Capítulo 2 Capítulo 2: Renacer de las Cenizas
La lluvia golpeaba con furia los cristales del taxi mientras Maya se adentraba en la ciudad. Las luces de neón, reflejadas en el asfalto mojado, dibujaban un paisaje caótico y seductor, un espejo de su propio estado interior. Dejaba atrás la opulencia de la mansión Conde, el hogar que había construido con sus propias manos, para abrazar la incertidumbre, la soledad y, sobre todo, la sed implacable de venganza.
En ese momento, en ese taxi, Maya Jones murió. Asesinada por la traición de Ethan, reemplazada por un ente nuevo, frío y calculador: Maya Deveraux.
El hotel barato en el que se registró era lo opuesto a la mansión que había dejado atrás: pequeño, lúgubre y con un tufillo a desinfectante barato que le revolvió el estómago. Pero no importaba. Era un refugio temporal, un punto de partida.
Al día siguiente, Maya se levantó con la determinación grabada en cada célula de su cuerpo. La Maya sumisa había muerto, pero Maya Deveraux aún no había nacido por completo. Tenía que forjarse, esculpirse a sí misma en la imagen de la mujer que necesitaba ser para llevar a cabo su venganza.
Lo primero era la apariencia. Con los pocos ahorros que había logrado esconder de Ethan, se dirigió a la mejor peluquería de la ciudad. "Quiero un cambio radical", le dijo al estilista, su voz firme y decidida. "Quiero que me miren y vean poder, no lástima."
Horas más tarde, Maya se miró en el espejo y apenas se reconoció. El cabello, antes largo y lacio, ahora era un corte bob elegante y rebelde, teñido de un negro azabache que resaltaba el verde intenso de sus ojos. Las facciones, antes suavizadas por la bondad, ahora estaban afiladas, definidas por una determinación férrea.
El siguiente paso fue la ropa. Descartó los vestidos de seda y las perlas por trajes de diseño, faldas de cuero y tacones de aguja que gritaban autoridad. Se movía con una nueva confianza, con la certeza de que cada paso era una declaración de intenciones.
Pero la apariencia era solo el principio. Maya sabía que la venganza requería más que una cara bonita y un guardarropa caro. Necesitaba poder, dinero y contactos. Y para eso, necesitaba un plan.
En los siguientes meses, Maya se sumergió en el mundo de las finanzas. Leyó libros, asistió a seminarios, se codeó con inversores y empresarios. Aprendió los entresijos del mercado, los riesgos y las recompensas, el lenguaje del poder. Descubrió que tenía un talento innato para los negocios, una astucia que había mantenido oculta durante años, enterrada bajo la sombra de Ethan.
No fue fácil. Tuvo que soportar miradas condescendientes, comentarios sexistas y el constante recordatorio de que era una "mujer", un "ama de casa", un "florero". Pero cada obstáculo solo fortalecía su determinación. Utilizó su inteligencia, su encanto y su creciente poder para manipular a quienes la subestimaban, para abrirse camino en un mundo dominado por hombres.
Un día, mientras cenaba en un restaurante de lujo, sintió una mirada familiar. Levantó la vista y lo vio: Ethan Conde, sentado en una mesa con Isabella, su amante. Ethan parecía envejecido, cansado, con la mirada preocupada. Isabella, por el contrario, irradiaba satisfacción, su belleza plástica brillando bajo las luces del restaurante.
Maya sintió un escalofrío de placer recorrerle la espalda. La venganza estaba a su alcance.
Se levantó de su mesa y caminó hacia ellos, con la seguridad de una leona que se acerca a su presa. Ethan la vio acercarse y su rostro palideció. Isabella, sin embargo, la miró con desprecio.
"Maya", dijo Ethan, su voz apenas audible. "Qué sorpresa verte aquí."
"Ethan", respondió Maya, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. "La sorpresa es mía. No sabía que frecuentabas lugares tan... modestos."
Isabella resopló. "¿Qué quieres, Maya? ¿Vienes a suplicar por tu antiguo puesto?"
Maya se echó a reír, una carcajada fría y melodiosa que atrajo la atención de todos en el restaurante. "Suplicar? Querida, no me rebajaría a eso. Solo quería saludar a mi exmarido y felicitarlo por su excelente gusto."
Se inclinó hacia Ethan, su aliento rozando su oído. "Prepárate, Ethan. Tu mundo está a punto de cambiar. Y yo voy a estar ahí para verlo caer."
Se alejó, dejando a Ethan temblando y a Isabella furiosa. Mientras salía del restaurante, Maya sintió la adrenalina correr por sus venas. La caza había comenzado.
Los siguientes meses fueron una danza de seducción y manipulación. Maya se convirtió en la comidilla de la ciudad, una mujer misteriosa y poderosa que atraía a los hombres como moscas a la miel. Inversores, banqueros, políticos, todos caían rendidos a sus pies.
Usó su encanto para obtener información, para cerrar tratos, para construir su imperio. Aprendió a jugar el juego del poder, a usar a los hombres como peones en su estrategia.
Ethan, mientras tanto, veía cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor. Su empresa, antes próspera, estaba al borde de la quiebra. Sus inversores se retiraban, sus socios lo traicionaban, sus deudas se acumulaban. Isabella, cansada de sus problemas, lo había abandonado por un magnate petrolero mucho más rico.
La desesperación lo estaba consumiendo. Intentó contactar a Maya, rogarle ayuda, pero ella se negó a responder a sus llamadas. Sabía que estaba jugando con él, que lo estaba llevando al límite.
Un día, recibió una invitación a una gala benéfica organizada por Maya Deveraux. Al principio, pensó en rechazarla, pero la curiosidad y la desesperación fueron más fuertes que el orgullo. Tenía que verla, tenía que saber qué estaba planeando.
La noche de la gala, Ethan se sintió fuera de lugar, un paria rodeado de gente rica y poderosa. Maya, por el contrario, brillaba con una luz propia. Vestida con un vestido rojo escarlata que resaltaba sus curvas y su mirada desafiante, parecía una diosa, inalcanzable e intocable.
Cuando sus miradas se cruzaron, Maya le sonrió. No era una sonrisa amable, ni una sonrisa de lástima. Era una sonrisa depredadora, la sonrisa de alguien que sabe que tiene el control absoluto.
Ethan se acercó a ella, sintiendo el sudor frío recorrer su espalda. "¿Qué estás haciendo, Maya?", preguntó, su voz temblorosa. "¿Por qué me estás haciendo esto?"
Maya se inclinó hacia él, su aliento rozando su oído. "Esto, Ethan, es solo el principio. La venganza es un plato que se sirve frío, y yo estoy disfrutando cada bocado."
Le guiñó un ojo y se alejó, dejándolo temblando en medio de la multitud. Ethan sabía que su mundo estaba a punto de estallar. Y Maya Deveraux, la mujer que había despreciado, sería la que encendería la mecha. La dulce mordida de la venganza estaba a punto de hundirse en su carne.
Esa noche, mientras observaba a Ethan retorcerse bajo su mirada, Maya sintió una oleada de poder y satisfacción. Había renacido de las cenizas, más fuerte, más astuta y más despiadada que nunca. Y estaba lista para reclamar lo que le pertenecía, comenzando por el cuerpo y el alma de su ex marido. El juego apenas comenzaba.




















































