CAPÍTULO 109

Llegamos a casa en completo silencio, excepto por el sonido de los neumáticos en el asfalto y los suspiros irritados provenientes de Lily y Samuel en los asientos trasero y delantero. Tenía la mandíbula apretada, mis dedos aferrados al volante como si eso pudiera evitar que mi cerebro explotara.

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