Capítulo 7 Primera impresión
-Oh, ¿prefieres agua? -me sigue mirando mientras sus dientes juegan con sus labios.
¡Santísimo Dios, no me mires así!
-Sí -le digo-. Por favor.
Se levanta de su lugar y camina hacia la pequeña nevera en una esquina. Cuando se aleja, mi conciencia vuelve a tomar control de mí, y entonces soy capaz de preguntar por qué estoy ahí.
-Paolo Richi. -El nombre de mi jefe sale de su boca. Cuando creo que me dará el agua y regresará a su lugar, me sorprende tomando asiento a mi lado.
¡Jesús!
Huele a gloria bendita, agua fresca y mentolada. Pero al mismo tiempo creo reconocer su fragancia de algún otro lugar.
Toma un vaso de la mesita del centro y abre la botella de agua, vertiendo el líquido en él. Me extiende el vaso y de nuevo su mirada me abruma.
Me acomodo en el sofá y llevo el vaso a mis labios tratando de parecer lo más tranquila posible, pero fallo en el proceso al temblar un poco.
-¿Mi jefe sabe que estoy aquí? -pregunto por qué todo esto me parece muy extraño.
No quiero verlo, pero es imposible no hacerlo. Él me sonríe y yo me derrito. Lleva la botella hasta sus labios adorables, la misma botella de la que me sirvió, y me observa por encima.
Rompo el contacto visual y tomo de nuevo de mi vaso para distraerme. Me está costando trabajo dominar mis nervios.
No tiene sentido. Jamás un hombre me había llegado a afectar de esta manera.
-Fue idea de él, que estuvieras aquí.
-Ah. -Trato de preguntar cómo es eso posible. Pero mis palabras no salen.
-Creo que no hiciste bien tu tarea al venir.
-¿A qué se refiere?
-Paolo me contó del libro que estás por escribir, quiere que te oriente. -Mi expresión debe ser todo un poema cuando él empieza a reír. Ese sonido angelical.
-Soy sexólogo. -Continúa, y siento cómo mis mejillas arden de vergüenza.
¿Paolo me mandó a ese hotel? Creí que había sido idea de Nina. Ahora estoy de vacaciones en ese hermoso lugar, mientras un sexólogo me va a ayudar a escribir mi libro.
No sé qué pensar. Espero que no se dé cuenta de mi nulo conocimiento en el tema; sería muy vergonzoso. Pero la idea de poder aprender no me molesta, si él no fuera tan engreído y hermoso.
-¿Un sexólogo, dueño de un lujoso hotel? -No me parece muy común.
-Así es -dice suavemente-. Pensé que me encontraría con una mujer más madura y reprimida sexualmente. Tú eres muy joven.
Sus palabras calan en mi autoestima; soy joven, pero estoy reprimida sexualmente. No quiero decir nada al respecto, y bajo la mirada hasta sus manos.
Un precioso Rolex de oro y diamantes adorna su muñeca, pero también me doy cuenta de que no hay ninguna sortija en sus dedos.
No está casado, ¿cómo es eso posible?
-¿Qué edad tiene? -digo y quiero morirme.
Antes no podía hablar y ahora hablo sin pensar. Me sonrojo ante mi atrevimiento. ¿Por qué estoy preguntando eso?
Él me observa fijamente, sin ninguna expresión, y siento cómo me voy haciendo pequeña.
-Veintiuno -responde con su cara de póquer.
Suelto una risa burlesca, y él me mira inquisitivo mientras alza una ceja.
-Lo siento. -Vuelvo a tomar agua, desviando la mirada. Eso no estuvo bien.
Escucho cómo exhala profundamente y se pone de pie. Espero no haberlo molestado.
-Paolo me encomendó tu estadía aquí; piensa que yo podría orientarte un poco respecto a los diversos temas de la sexualidad. Pero como lo veo, no creo que lo necesites.
¿Cómo lo ve?
-¿Por qué da por hecho que no necesitaré su ayuda?
Vuelve a tomar asiento junto a mí, me observa, y algo hace que su muslo, apretado por los pantalones, roce mi rodilla.
Cambio de postura, haciendo que rompa el contacto. Estoy deteniendo mis movimientos para no llevarme el vaso de agua a la frente, para calmarme.
Lo miro de reojo y observo cómo mantiene una sonrisa reluciente. Lo está haciendo a propósito, ¡el muy cabrón!
Sabe el efecto que está teniendo en mí; la manera en que sonríe me dice que es totalmente consciente de ello. Apuesto a que todas las mujeres reaccionan así con él.
Debe ser un cretino, un playboy en su fachada de sexólogo.
-Porque debes tener a los hombres a tus pies. -Me mira directamente, su suspicacia se mueve por mi rostro, de mis labios a mis ojos, y no puedo evitar hacer lo mismo con él.
-Debería ir a mi habitación. -No quiero que siga jugando conmigo. De pronto noto un deje de decepción en sus ojos, pero sabe cómo esconderlo.
-Hoy en la noche habrá una pequeña reunión en el salón principal. Por suerte, el señor Guillermo Lombardi se encuentra hospedado aquí. Podrías saludarlo.
Guillermo Lombardi es un escritor respetable y muy famoso. Su manera de escribir es única, y todo escritor que sea respetado sabe que él había venido a revolucionar el género del romance literario.
Por supuesto que quiero saludarlo. Es mi más grande inspiración.
-Gracias por la invitación. -Me pongo de pie-. Sí, me disculpa, señor White. -Trato de que mi voz parezca segura, y lo llamo formalmente, aunque él me ha pedido que lo llame por su nombre.
Se hace a un lado, dejando que transite por el angosto espacio que me deja su cuerpo. Lo rozo al pasar y eso hace que contenga la respiración. Siento su mirada clavada en mí cuando me dirijo a la puerta.
Estoy a punto de tomar la manija cuando me detiene al hablar.
-Por cierto... Lo que pasó en el ascensor... -Sus palabras me dejan atónita. Detengo mis pasos y me giro para verlo.
-¿Eras él? -Ahora recuerdo dónde he olido su perfume.
-Primera gran impresión. -Por un momento creo que se va a disculpar, pero no dice nada más.
Salgo apresuradamente de la oficina y avanzo rápidamente por los pasillos del hotel. El calor me abruma y decido detenerme al encontrar unos baños en el camino.
