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Capítulo 2: Antes de que todo cambie.

La noche siguió su curso y los puestos de comida comenzaron a guardar sus sillas y mesas. Entre ellos estaba el tráiler conocido como Pequeña Venecia. Dentro, todo era limpiar y ordenar, preparar todo para que estuviera listo para la siguiente jornada.

—Pude escuchar la conversación que tenían hace un rato tú y el vejestorio —la mirada de April no se apartó de los utensilios que lavaba mientras le hablaba a Nathan, quien estaba terminando de guardar las sillas dentro—. Sabes que, si tienes amigos... Tal vez no seamos unos adolescentes, pero puedes contar con nosotros dos si lo necesitas —concluyó la veinteañera, dirigiéndole una sonrisa cariñosa.

Él sabía que tenía razón. En los últimos años, tanto Sebastián como ella habían sido un gran apoyo. En especial ella. No era de extrañar que se convirtiera en su primer amor.

Ella le dio un corto abrazo, que fue interrumpido por el pobre intento de una tos, obviamente fingida, del hombre que se asomaba por la ventana principal del vehículo.

—Lamento interrumpir tan conmovedor momento, pero te está llamando la suegra —dijo, mientras estiraba el brazo con el teléfono hacia la chica—. Deberías comprarte tu propio teléfono. Estoy cansado de recibir las llamadas de esa mujer.

—Aún no es mi suegra, es futura suegra —recalca la de cabellos hasta los hombros, alzando la mano para mostrar el brillante anillo de compromiso que reposaba en uno de sus dedos. Le recordaba al más joven cómo terminó tristemente la historia de su primer enamoramiento—. Estamos en los noventa, no todo el mundo tiene uno. Es más, ¿para qué hacerlo si mi lindo jefecito me puede prestar el suyo?

—Ya no te lo prestaré. Cómprate el tuyo.

—Súbeme el sueldo.

—¿Para qué, si igual nos vas a abandonar la semana que viene? Pide el aumento en tu nuevo empleo organizando banquetes —concluyó, haciendo un puchero. Este hombre era toda una reina del drama.

—Touché. Ah, está bien, conseguiré un teléfono —empezó a caminar desganada para contestar la llamada—. Por cierto, gracias por cubrir mis turnos mientras planeaba la boda. Te debo una, Nath.

El muchacho la vio alejarse, cuando recordó que tenía un asunto pendiente. Buscó en uno de los bolsillos internos de su chaqueta y sacó un sobre, al cual dedicó su atención por un momento en silencio antes de dárselo a su jefe.

—¿Qué es esto?

—Un sobre —respondió el castaño, como si no fuese obvio.

—Sé que es un sobre. Lo que quiero saber es por qué me lo estás entregando. Se supone que eso es para que pagaras la inscripción de tu último año de preparatoria —le habla algo molesto, visiblemente más serio que su comportamiento habitual.

—Lo estuve pensando. Ahora que April se va, solo quedaremos los dos, y vas a necesitar más mi ayuda con el negocio. Pensaba poner mis estudios en pausa por un tiempo —le responde el chico sin dudar; para él, su decisión ya estaba tomada.

Sebastián, quien se veía molesto, bajó la mirada, buscando las palabras correctas—. Sabes que eso no le hubiese gustado a... —se detiene un momento, y ahora habla con una melancolía clara—. No creo que tu madre estuviese de acuerdo.

—Yo conocía a mi madre mejor que nadie, y estoy seguro de que a ella le hubiese gustado que te ayudara lo más que pudiera. En especial después de todo lo que hiciste por nosotros, y luego por mí cuando quedé solo.

Podía notar que sus planes seguían sin convencerlo. Lo veía en cómo, pese a no decir nada más, no era porque estuviese de acuerdo, sino porque sabía lo mucho que a él le costaba hablar de su difunta madre. Y se arrepentía de haberla mencionado primero.

Se masajeó la nuca para aliviar un poco la tensión que había acumulado al intentar contener sus emociones, y suspiró antes de retomar la conversación:

—No es como si fuera a abandonarlo para siempre. Estaba pensando dejarlo por un año y, posiblemente, retomar mis estudios más adelante.

El hombre, cuyo carácter normalmente era más relajado, no lo estaba en ese momento. Sabía que tenía que hacerlo cambiar de opinión, así que posó su mano en el hombro del contrario antes de hablar.

—Nathan, quisiera que...

—Ya quiero que llegue el día de la boda. Consejo: nunca le pidan ayuda a la madre de tu novio para organizarla —April había vuelto, notando ahora el extraño ambiente que se sentía alrededor de los dos varones—. ¿Pasó algo?

—Solo estábamos hablando de lo desafortunada que eres por la suegra que te tocó —mintió el de ojos verdes con rapidez.

—Por eso mismo es que yo me he mantenido como un espíritu libre por tantos años —le siguió el juego el adulto.

—¿De veras? Yo creía que era porque no has podido encontrar a una chica sin expectativas en un hombre —ella se lo había creído.

—Eso fue cruel —había regresado a su usual dramatismo—. Y tú, Nath, no te rías —exclamó de manera exagerada, provocando que los tres estallaran en risas.

—Casi lo olvidaba. Tienes una llamada en espera —le entregó el teléfono de regreso a su jefe, quien, extrañado, salió del tráiler para poder hablar con más privacidad.

Los más jóvenes continuaron conversando sobre la madre del prometido de April y las anécdotas con los clientes que atendieron durante el día.

Mientras dentro se lo pasaban bien, fuera, con el teléfono en la mano, Sebastián estaba muy consternado. Fuera lo que fuera lo que le estaban diciendo al otro lado del auricular, había arruinado el buen humor que había recuperado hasta hace poco.

Esa llamada sería lo que lo cambiaría todo.

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