CAPÍTULO SETENTA Y DOS

Mis piernas eran como gelatina mientras Ares lavaba mi cuerpo con suavidad. Después de tocar mi coño como si estuviera tocando el violín, fue más allá al arrodillarse, levantar una de mis piernas sobre su hombro y lamerme con total abandono.

Me corrí dos veces en su lengua y no podía mantenerme en ...

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