#7:

Los gritos que venían de la sala me helaron la sangre. Lucía rápidamente rodeó el mostrador y corrió por el pasillo, yo la seguí.

Los gemelos se retorcían en el suelo, golpeándose mutuamente. Ramsés los miraba pálido y asustado mientras Lucía intentaba separarlos.

—¡Basta! ¡Basta, los dos! —gritó, tomando a cada uno por el cuello de sus respectivas camisas.

Ramsés despertó de su estupor, agarrando a Mark y llevándolo fuera del alcance enfurecido de Matt.

Podía ver que la pelea había causado estragos en ambos, el ojo derecho de Mark comenzaba a ennegrecerse, mientras que la comisura izquierda de la boca de Matt sangraba.

—¡Te dije que no la quiero aquí! —rugió Mark.

—¡Y yo te dije que te largues! —respondió Matt.

No podía entender la situación, quiero decir... ¿Matt se enojó porque Mark le dijo a la mujer que cocina para ellos que yo era su novia?

Aunque, pensándolo bien, creo que en realidad se enfureció cuando corregí la situación y respondí que solo era su amiga, pero en realidad ni siquiera eso. Lo que me hizo razonar, que había golpeado a su hermano pero yo era la que lo había enfadado. Para no decir algo estúpido de lo que luego me arrepentiría, me mordí la lengua, di media vuelta y me fui furiosa a mi habitación.


El reloj de mi celular me informó que eran las 11:30 de la noche. No había desayunado, almorzado ni cenado y, ¿la verdad? Estaba a punto de convulsionar de hambre. Así que salí lentamente de mi habitación y me dirigí a la cocina. Mantuve la luz apagada, para no molestar, iluminándome con la linterna del celular. Husmeé por unos minutos, hasta que decidí servirme un plato de los espaguetis que había cocinado Lucía.

La luz de la cocina se encendió, sorprendiéndome con el tenedor a unos milímetros de mi boca. Entrecerré los ojos y resoplé de frustración, los Montalvo ni siquiera me permitirían comer en paz.

—Ja. Pensé que sonaba como una rata merodeando por la cocina —murmuró, molesto—. Tenía razón, además de grosera también eres una ladrona.

—¿Una ladrona? —grité en protesta.

—Sí. Mírate, robando nuestra comida.

—¡No estoy robando nada! —me defendí.

Se acercó y temí lo peor, pero se quedó al otro lado del mostrador, mirándome con furia.

—Sal de mi casa, Ramona —gruñó.

Eso fue un golpe bajo, ese apodo siempre me hacía sentir sensible, podía sentir mis ojos humedecerse.

—Lo haré en cuanto salga el sol, Mark. ¡No tengo ningún deseo de ser parte de tu circo! —espeté entre dientes.

—¡Muy bien! Y ya que estamos aclarando las cosas... mantente alejada de mi hermano —murmuró, dándose la vuelta y apagando la luz de nuevo.


La alarma me despertó a las siete. Era domingo y realmente no tenía ganas de levantarme de la cama, pero no podía quedarme en casa de los Montalvo, toda esa situación era mala sin importar cómo la mirara. A todo el drama de la pelea del día anterior, tenía que añadir el malestar que me causó mi propia confrontación con Mark. Finalmente, tuve indigestión. Pasé parte de la madrugada vomitando las tres cucharadas de espaguetis que había comido.

¡Maldito Mark, te odio! pensé, mientras empacaba mis cosas en mi bolsa de viaje y mochila, notando que Matt había traído todo excepto mis libros.

¡Clásico!

Dejé todo listo y fui a la habitación de Matt, me había dicho que era la que estaba justo al lado de la mía. Toqué un par de veces, esperando que me invitara a entrar, pero solo hubo silencio. Giré el pestillo y me colé dentro, notando rápidamente que Matt estaba en el quinto sueño. Su habitación era mucho más espaciosa que la mía e incluso tenía una computadora de escritorio. La luz de una lámpara teñía todo de un color rojizo y me acerqué a la cama.

Justo en ese momento surgieron en mí algunas tendencias que no conocía, me da vergüenza admitir que me quedé allí, al pie de su cama prácticamente babeando. Matt dormía en calzoncillos, de esos que parecen shorts, eran negros porque podía ver el borde del elástico por encima de la sábana que lo cubría. Su abdomen era plano, contemplé su ombligo con curiosidad, mi mirada subió hasta su pecho y sus brazos tonificados y musculosos.

¡Hijo de puta! pensé.

Hijo de puta buenorro, me corregí rápidamente.

Siempre había pensado en los gemelos como mis enemigos, eran una especie de entidad maligna, eran como una hidra de la mitología griega, que si le cortabas una cabeza, dos más crecerían. Siempre habían estado allí y yo aquí, pero justo en ese minuto me di cuenta... que Matt no estaba nada mal para mirar.

Y le gusto, pensé.

Y probablemente asesinó a Amalia, susurró mi subconsciente y mi burbuja erótica estalló en mil pedazos.

Me mordí la lengua y respiré hondo. ¡A lo que vine! pensé decidida. Rodeé la cama, me incliné un poco y lo sacudí por el hombro.

—Matt, oye —susurré suavemente, después de todo, quería despertarlo, no matarlo de un infarto.

—Hmmm —balbuceó.

Tan cerca, mi corazón se hundió. Se veía tan... lindo.

—Despierta, necesito que me lleves de vuelta —insistí, sacudiéndolo un poco más enérgicamente.

Matt abrió los ojos, me miró somnoliento, sonrió como el gato que acaba de sacar un pez gordo de una pecera, envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y me subió a la cama con él.

Luché por unos minutos y en lugar de soltarme, levantó uno de sus pesados muslos, apoyándolo en mi cadera.

Me puse a sudar frío, temiendo que Matt fuera a violarme en sueños, o peor. ¿Y si terminaba estrangulándome?

—Matt, oye... ¿qué...?

—Un minuto, solo un minuto y luego te dejo ir —susurró, escondiendo su cara contra mi cuello y oliéndome.

Se acomodó, pegándose aún más a mí y continuó durmiendo como si nada hubiera pasado. Gruñí internamente, quedándome quieta por unos momentos, y luego intenté nuevamente que me soltara.

—Matt, oye —murmuré.

—¿Hmm?

—Tengo que irme.

Resopló, abriendo los ojos lentamente. Nunca, y repito, nunca había visto sus ojos tan de cerca, su cara tan cerca.

Sus rasgos me eran tan familiares como los míos, sin embargo, la luz rojiza de la lámpara lo hacía parecer extraño. No sé.

—¿Rosi? —preguntó somnoliento.

—Sí. Soy yo.

Pellizcó sus labios, respirando por ellos, su mirada recorrió mi rostro mientras sus brazos se apretaban más alrededor de mí.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a pedir tu ayuda, necesito... —No me dejó terminar. Sin previo aviso y sin ningún tipo de delicadeza, Matt Montalvo pegó su boca a la mía y terminó metiendo su lengua en mi garganta.

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