Capítulo 3 La traición más profunda

Nina suspiró —Bella sigue enferma. ¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora?

Isabella se quedó callada.

—Nina, si dejas que tu hermana vuelva aquí otra vez, ¡no te molestes en regresar tú!— Charlie dejó caer las bolsas que llevaba y salió furioso, cerrando la puerta de un portazo.

Isabella había dependido de su hermana Nina desde que eran niñas. Vivía con Nina y sabía cuánto la despreciaba su cuñado Charlie. Ahora que tenía un trabajo, sentía que no debía ser una carga para Nina.

—No te preocupes, pronto encontraré un lugar.

—Bella, si pasa algo, tienes que decírmelo, ¿de acuerdo? No lo cargues todo tú sola— dijo Nina, acariciando suavemente el cabello de Isabella.

—Está bien— Isabella asintió, sin poder contener más las lágrimas.

Nina abrazó a Isabella, dándole palmaditas en la espalda para consolarla.

Después de que Nina se fue, Isabella, necesitando usar el baño mientras aún estaba conectada a una vía intravenosa, se levantó y se dirigió al baño.

Al llegar a la puerta, alguien dentro estaba saliendo. Isabella instintivamente se hizo a un lado, pero notó que la persona tropezaba y estaba a punto de caer.

Ignorando su propia condición, Isabella se apresuró a atraparla, dándose cuenta de que era una anciana.

—¿Está bien? Es peligroso estar aquí sola sin nadie que la ayude— dijo Isabella, ayudando cuidadosamente a la señora a regresar a su cama.

La señora habló lentamente —Todavía soy fuerte. Tener a alguien que me cuide me hace sentir vieja. Pero aun así, gracias por tu amabilidad, joven.

Después de asegurarse de que la señora estuviera acomodada, Isabella entró al baño.

Al quitarse la ropa, vio los moretones en su cuerpo, como huellas dolorosas.

Recordó la noche salvaje anterior, el extraño, las escenas vergonzosas...

Su mente era un caos.

Lloró en silencio, dejando que las cálidas lágrimas bañaran su rostro, esperando borrar las marcas y recuerdos.

Pero esas marcas y recuerdos parecían grabados en sus huesos, imposibles de borrar.

De vuelta en su habitación, Isabella tomó una caja de píldoras de su bolso, sacó una y la tragó con agua.

Era una píldora del día después que compró en la farmacia fuera del hospital. No quería correr riesgos.

La píldora era amarga, haciéndola querer vomitar.

A la mañana siguiente, Isabella se levantó temprano.

Empacó sus cosas y fue al pasillo a preguntar a la enfermera sobre los procedimientos para solicitar asistencia de la empresa.

La enfermera, después de revisar su número de cama, le dijo a Isabella que los gastos de su cama ya habían sido cubiertos por alguien que pidió que descansara bien si se lo preguntaban.

Isabella pensó que era poco probable que Vanessa hiciera esto. ¿Podría ser Sebastián?

Se recompuso y regresó a su cama, tomando un libro para pasar el tiempo.

—¿Bella? ¿Te sientes mejor?— Una cara familiar apareció detrás del libro. Era Samantha Cook, la mejor amiga y compañera de cuarto en la universidad de Isabella.

—¿Samantha? ¿Qué haces aquí?

—Le dije. No mencionaste nada sobre estar enferma. Tuve que ir a tu lugar de trabajo para averiguarlo.

El novio de Isabella, Matthew Landon, dobló su abrigo y se sentó junto a la cama.

—¿Qué pasa con todas las bolsas?— preguntó Samantha inocentemente.

—Mis cosas. Mi cuñado me echó. Necesito encontrar un lugar para alquilar después de salir de aquí. ¡Qué lío! —murmuró Isabella.

—¿Por qué no te mudas conmigo por ahora? Podemos resolver el resto después, ¿vale?

—¡Samantha, eres la mejor amiga del mundo! —Isabella abrazó a Samantha emocionada.

—Bella, necesitas descansar. Vamos —dijo Matthew, mirando a Samantha.

—Está bien —Samantha pellizcó la mejilla de Isabella a regañadientes—. Cuídate, descansa y no te muevas demasiado. Los hospitales no son los lugares más limpios.

—Lo sé. Tú también cuídate.

Después de que se fueron, una enfermera le recordó a Isabella que tenía una revisión y necesitaba vestirse y bajar.

Respiró hondo, se vistió y se dirigió al ascensor con sus registros médicos.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Isabella estaba a punto de entrar cuando vio a dos personas dentro.

Estaban besándose, sus rostros ocultos, pero sus espaldas le resultaban familiares.

Su corazón dio un vuelco, una mezcla de miedo e inquietud la invadió.

Instintivamente dio un paso atrás, golpeando la puerta del ascensor que se cerraba con un ruido sordo.

Las personas dentro se dieron la vuelta y un rostro familiar apareció.

Isabella sintió su corazón saltar a su garganta.

—¿Matthew? —la voz de Isabella estaba tensa, como si algo la estuviera ahogando.

En el ascensor estaba Matthew, el hombre por el que tenía sentimientos.

Seguía pareciendo el profesional impecable, pero sus ojos detrás de las gafas de montura dorada ya no eran cálidos. En cambio, mostraban sorpresa y un atisbo de pánico.

El corazón de Isabella se enfrió. ¿Pánico? ¿Se sentía culpable, como si hubiera visto un fantasma?

—Bella, yo... —balbuceó Matthew, incapaz de formar una frase completa.

Intentó dar un paso adelante pero se detuvo, sus pies clavados en el suelo.

Detrás de Matthew, Samantha asomó tímidamente.

—Bella, por favor no lo malinterpretes. Matthew y yo... —la voz de Samantha era apenas un susurro, lágrimas corriendo por su rostro.

—¿Malinterpretar? —Isabella casi se rió—. Samantha, ustedes están así, ¿y crees que necesito malinterpretar?

Las lágrimas de Samantha fluyeron aún más. —Bella, sé que me odias, pero realmente amo a Matthew. No pude evitarlo.

—¿No pudiste evitarlo? —Isabella rió con amargura—. ¡Samantha, eres toda una actriz! Eras mi mejor amiga, pero robaste a mi novio y ahora me dices que no pudiste evitarlo. ¿Crees que soy estúpida?

—Bella... —intentó hablar Matthew.

—¡Cállate! —espetó Isabella, señalando a Matthew—. ¿Qué derecho tienes a hablar? ¡Debí estar ciega para enamorarme de alguien como tú!

El rostro de Matthew se puso feo. Extendió la mano para agarrar a Isabella, pero ella lo empujó.

—¡No me toques! —la voz de Isabella estaba llena de disgusto—. ¡Eres repugnante!

—Bella...

—¡Lárgate! —escupió Isabella las palabras y se dio la vuelta para irse. Tropezó unos pasos, casi cayendo.

Matthew intentó ayudarla, pero ella lo miró ferozmente.

—¡No vuelvan a mostrar sus caras! —dijo Isabella entre dientes, agarrando sus registros médicos mientras se alejaba sin mirar atrás.

Corrió tan rápido como pudo, como si estuviera huyendo por su vida. Solo quería escapar de allí, de esas dos personas repugnantes.

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