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Capítulo 3: De la playa a la montaña.

—Estás despedido.

Esas eran las palabras que Nathan menos esperaba oír de su jefe y compañero de piso, Sebastián. Después de regresar juntos del trabajo la noche anterior, el hombre mayor —que no había dicho ni una palabra desde aquella llamada telefónica— finalmente se dignó a hablar, pero solo para pronunciar las temidas palabras: “Tenemos que hablar.”

Sebastián se lo había dicho, dejando claro que lo hablarían por la mañana. Nathan pensó que tendría algo que ver con su decisión de pausar los estudios, pero nunca imaginó que eso era lo que quería decirle... hasta hace un segundo.

Cuando el hombre mayor vio que el chico parecía haber recibido un balde de agua fría, se dio cuenta de que había cometido un error.

—Lo que quiero decir es que ya no podemos trabajar juntos —esto tampoco sonaba bien—. Ya no podemos compartir piso —dijo Sebastián.

Vale, quizá lo mejor era explicarle todo con más detalle, a ver si el chico cambiaba de expresión y dejaba de hacerle sentir como si acabara de patear a un cachorro, pensó Sebastián.

—Mi hermana me llamó anoche. Al parecer, nuestra madre está muy delicada de salud y necesita ayuda para cuidarla. Así que tendré que ir a donde ella vive por un tiempo, lo que significa que tendré que cerrar la tienda durante mi ausencia.

—Podría ir contigo para ayudarte —se ofreció Nathan sin dudarlo.

—Lo siento, pero eso no es posible. Mi hermana vive en otro país y, para que puedas ir, necesitarías un pasaporte, que aún no tienes.

—Entonces me encargaré de todo aquí, mientras estés fuera, yo... —Pero Sebastián no lo dejó terminar de hablar y tomó las riendas de la conversación.

—Esa tampoco es una opción. No me perdonaría dejar a un adolescente viviendo solo y trabajando sin ayuda todas las noches. Eso no es negociable, Nathaniel —lo llamó por su nombre completo, y Nathan sabía que eso solo significaba que él estaba muy decidido—. Además, voy a tener que alquilar el departamento mientras esté fuera. Pagar los servicios mientras no estoy sería muy costoso. No puedo estar sin trabajar mucho tiempo, y los ingresos de ponerlo en renta me ayudarán mientras estoy cuidando a mi madre.

Nathan empezaba a asustarse. ¿Qué sería de él ahora? En un solo día estaba perdiendo su trabajo, su hogar y lo único que tenía que se parecía a una pequeña familia de dos.

Sebastián se dio cuenta de que Nath comenzaba a temblar y se preocupó.

—No te voy a abandonar. Solo es algo temporal. Te prometo que te apoyaré; te escribiré todos los días —le aseguró mientras lo acercaba y lo abrazaba. Aunque Nathan no le correspondió de inmediato, el gesto logró calmarlo.

—¿Y dónde voy a vivir mientras tanto?

—Tengo una vieja amiga que vive sola con su nieta, cerca de la ciudad. Ya hablé con ella esta mañana y está de acuerdo en que te quedes con ellas por un tiempo —respondió, sonriendo levemente, aunque sin perder la mirada triste. Sintió cómo el abrazo finalmente era correspondido. Un abrazo de despedida.

Puede que Nathan se haya enfrentado a muchas dificultades en su corta vida. Para algunos, puede parecer un joven casi adulto, serio y trabajador, pero eso es solo para quienes no lo conocen bien.

Sebastián sabía que, a pesar de todo, el chico que tenía en brazos era solo eso: un chico asustado por lo desconocido y por tener que volver a experimentar la soledad. Aunque le preocupaba el estado de su madre, también le preocupaba el joven al que consideraba un amigo, e incluso como un hijo, aunque no lo fuera.

Una parte de él esperaba que estos cambios ayudaran al chico. Sería difícil, pero un nuevo entorno podría ayudarle a ver más allá de donde estaba ahora.

Un par de días después, cada uno empacó sus cosas. Llegó el momento de despedirse.

Era muy temprano por la mañana, y aunque la ciudad solía destacar por el ruido del mar mezclado con música y multitudes, ahora estaba en silencio. Solo se oía el vaivén de las olas.

Nathan extrañaría la sensación de la brisa salada y pegajosa. Donde iba, no habría mar.

Los dos vehículos ya habían llegado. No lo dijeron en voz alta, pero sabían que era mejor no prolongar la despedida. Solo intercambiaron una última mirada, sonrieron con resignación... y eso fue todo.

Se subieron a coches diferentes, cada uno con un destino distinto.


El viaje de Nathan estaba a punto de terminar. Aunque solo había pasado una hora en el coche, el camino se le había hecho eterno. Esperaba llegar a su destino mientras vislumbraba la ciudad y las montañas en el paisaje, tan distinto al que estaba acostumbrado.

Se sentía extraño, pero ahora entendía un poco más esos videoclips melancólicos en los que el cantante mira por la ventana con la mirada perdida, como si buscara respuestas.

El taxi finalmente se detuvo tras subir una colina y descender por un camino forestal largo y algo desolado.

—Ya llegamos, chico —dijo el conductor, mirándolo por el espejo retrovisor. Al notar que el joven seguía paralizado en su asiento, añadió—: ¿Estás bien? Si vas a vomitar, hazlo fuera de mi coche. No quiero tener que volver oliendo a lo que sea que tengas en el estómago.

—Estoy bien, solo un poco somnoliento. Viajar en coche siempre me da sueño —respondió Nathan, cambiando su expresión a una serena con tal rapidez que parecía que la anterior había sido solo una ilusión.

El hombre se sorprendió un poco por el drástico cambio de humor, pero no es que realmente le importara. Dejó que el chico bajara las escaleras y se marchó en silencio; todo ya había sido pagado por adelantado.

Nathan Grayson, a pesar de su altura de poco más de metro ochenta, se sentía como una hormiga frente a la gran cerca metálica que se alzaba ante él, protegiendo lo que a primera vista parecía una mansión.

Para algunos, esto sería solo una entrada. Para él, era la entrada a lo que sería su nuevo hogar durante quién sabe cuánto tiempo.

Este sería un nuevo comienzo.

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