Capítulo 1: El chico sin vacaciones.
Se podía escuchar el ruido constante de un ventilador girando, perturbando la paz del joven. Empezó a abrir los ojos, viendo el aparato colgado del techo que le proporcionaba una agradable brisa, pero algo no estaba bien. En sus dieciocho años de existencia, Nathan Grayson nunca había visto ese ventilador, ni mucho menos ese techo. Giró el rostro hacia su derecha y pudo ver cómo el cielo comenzaba a mostrar los primeros tintes del arrebol, a través del cristal de una ventana que tampoco conocía.
Él se hallaba tendido sobre una cama que no era suya, apenas recuperando la conciencia de un sueño que no recordaba haber buscado en primer lugar. Empezó a inspeccionar su alrededor, deteniéndose de repente al darse cuenta de que no estaba solo.
Junto a él, sentada en una silla justo a su izquierda, se encontraba una persona dormida, apoyada en la cama. Agudizó más la vista y notó que se trataba de una joven, una joven de larga cabellera negra que se esparcía sobre su cobija, de piel clara y rostro algo regordete, que le recordaba un poco a los malvaviscos que tanto le gustaban.
No podía negar que era la chica más bella que alguna vez había visto.
Después de unos casi inexistentes segundos, decidió incorporarse para verla mejor. Lo que no se esperaba era que los ojos de su acompañante se abrieran de golpe y que, de un salto, enderezara su postura, provocando que ambos quedaran viéndose directamente a los ojos, con sus rostros a pocos centímetros de distancia.
El tiempo pareció congelarse para él en lo que sintió como una eternidad, logrando ver la mirada color avellana de ella mientras chocaba con sus ojos verdes.
Los pasos de alguien subiendo una escalera se escucharon de fondo, rompiendo el ambiente de golpe, especialmente cuando la que parecía una dulce chica cambió su expresión por una mirada de pánico, dirigida hacia la puerta de la habitación, y luego por un rostro de determinación, vuelto de nuevo hacia él.
Ella se aproximó de golpe, le cubrió la boca con la palma de su pequeña mano, y lo miró con unos ojos que, sin palabras, parecían dictar su sentencia.
—Ni se te ocurra hablar de más —le susurró la chica.
«¿De qué estaba hablando este enojado malvavisco humano?», pensó él.
Definitivamente no se había imaginado que terminaría en una situación como esta hace unos días. Aún tenía muy fresco aquel día que, sin que él lo supiera, había sido el inicio de todos estos cambios que llevarían su vida por una nueva ruta.
El aire salado, el mar quebrándose, y el sonido de las personas conviviendo y divirtiéndose en el lugar donde todos van después de un día de playa. Varios camiones de comida se alinean, aunque al final nunca parecen suficientes para la cantidad de personas hambrientas haciendo fila. Un grupo de chicos y chicas se ríe de sus bromas en algunas de las mesas, poniéndose al día sobre cómo están pasando las vacaciones...
—Quisiera ser uno de ellos —suspira.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —Nathan habla con un poco de irritación desde la cocina del camión, mirando a su jefe que acababa de entrar.
El hombre de ojos ámbar le da una media sonrisa.
—Solo estoy exteriorizando tus pensamientos. De nada —le contesta, con una mano en el pecho, exagerando cada gesto.
—Primero, agradecería que no te autonombres vocero de mis pensamientos. Segundo, yo no estaba pensando eso —aclara el chico castaño, intentando no hacer un puchero mientras se recoge el cabello en una coleta—. Y tercero, eres mi jefe y un hombre mayor. Deberías actuar como alguien de tu edad —termina, antes de regresar a tomar el cuchillo y picar los tomates.
—Me ofendes. Lo dices como si fuera un vejestorio. Apenas estoy en mis cuarenta, ¡estoy en la flor de la juventud! —dice, como una señora ofendida mientras habla—. Además, eso es muy hipócrita de tu parte, mi joven aprendiz —responde ahora imitando algún acento oriental y comportándose igual que el viejo de la película de karate que vieron la noche anterior... Este hombre ve demasiada televisión—. ¿Qué joven adulto, en vez de disfrutar sus vacaciones con sus amigos, prefiere pasárselas trabajando todos los días en un puesto de comida rápida? ¿Quién es el que no actúa como alguien de su edad? —recalca, mirándolo directamente a los ojos, rematando su punto con un tarareo interrogativo.
Nathan, ahora incrédulo, no sabe qué responder, pero igual abre la boca para defenderse como sea.
—Bueno...
—¡Es verdad! Qué tonto de mi parte olvidarlo —lo interrumpe el adulto—. Mi querido niño no tiene ningún amigo con quien salir a jugar —saca un pañuelo de la nada y empieza a secar lágrimas invisibles.
La puerta del tráiler se azota al abrirse, dando paso a una invitada empapada, que se acerca a grandes pasos hacia los dos varones, ahora petrificados.
—¿De quién fue la brillante idea de hacer pedidos a domicilio?
—¿Estaba lloviendo, mi querida April? Debiste haberte llevado un paraguas contigo. Eso fue muy descuidado de tu parte —negó con la cabeza. Obviamente, Sebastián, el dueño del puesto de comida, solo quería molestar a su joven empleada.
—¡Por supuesto! Qué tonta de mi parte. La próxima vez que tenga que entregar algo bajo la lluvia en motocicleta, definitivamente llevaré un paraguas —no hacía falta decir que todo fue dicho con sarcasmo. Decidió respirar hondo para calmarse antes de volver a hablar—. ¿Por qué siempre buscas hacerme enojar?
—Porque es divertido. No hacen falta más razones —responde el hombre, sonriendo juguetonamente.
—Da igual. De todas formas, no estaba lloviendo. Solo fue un tonto que pensó que era buena idea regar sus plantas con una manguera mientras esperaba que llegase su comida —la pelirroja se saca su pañoleta para poder exprimirla—. Ojo, que para el próximo pedido vas a ir tú —lo señala acusatoriamente.
—También podríamos enviar a nuestro pequeño chef —sugiere, mientras abraza empalagosamente a Nath, ya acostumbrado a su manera de actuar.
—Él ni siquiera tiene licencia para conducir —le recuerda ella.
Nathan solo estaba ahí de pie, escuchándolos hablar. Sabiamente prefirió dejarlos con su pequeña discusión; ya todo esto era parte de un acto que ejecutaban todos los días.
Sebastián buscaba molestarla por diversión, April se enfadaba y comenzaban a discutir, muchas veces por cosas sin importancia. Pero en el fondo, Nath sospechaba que ambos disfrutaban esos pequeños debates. Y tal vez pudiese parecer algo sin sentido, pero él disfrutaba mucho de esa rutina.





























