



01 • El fin
ADVERTENCIA DE CONTENIDO • Este capĂtulo contiene temas sensibles, como depresiĂłn, problemas de salud graves y suicidio. Proceda con precauciĂłn.
SolĂa amar a Christopher Houghton más que a nada en el mundo, incluso más que a mĂ misma.
Lo amaba tanto que sacrifiqué cada pedazo de mi corazón e incluso mi alma... Y pasé la mayor parte de mi vida tratando de que él me amara de vuelta.
Él fue mi primer amor... mi primer y Ăşnico amor — y la razĂłn de mi caĂda.
Los brillantes ojos marrones de Christopher y su cabello más oscuro me hipnotizaban. Su aura tranquila, compuesta pero atenta, calentaba mi pecho desde el primer momento.
No sabĂa que un corazĂłn podĂa latir tan fuerte. No sabĂa que era posible tener mariposas en el estĂłmago, pero existĂan dentro de mĂ y aleteaban cada vez que veĂa a Christopher.
Y continuĂł asĂ durante años, muchos años, hasta que empezaron a morir, una por una, dejándome tan vacĂa que dolĂa.
HabĂa un agujero en mi pecho y una necesidad tortuosa de llenarlo. En algĂşn momento, el amor puro que sentĂa se convirtiĂł en una profunda obsesiĂłn. QuerĂa tenerlo. QuerĂa que me amara... y necesitaba que me amara.
Pero las campanas de la iglesia siempre han resonado en mi cabeza, incluso después de todos estos años. Sucede cuando cierro los ojos para dormir e incluso cuando estoy sola en esta habitación. Ese maldito sonido, que una vez marcó el momento más feliz de mi vida, resultó ser mi peor pesadilla.
El predicador preguntĂł: “Charlotte, Âżaceptas a este hombre como tu esposo?” Y yo dije: “SĂ, acepto,” con la sonrisa más brillante del mundo.
Pero si hubiera sabido, en ese entonces, que estos diez años con Christopher serĂan una verdadera miseria... ÂżQuĂ© habrĂa hecho?
Luchando, extiendo mi mano frágil y huesuda hacia mi vientre. Lo acaricio suavemente, a pesar de saber que mi hijo ya no está conmigo. Se ha ido hace tanto tiempo, nunca acunado en mis brazos — y esta agonĂa corta más profundo que cualquier otra en mi cuerpo debilitado.
SĂ© que estoy muriendo. He estado muriendo durante mucho tiempo. Por dentro, por fuera. Un pedazo de mĂ cada dĂa. No solo he cedido a la enfermedad, sino que tambiĂ©n me he rendido a la tristeza que ha pintado mis dĂas de gris. Aunque afuera, el cielo sigue despejado y el sol continĂşa brillando como siempre, dentro de esta habitaciĂłn es una historia diferente — al menos para mĂ.
Cierro los ojos, recordando la primera vez que mi mundo se derrumbó a los cinco años. Demasiado joven para entender, perdà a mis padres en un trágico accidente.
Mi primer recuerdo es mi tĂa Amelia, la hermana menor de mi mamá, acogiĂ©ndome y cuidándome como si fuera su propia hija hasta que tuve doce años... cuando ella tambiĂ©n dejĂł este mundo en un accidente de coche.
Ahora que lo pienso, la muerte siempre ha estado presente en mi vida, Âżverdad? ÂżHabrĂan sido diferentes las cosas si las personas que más amaba no se hubieran ido? ÂżEstarĂa pasando por todo esto si Marshall Houghton no me hubiera adoptado?
Incluso despuĂ©s de veinte años, todavĂa puedo imaginar la primera vez que esas grandes puertas de la finca se abrieron. La voz de abuelo resonando y diciendo: “Este es tu hogar ahora.”
Abuelo, si pudieras verme ahora, Âżte arrepentirĂas de haber atado mi destino al de tu nieto? Si supieras que mi sonrisa de entonces llevarĂa a años de lágrimas, resentimiento, tristeza y odio, Âżme habrĂas confiado a Christopher?
La puerta se abre, interrumpiendo mis pensamientos. LucĂa entra en la habitaciĂłn con su impecable atuendo blanco y esa sonrisa de disculpa que tiene cuando es hora de mi tratamiento.
—Es hora de la hemodiálisis, señora Houghton —dice suavemente, deteniéndose junto a mi cama—. ¿Cómo se siente hoy?
¿Cómo me siento hoy? Igual que ayer — igual que hace tres meses cuando me di cuenta de que cambiar ese órgano muerto no me iba a salvar.
Pero no hay necesidad de responder. Incluso si forzara las palabras a salir de mi boca seca, no tengo ganas de hablar. Perdà esa motivación también, hace mucho tiempo... cuando también me di cuenta de que no importa cuánto suplique, el amor de mi esposo nunca me pertenecerá.
LucĂa mira la mano en mi vientre y me da una sonrisa triste, sus ojos suaves pero llenos de lástima. Y a pesar de mi silencio, insiste:
—Más tarde, podemos salir. Es un dĂa tan hermoso... un paseo por el jardĂn podrĂa hacerle bien a la señora.
Ella toma cuidadosamente mi mano de mi vientre y la coloca en el colchón, luego me pincha el brazo con la aguja. No necesita buscar una vena; todas están sobresaliendo en mi piel. Y ya no duele. A estas alturas, ya estoy acostumbrada.
Estoy tan frágil, tan indiferente, con la piel pálida y seca. No queda rastro de la chica vivaz que entrĂł en esta casa por primera vez. No hay señal de la Charlotte que dijo "SĂ, acepto" en el altar y jurĂł vivir feliz para siempre con un hombre que me odia más que a nada.
Una vez más, la puerta se abre de golpe, y tengo que mirar hacia abajo para ver a la niña que se pone de puntillas, agarrando firmemente el pomo de la puerta. Mi corazón se ablanda cuando ella me mira, su sonrisa iluminando la habitación. En momentos como estos, parece que el sol me ha visitado. Corre hacia el borde de la cama, suelto su cabello castaño que se balancea junto con su vestido amarillo.
—¡Kyra! ÂżNo te regañó tu madre por venir aquĂ? —dice LucĂa, con las manos en las caderas, mientras enciende la máquina que extrae mi sangre a travĂ©s del tubo.
Parpadeo lentamente, observando a la niña inclinarse sobre la cama, alcanzando mi mano.
—¡QuerĂa ver a la tĂa Lotte! —dice Kyra con un puchero—. La extrañé.
—Tu tĂa está cuidando su cuerpo ahora mismo. ÂżPor quĂ© no vuelves más tarde? Puedo traer tĂ© y galletas si no le dices a tu madre.
—¡Puedo hacer eso! —Sus grandes ojos marrones brillan. Eso trae una leve sonrisa a estos labios mĂos que ya no saben cĂłmo reaccionar—. Pero, Âżle duele?
—Duele un poco, pero la tĂa lo necesita —dice LucĂa, mirándome—. Necesita hacer esto para mejorar.
Mentira. No voy a mejorar. Estoy muriendo, y LucĂa lo sabe. Pero al igual que no recuerdo a mis padres, que murieron cuando tenĂa cinco años, Kyra no me recordará.
—Pero no quiero que la tĂa sienta dolor... —Los ojos de Kyra se llenan de lágrimas ahora, y junta sus pequeñas manos cerca de su pecho—. Quiero ayudar a la tĂa.
Hace una pausa, pensativa, y luego sus cejas se levantan como si hubiera tenido una idea brillante.
Con un gesto espontáneo y amoroso, se inclina y planta un largo y sonoro beso en mi mano, en este brazo que solo conoce el dolor.
—¿De verdad amas a la tĂa Charlotte, no? —LucĂa acaricia el cabello castaño de Kyra, que es exactamente del mismo tono que el de su padre. De hecho, Kyra se parece tanto a su padre que es su viva imagen.
—SĂ... ¡Amo a la tĂa Lotte más que a nada! —dice, asintiendo varias veces—. ÂżCrees que si le doy un beso todos los dĂas, ella puede mejorar y hablar conmigo otra vez? ¡Quiero que me cante!
Como esta es la Ăşnica emociĂłn que puedo expresar, las lágrimas se acumulan en mis ojos, y una rueda por mi mejilla. Los ojos de LucĂa se agrandan, y rápidamente la limpia antes de que Kyra lo note.
—Kyra, cariño, deberĂas...
—¿QuĂ© haces aquĂ, Kyra? —La voz aguda y familiar me hace mirar lentamente hacia la puerta, que chirrĂa bajo la mano con anillos y uñas pintadas de rojo. Es la amante de mi esposo—. ÂżNo te dije que no vinieras más aquĂ?
—Madre... —Los hombros de Kyra se hunden, y baja la cabeza.
—Ve a tu habitación.
—Señorita Evelyn... solo querĂa ver cĂłmo está la señora...
—¡Cállate! ¡No te atrevas a interferir en la crianza de mi hija! ¡Eres solo una enfermera que cuida a una mujer moribunda! ¡Este peso muerto morirá pronto, y tú estarás fuera de esta casa! —dice Evelyn con dureza y en voz alta, y yo solo parpadeo, sus palabras ya no me afectan.
Kyra solloza, luchando contra las lágrimas.
—¡No llores! ¿Por qué siempre estás llorando? ¡Todo lo que haces es llorar! —Evelyn levanta aún más la voz, una vena sobresaliendo en su cuello—. ¡Ve a tu habitación, ahora!
Incapaz de hablar o controlar sus lágrimas, Kyra sale corriendo de la habitación, llorando en voz alta, pasando entre las piernas de su madre, que ni siquiera se inmuta.
Intento levantar mi mano y alcanzarla, pero no puedo. Es tan difĂcil... Apenas me queda fuerza en el cuerpo. Incluso si quiero abrazarla y hacerla sentir mejor como solĂa hacer cuando era un bebĂ©... No puedo. Estoy atrapada aquĂ, incapaz de hacer nada.
Y asĂ, la habitaciĂłn cae en un pesado silencio, pero no dura mucho. Pronto, los tacones altos de Evelyn resuenan en el suelo mientras camina hacia mĂ. Es tan elegante y hermosa. Sus labios pintados de rojo y su perfume me hacen sentir enferma —o tal vez es la máquina que extrae y devuelve mi sangre, pero honestamente, no importa.
—TĂş tambiĂ©n vete —ordena a LucĂa, que mira preocupada a la mujer.
—Pero...
—Vete —espeta Evelyn, cruzando los brazos—. ¿Quieres que le diga a Christopher que me estás desobedeciendo?
LucĂa me da una mirada ansiosa, y yo asiento sutilmente con la cabeza, asegurándole que está bien. Impotente y frustrada, baja los hombros y sale de la habitaciĂłn, cerrando la puerta con un suave golpe.
Ahora que finalmente estamos solas, Evelyn me da una sonrisa triunfante y se acerca; sus pasos son un sonido que he llegado a detestar tanto como las campanas de la iglesia en ese maldito dĂa de la boda.
Se detiene junto a la cama, al lado de la máquina, y coloca su mano sobre ella, con malicia brillando en sus ojos verdes.
—¿TodavĂa recuerdas el dĂa que intentaste robarme a Chris? —La voz de Evelyn es baja ahora, pero gotea sarcasmo—. SonreĂas como una idiota, pero Ă©l... Christopher parecĂa estar en un funeral.
Sigo mirándola sin mostrar ninguna reacción, y eso solo la divierte más.
—¿Eres feliz, Charlotte? —pregunta, casi cantando, con una sonrisa maliciosa—. Pasaste diez años tratando de que él te amara, pero lo único que lograste fue que te odiara más. Tu esposo te odia tanto que no le importa si te estás muriendo, y ni siquiera le importó cuando perdió a ese maldito hijo tuyo. ¿Sabes por qué? Porque Christopher te desprecia, Charlotte... Te desprecia más que a nada. La única felicidad que puedes darle ahora es morir.
Lo sé.
Christopher y yo solo nos hemos lastimado en estos diez años de matrimonio.
—Si tan solo hubieras firmado los papeles del divorcio cuando ese viejo muriĂł... Pero no, seguiste intentando hacer de nuestras vidas un infierno. Y ahora, mira lo que pasĂł... El karma está cobrando su deuda. —Evelyn desliza su mano sobre la máquina, tocando el tubo que devuelve la sangre a mi cuerpo—. Pero realmente me rompe el corazĂłn verte en este estado... ÂżDeberĂamos finalmente poner fin a tu sufrimiento?
Como dijo Evelyn, si tan solo hubiera firmado los papeles del divorcio, tal vez las cosas podrĂan haber sido diferentes.
A pesar de que nada de esto fue idea mĂa, llevo una responsabilidad aĂşn mayor y más amarga.
Si los hubiera firmado, Christopher no habrĂa traĂdo a Evelyn a vivir bajo el mismo techo que nosotros. No me habrĂa hecho ver su traiciĂłn dĂa tras dĂa, muriendo un poco más cada segundo.
Si me hubiera ido, ÂżhabrĂa nacido mi hijo?
—¿Quieres que te saque de tu miseria? —dice Evelyn, riendo, y quita su mano de la máquina—. No, claro que no... Nunca dejarĂas ir a Christopher, Âżverdad? Quieres seguir viva solo para hacerlo tan miserable como tĂş.
Es cierto... por un tiempo, realmente me aferrĂ© a la vida, pensando que nunca morirĂa y lo dejarĂa vivir feliz. No despuĂ©s de todo lo que he pasado... no despuĂ©s de todo lo que Ă©l me ha hecho.
Christopher se fue en nuestra noche de bodas; ni siquiera me ayudó a quitarme el vestido. Pasé toda la noche llorando, rogándole que volviera y se quedara conmigo.
Me evitĂł, me despreciĂł, e hizo todo lo posible para convertir este matrimonio en una pesadilla.
No derramó una sola lágrima cuando nuestro hijo murió en mi vientre.
Durante diez años, me hizo ver su vida perfecta con su amante y amĂł a su hijo. Pero no al mĂo. Pero no a mĂ.
Y sé que me he vuelto loca. Sé que hice todo lo posible para lastimar a Evelyn, para mantenerla alejada de nuestras vidas... Pero todos mis esfuerzos solo alejaron a mi esposo, construyendo millas entre nosotros, aunque compartiéramos el mismo techo.
Hice todo... Realmente hice todo para ganar su amor, o al menos una migaja de atenciĂłn.
No estoy orgullosa de las cosas que he hecho. No estoy orgullosa de buscar el calor de otro para satisfacerme o de compartir una cama con el hermano de Christopher. En el fondo, querĂa castigarlo. QuerĂa venganza. QuerĂa que se sintiera tan patĂ©tico como yo. Pero, por supuesto, nada de eso funcionĂł — Christopher nunca se preocupĂł por mĂ, ni por un segundo.
—Sabes que es solo cuestiĂłn de tiempo, Âżverdad? —rĂe, tocando su barbilla, pensativa—. Vas a morir, Charlotte... Y ni siquiera en la muerte obtendrás la atenciĂłn de Christopher. Nunca obtuviste su amor, y no obtendrás su lástima ahora.
SĂ© que las palabras de Evelyn son verdad.
Desde que mi enfermedad empeorĂł, no me ha visitado ni una sola vez.
—Honestamente, Charlotte... —Se inclina sobre mà y presiona mi brazo, donde está el catéter—. ¿Por qué no te mueres ya?
No digo una palabra; solo la miro sin reaccionar. Y ella rĂe como si mi estado actual fuera realmente divertido.
—Piénsalo... si quieres acabar con tu miseria, solo llámame... Lo haré por ti.
Evelyn acaricia mi rostro, rozando las puntas de sus uñas rojas contra mi piel pálida, luego me da dos palmadas en la mejilla y retira su mano, limpiándola en su falda con disgusto.
—Y mantente alejada de mi hija —dice, dándome la espalda—. Kyra es mĂa.
Los zapatos de Evelyn resuenan en el suelo de nuevo, recordándome las campanas de la boda, mi "sĂ, acepto", mi sonrisa ignorante, la expresiĂłn cerrada de Christopher y las sonrisas forzadas de los invitados.
Todo pasa por mi mente, hacia atrás y hacia adelante, una y otra vez, sola en esta prisiĂłn mĂa.
Recuerdo cuando mi enfermedad me golpeĂł con fuerza.
Recuerdo el nacimiento de Kyra y mis intentos tontos de llamar la atenciĂłn de mi esposo.
Recuerdo la sangre corriendo por mis piernas en el suelo del baño cuando perdà a mi hijo, que estaba tan cerca de estar en mis brazos.
Recuerdo el momento en que Christopher trajo a Evelyn a nuestra casa porque me negué a firmar los papeles del divorcio.
Y la lluvia que cayó sobre nosotros, mojando mi cabello y mezclándose con mis lágrimas, en el funeral del abuelo Marshall.
Nuestra primera y Ăşnica noche juntos.
La noche de bodas que pasé sola.
Nuestro matrimonio.
El momento en que atravesé las puertas de hierro y lo vi por primera vez.
... Y todo se vuelve oscuro, apagando mis emociones.
¿Por qué me aferro a una vida tan miserable? ¿Por qué estoy atrapada en este cuerpo en descomposición, en esta mente rota que ya no puede encontrar ningún rastro de felicidad?
Estoy cansada.
Estoy tan malditamente cansada.
Si hubiera sabido que mi amor por Ă©l serĂa mi caĂda, habrĂa matado ese sentimiento desde el principio.
Si hubiera sabido que diez años con Christopher serĂan esta pesadilla... no habrĂa intentado tanto ganarme su amor — no habrĂa sacrificado todo por Ă©l.
Mi mayor arrepentimiento es no haber firmado esos malditos papeles del divorcio.
—Estoy cansada —digo con una voz baja, casi un susurro, mi garganta seca e hinchada.
Tiro de los cables descuidadamente, arrancando el catéter profundamente incrustado en mi brazo; esto hace que mi sangre gotee de la pequeña herida, manchando el suelo de madera.
Mi cabeza se siente pesada y vacĂa, y todo gira, la visiĂłn se oscurece. Aun asĂ, obligo a mi cuerpo a obedecer y planto mis pies en el suelo sobre la sangre resbaladiza.
Con una respiraciĂłn profunda, ordeno a mis piernas temblorosas, dĂ©biles y delgadas que sostengan este cuerpo esquelĂ©tico mĂo, pero por supuesto, no puedo. No me he levantado en un tiempo, y estoy demasiado mareada y nauseabunda por el procedimiento.
Levanto la cabeza y miro hacia el balcón para ver la luz que entra desde afuera. Las cortinas se balancean, y una brisa agradable entra en la habitación, recordándome la sensación de libertad... algo que perdà hace mucho tiempo.
No, algo que arrojé yo misma.
Me arrastro por el suelo, manchando mi ropa con mi sangre, usando mis uñas quebradizas para raspar la madera mientras fuerzo mis rodillas. Lentamente, llego al balcón — y el mundo se despliega ante mis ojos.
El cielo es azul, y los árboles del jardĂn, tan verdes, se balancean libremente en el viento.
Libres.
Si tuviera la oportunidad de ser libre... vivirĂa la vida a mi manera, haciendo todo lo que no pude.
Si tuviera una segunda oportunidad, buscarĂa solo mi propia felicidad.
HarĂa que cada dĂa contara...
Y vivirĂa para mĂ misma sin arrepentimientos.
Apoyo mis brazos en la barandilla del balcĂłn y reĂşno fuerzas para ponerme de pie, finalmente sobre mis pies.
—Dios... —llamo, mirando al cielo, y rezo—. Por favor, al menos déjame estar con mi hijo.
Tomo una respiraciĂłn profunda y, con extrema dificultad y extremidades temblorosas, subo a la gruesa barandilla de concreto.
El viento revuelve mi cabello y acaricia mi piel, y por primera vez en muchos años, me siento en paz.
Cierro los ojos, escuchando los latidos rĂtmicos de mi cansado corazĂłn...
Y sin vacilaciĂłn ni miedo a la muerte que me ha estado abrazando durante tanto tiempo, me dejo caer.
…
…
…
El vaso se desliza de mi mano, rompiĂ©ndose ruidosamente en el suelo y sobresaltándome. Mis ojos se abren de par en par, y mis pupilas se dilatan mientras un zumbido agudo y doloroso llena mis oĂdos. Gimo e instintivamente trato de cubrirme los oĂdos, esperando que el mareo pase y mi visiĂłn se aclare.
—MorĂ, Âżverdad? Definitivamente morĂ. Entonces, ÂżquĂ© es esto, vida despuĂ©s de la muerte? —murmuro, mi mirada bajando a mis pies, notando el agua fluyendo debajo de mis tacones blancos—. ÂżQuĂ© demonios...?
Las palabras desaparecen de mi lengua cuando finalmente levanto los ojos y me encuentro con el espejo frente a mĂ. Un grito de sorpresa escapa de mis labios, y retrocedo, resbalando en el suelo mojado. Mi cabeza cae hacia atrás junto con el resto de mi cuerpo, vislumbrando el techo antes de que mi cuerpo golpee el suelo. El dolor agudo me roba el aliento y mi visiĂłn se vuelve borrosa.
Las lágrimas llenan mis ojos, corriendo por mis mejillas sonrojadas y vivas mientras me concentro en esta vista imposible.
No puede ser... ÂżHe vuelto?