no había vuelto a llorar, aun y cuando su corazón y su mente se lo exigían desesperadamente. Ella había peleado por hacerse de un nombre con la ayuda de su padre, ella había sacado adelante a sus dos hijos, y sus gemelos de oro, a pesar de sufrir la ausencia de su padre, la tenían solo a ella para llenar aquel vacío.
Aquel pinchazo en su corazón la atravesó nuevamente, pues aun y cuando ella había dado todo por mantener a sus hijos felices, ellos siempre habían querido saber quién era el hombre que junto a ella les dio la vida…y tal vez, era demasiado egoísta por mantener a sus gemelos tan solo para ella, pero no quería compartir con el hombre que tanto daño le había hecho, la felicidad de tenerlos.
—Definitivamente, soy una mala madre. — se dijo a ella misma, devolviendo al mismo tiempo aquellas fotografías de su boda con Samuel, a la vieja caja de zapatos que inexplicablemente para ella, seguía cargando a todas partes.
Apagando su lampara de noche, Charlotte se recostó sobre su cama, sumergida en aquella miseria que había cargado durante tanto tiempo, esperando quedarse dormida pronto.
En el baño de la habitación de los gemelos, Aria y Asher reían casi sigilosamente, viendo como una de las muñecas y varios coches de los niños que ellos mismos había arrojado, dificultosamente se atoraban en el sanitario, provocando un desastre en las tuberías de aquel pent-house.
—Travesura terminada, esto nos va a dar un momento sin Eugenia. — dijeron los gemelos al unisonó, mientras reían traviesos.
Asher y Aria estaban decididos a todos para averiguar quién era aquel hombre tan parecido a ellos, sin medir la consecuencia de su travesura, ni lo que esta traería para ellos.
—Vamos a saber quién es ese señor muy pronto. — aseguró Aria con ilusión.
En su departamento, y completamente ebrio, Samuel leía aquel mensaje de su madre, donde esta le pedía encarecidamente, el acompañarla al sonado desfile de modas de Divane, que tendría lugar en el edificio Rockefeller la noche siguiente. Respondiendo un seco “si”, Samuel se quedó dormido en el sofá de su sala, mientras aquel video de su boda con Charlotte seguía reproduciéndose, y una invitación yacía sobre el suelo sin ser abierta.
Aquella cruel mentira que Sofia Vega había orquestado para separar a Charlotte y Samuel, los había sumergido en un terrible sufrimiento, y en aquel momento, Sofia sonreía al mirar la invitación personal que había recibido esa tarde, para asistir y estar en primera fila en el prestigioso desfile de Divane, la misma invitación que Samantha Russell había recibido.