La sorpresa de Alexander

La mano de Alexander envolvió la mía, su pulgar rozando ligeramente mis nudillos, su toque era suave, reverente y reconfortante. Me sacó de la neblina de pensamientos que había nublado mi mente desde la mañana, dispersándolos como ceniza en el viento.

—Adeline —dijo, su voz baja y firme—, no le pre...

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