Capítulo 4: El primer encuentro.
Tocó el timbre del intercomunicador, pero solo se oía estática al otro lado de la línea.
—Soy Nathan Grayson, amigo de Sebastián Velázquez. ¿Me oye? —preguntó, pulsando el botón.
Se volvió a oír la interferencia, ahora mezclada con la voz distorsionada de una persona. Nathan se preguntó cómo era posible que, teniendo suficiente dinero para vivir en una mansión, no tuvieran un intercomunicador que funcionara bien.
Para su sorpresa, parecía que lo habían oído, porque las grandes puertas se abrieron de pronto, acompañadas por el crujir del metal.
Ahora que se fijaba, las barras de la puerta eran casi de color cobre, cubiertas de óxido. Malas hierbas crecían por toda la entrada. Todo esto le dio la sensación de estar entrando en la casa de una película de terror. Comenzó a avanzar por un gran jardín que conducía a la mansión. Era muy diferente de lo que podía verse desde fuera. Cuanto más caminaba por el sendero empedrado, más se maravillaba del paisaje: flores bien cuidadas, árboles imponentes, y una calma que parecía casi irreal.
Después de casi diez minutos caminando, arrastrando sus maletas con ruedas y cargando un par de mochilas a los costados, logró acercarse a la mansión. Llegó a la puerta principal, adornada por uno de los robles que había visto durante su paseo. Llamó directamente con el puño y esperó.
En ese momento, oyó un crujido proveniente del árbol que se encontraba a unos metros. Lo miró con atención y notó algo extraño. Algo parecía haberse movido entre las hojas del follaje, sobre una de las ramas gruesas.
«¿Podría ser algún animal salvaje?», pensó Nath.
Decidió dejar todas sus cosas en el suelo del porche de madera y se acercó con curiosidad. Entrecerró los ojos y miró a través de las hojas; le pareció ver algo de pelaje negro. ¿Podría ser un gato? No lo creía posible, ya que la criatura parecía de gran tamaño.
Sentía que lo observaban, pero aun así se acercó al tronco para ver mejor. Entre las ramas vislumbró algo amarillo: parecía tela. Continuó mirando desde ese punto y empezó a identificar el origen del ruido anterior.
En ese instante, el crujido se repitió, esta vez acompañado de un grito femenino. Para su mala suerte, ya era demasiado tarde cuando notó su error: alguien cayó del árbol, directo hacia donde él estaba de pie.
Luego, todo se oscureció. Justo antes de desvanecerse, escuchó unos pasos aproximarse.
—¡Summer! ¡¿Qué sucedió?! ¿Qué hace ese chico tirado en el suelo? —era la voz exaltada de una mujer.
Y eso fue lo último que recordaba haber visto y oído.
Volviendo al presente, Nathan estaba ahora en una habitación desconocida, con una chica desconocida que le cubría la boca para silenciarlo.
Definitivamente, este no era el comienzo que él se esperaba.
El sonido de alguien subiendo las escaleras, seguido por pasos que se acercaban a la puerta, alertó aún más a la chica que tenía frente a él.
—Tú solo sígueme la corriente y asiente a todo lo que yo te diga, ¿de acuerdo? —ella se había acercado más a él para decir lo último casi en un susurro, muy cerca de su oído. Luego volvió a conectar su mirada con la de él, firme, esperando su respuesta.
Era extraño que toda la situación provocara que el corazón de Nathan se acelerara. Era una sensación que no lograba ubicar, como si no recordara dónde la había sentido antes. Aun así, decidió ignorarla por el momento y asintió con la cabeza, respondiendo a la petición de la azabache.
Ella pareció más tranquila y retiró la mano de su rostro. Le dedicó una sonrisa tierna, casi cómplice, antes de reincorporarse y sentarse con elegancia en la silla junto a él, justo unos segundos antes de que la puerta se abriera.
Nathan estaba sorprendido por lo rápido que había pasado de parecer un hámster salvaje mientras lo amenazaba, a convertirse en una dama tierna y refinada.
«Una dama malvavisco», pensó divertido para sí mismo por el apodo que se inventó.
Una mujer mayor entró. Tenía el cabello completamente blanco y vestía con sobriedad, como si fuera a asistir a una reunión importante. A pesar de su baja estatura, su presencia imponía respeto.
—¿Cómo te encuentras, Nathan? ¿Ya te sientes mejor? —preguntó inesperadamente con tono cariñoso—. Ese golpe de calor te dio muy fuerte como para que te desmayaras.
—¿De qué golpe está hablando?
—Pobrecito, el calor le afectó más de lo que creímos, hasta le nubló un poco la memoria —intervino la más joven a su lado—. Estabas tirado en el jardín frontal, casi desvanecido, divagando sobre el calor que hacía justo antes de perder la conciencia.
—Afortunadamente, Summer te encontró a tiempo para poder atenderte —mencionó la mujer de cabellos blancos, mientras descansaba sus manos con afecto sobre los hombros de la muchacha—. Te trajimos hasta la habitación de mi nieta, ya que cuando llegaste aún no habíamos terminado de arreglar la que tú usarás. Además, esta habitación es la más cercana a las escaleras.
La mujer seguía hablando, mientras él solo pensaba en cómo lo primero que había dicho no tenía ningún sentido para él.
«¿Golpe de calor? Por favor… Yo vivo cerca de la playa. Si algo me resulta desconocido, es el frío», pensó, contrariado.
Además, podía recordar con total claridad cómo alguien había caído sobre él, y que esa fue la verdadera razón de su desmayo.
Con el rostro aún confundido, estuvo a punto de corregir a la anciana. Pero las palabras murieron en su boca al ver de reojo a la que ahora sabía que se llamaba Summer.
Ella lo observaba con los ojos muy abiertos, como si intentara hipnotizarlo con la mirada. Entonces recordó que habían acordado que le seguiría el juego.
«No sé por qué acepté, pero lo mejor será hacerlo. No tengo ni un día aquí y no quiero empezar con el pie izquierdo con quien será una de mis compañeras de vivienda», pensó, resignado.
—Eh… sí, creo que estoy mejor —respondió, tratando de sonar lo más natural posible—. Creo que más que el calor, fue que no desayuné bien esta mañana, y por eso estaba algo débil.
La chica lo miraba asintiendo, como si escuchara con atención, pero él sabía que era una señal de que estaba conforme con su explicación.
—Bueno, en ese caso, Summer querida, ¿podrías traerle algo de cenar a nuestro invitado? —pidió la mujer mayor.
La menor se levantó y se fue, dejando el asiento vacío, que ahora fue ocupado por la mujer de cabello blanco.
—Ya conociste a mi nieta Summer. Tiene casi tu misma edad. ¿No es una dulzura?
«No es la palabra que yo habría usado para describirla después de nuestro primer encuentro», pensó, aunque respondió compartiendo la misma opinión que la señora.






























