El principio

Desde el principio de los tiempos, la lealtad de la familia Rodríguez estaba con la ahora infame mafia de la familia González. Su relación profundamente arraigada se remontaba a siglos atrás. Data de cuando La Famiglia solo consistía en unos pocos hombres cercanos que vivían en la pobreza en el sur de Italia.

Y a medida que pasaba el tiempo, el lazo entre las dos familias solo se hacía más fuerte a medida que la familia González se volvía más poderosa. Lo que significaba que era costumbre que Aurelio Carlos González ofreciera refugio a la esposa e hija de Sebastián Rodríguez después de su horrenda muerte. Sebastián murió sirviendo a La Famiglia, y fue una verdadera pena que tuviera que ser arrebatado ante los ojos inocentes de su hija de siete años y su esposa.

Después de ese día, Aurelio juró acoger a la esposa e hija de su segundo al mando y protegerlas con su vida, porque después de todo, La Famiglia cuidaba de los suyos. Y esa caridad continuó después de la muerte de Aurelio, solo que ahora era su hijo mayor y único quien quedó con todas las responsabilidades que conllevaba ser el jefe de la mafia de la familia González.

Solo que Alejandro tenía planes más grandes para su mafia. Había intervenido y llevado a La Famiglia lejos de ser un negocio turbio que se extendía por las partes del sur de Italia. Lo que era una sola familia mafiosa estatal creció hasta convertirse en la familia dominante más grande del mundo, con personas extendiéndose a todas partes del globo.

¿Y qué pasó con la familia Rodríguez, te preguntarás? No mucho tiempo después de la fatídica noche en que Sebastián fue asesinado, su esposa e hija fueron enviadas lejos. Laura Rodríguez fue enviada a América para comenzar una nueva vida donde su hermosa hija nunca tendría que estar en peligro de nuevo. Donde incluso a la noticia de la muerte de Aurelio, no debían regresar a casa.

Pero poco después de que Alejandro tomara el mando, no hubo necesidad de que miraran atrás. A medida que La Famiglia se expandía y se establecía en América, Laura se reunió una vez más con ellos y estableció un lugar alto en las filas. Sin embargo, su hija aún no debía ser manchada por la oscuridad y el pecado que era la mafia de la familia González. No hasta que fuera absolutamente necesario.

Ella era una verdadera princesa, encerrada lejos de la vida de crimen y pecado, irónicamente, solo era posible porque estaba protegida por el más pecador de todos. La Principessa escuchaba historias del maravilloso hombre que su mamá le decía que las estaba protegiendo. El hombre al que su mamá llamaba el príncipe. Su mamá hablaba tan bien de él. Solo le contaba a Camila —una chica ahora de dieciséis años— historias del hombre que nunca tendría que conocer si todo salía según lo planeado. Un hombre que solo conocería si algo le sucediera a su mamá.

Era una advertencia. Una que Camila no prestó atención hasta que fue demasiado tarde y fue entregada al mismísimo diablo disfrazado tres años después. Pero incluso los más poderosos tienen sus propias debilidades. Un talón de Aquiles. Un arma tan poderosa que sus efectos de destrucción podrían extenderse por todas partes tan rápido como llegó.

Y en esta historia, esa arma era una mocosa rota de diecinueve años que lloraba la pérdida de su madre. Una chica que encontró consuelo en el propio monstruo.