La dulce miordida de la venganza

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Capítulo 4 Capítulo 4: Sumisión o Ruina

El Infierno. Joder, qué nombre tan apropiado, pensó Ethan, sintiendo el sudor frío correr por su espalda mientras Maya se alejaba, dejándolo solo en medio de la putería. Las luces estroboscópicas parpadeaban sobre las caras sudorosas, la música pulsaba como un puto latido de muerte, y las risitas de las putas eran como cuchillos afilados clavándose en su cerebro.

Necesitaba aire, necesitaba salir de ese jodido antro. Se levantó del sofá y se abrió paso entre la multitud, empujando y tropezando hasta que finalmente llegó a la calle. La noche era fría y húmeda, pero el aire fresco le sentó como una puta bendición.

Se apoyó contra la pared del club, intentando calmar los nervios. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Cómo había llegado a esta puta situación? Todo había empezado tan bien… la empresa, el matrimonio, la vida… todo era perfecto, hasta que… hasta que todo se fue a la mierda.

Y ahora, aquí estaba, al borde del puto abismo, con la mujer que una vez amó dispuesta a empujarlo al vacío. Joder, qué ironía tan cruel.

Sacó un cigarrillo del bolsillo y lo encendió con manos temblorosas. Necesitaba pensar, necesitaba un puto plan. No podía permitir que Maya lo destruyera. No podía dejar que se quedara con todo lo que había construido.

Pero, ¿qué podía hacer? Estaba solo, abandonado, sin un puto centavo. Sus amigos lo habían evitado, sus socios lo habían traicionado, y sus acreedores lo estaban acosando. Estaba jodido, putamente jodido.

De pronto, sintió una mano en su hombro. Se giró y vio a un hombre alto y corpulento, con un traje elegante y una sonrisa inquietante.

"Ethan Conde, ¿verdad?", preguntó el hombre.

Ethan asintió, sintiéndose aún más incómodo. "¿Quién eres tú?"

El hombre se encogió de hombros. "Digamos que soy un amigo. Un amigo que sabe que estás pasando por un mal momento."

"No necesito tu puta lástima", gruñó Ethan.

El hombre soltó una risita. "No te estoy ofreciendo lástima, Ethan. Te estoy ofreciendo una solución."

Ethan levantó una ceja, con la curiosidad picándole por dentro. "¿Qué clase de solución?"

El hombre se inclinó hacia él, su aliento apestando a alcohol y tabaco. "Una solución que puede salvar tu empresa, tu vida… tu puta alma."

"¿Y qué quieres a cambio?", preguntó Ethan, sintiendo un presentimiento en el estómago.

El hombre sonrió, mostrando una hilera de dientes amarillentos. "Quiero… tu sumisión."

Ethan lo miró con incredulidad. "¿Mi qué?"

"Tu sumisión", repitió el hombre. "Quiero que hagas todo lo que yo te diga. Sin preguntas, sin objeciones, sin putos peros."

"¿Estás loco?", espetó Ethan. "No voy a hacer eso. No soy un puto esclavo."

El hombre se encogió de hombros. "Como quieras. Pero recuerda, estás al borde del abismo. Y si no encuentras una puta mano que te ayude a salir, te vas a caer al vacío. Y te aseguro que la caída va a ser larga y dolorosa."

Dicho esto, el hombre se dio la vuelta y se alejó, dejándolo solo con sus pensamientos. Ethan se quedó allí, temblando de rabia y desesperación. ¿Tenía otra opción? ¿Podía realmente aceptar la oferta de ese extraño? ¿Podía someterse a alguien, después de haber sido siempre el que daba las órdenes?

El deseo de salvar su empresa, su vida, era fuerte, pero la idea de renunciar a su libertad, a su dignidad, le repugnaba. Era un puto dilema infernal.

Decidió volver al club y buscar a Maya. Necesitaba hablar con ella, necesitaba entender por qué le estaba haciendo esto. A lo mejor, solo a lo mejor, podía convencerla de que cambiara de opinión, de que le diera una segunda oportunidad.

Entró de nuevo en el club y la buscó con la mirada. La encontró en la zona VIP, bailando con un hombre joven y musculoso, con una sonrisa en el rostro que le partió el alma. Parecía feliz, despreocupada, como si no le importara una puta mierda lo que le estuviera pasando a él.

La rabia lo cegó. Caminó hacia ella, decidido a enfrentarla, a exigirle respuestas. Pero antes de que pudiera acercarse, sintió una mano en su hombro.

Se giró y vio a Maya, mirándolo con una expresión de desprecio. "¿Qué quieres, Ethan?", preguntó. "¿Acaso no te he dejado claro que no quiero verte más?"

"Necesito hablar contigo", insistió. "Por favor, solo un momento."

Maya suspiró y se separó de su acompañante. "Bien, pero rápido. No tengo tiempo que perder contigo."

Lo llevó a un rincón apartado, lejos del ruido y la multitud. Ethan la miró a los ojos, intentando encontrar un rastro de la mujer que amaba.

"Maya, por favor", dijo. "No hagas esto. No me destruyas. Te lo suplico."

Ella se cruzó de brazos, con una actitud desafiante. "¿Por qué debería hacerte caso? ¿Acaso tuviste piedad de mí cuando me engañaste y me abandonaste?"

"Lo sé, lo sé", dijo Ethan, con la voz temblorosa. "Cometí un error. Estaba ciego, era un puto idiota. Pero te juro que lo siento. Te juro que te amo."

Maya soltó una carcajada amarga. "¡No me vengas con esa mierda! El amor no existe, Ethan. Solo existe el poder. Y ahora, yo tengo el poder, y tú estás a mi merced."

"Por favor, Maya", insistió. "Debe haber algo que pueda hacer. Algo para compensar mi error. Lo que sea. Lo que sea."

Maya lo miró con una sonrisa maquiavélica. "Oh, Ethan, creo que sí hay algo que puedes hacer."

Ethan sintió un escalofrío recorrer su espalda. "¿Qué es?", preguntó, temiendo la respuesta.

Maya se acercó a él, tan cerca que podía sentir su aliento en el rostro. "Quiero… tu sumisión total."

"¿Mi qué?", preguntó Ethan, con la voz ahogada.

"Quiero que te rindas a mí por completo", dijo Maya, su voz cargada de veneno. "Quiero que hagas todo lo que yo te diga. Sin preguntas, sin objeciones, sin putos peros. Quiero que seas mi puto esclavo."

Ethan la miró con horror. "¿Estás loca? No voy a hacer eso. No soy un puto juguete."

Maya se encogió de hombros. "Como quieras. Pero recuerda, tu empresa está al borde de la quiebra, tus inversores te han abandonado, y tus acreedores te están acosando. Estás solo, desesperado y sin salida. A menos que… a menos que aceptes mi oferta."

Se acercó aún más, sus labios rozando su oído. "Piénsalo, Ethan. Sumisión a cambio de salvación. ¿No es un puto precio pequeño a pagar?"

Se alejó, dejándolo temblando con la cabeza dándole vueltas. Era una puta locura. No podía someterse a Maya, no podía convertirse en su puto esclavo. Pero, ¿tenía otra opción? ¿Podía realmente permitirse perderlo todo? ¿Podía soportar la idea de ver a Maya disfrutar de su caída?

El deseo lo carcomía por dentro. No era un deseo carnal, no era una puta lujuria.

Era un deseo desesperado de sobrevivir, de recuperar el control, de vengarse de aquellos que lo habían traicionado. Y Maya, la mujer que lo había amado y ahora lo odiaba con todas sus fuerzas, era la única que podía concederle ese deseo.

Se quedó allí, paralizado por la indecisión, mientras la música estridente y las risitas de las putas resonaban a su alrededor. La noche se hacía cada vez más fría, más oscura, más jodida.

Y la oferta de Maya, con su promesa de salvación y su precio infernal, colgaba sobre su cabeza como una puta espada de Damocles. La decisión era suya. Sumisión o ruina. El puto juego estaba a punto de cambiar.

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