Seduciendo a mi Ex

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CAPÍTULO 4

Para mi maldita desgracia, aceptar el trabajo me ofrecía la solución a todos mis problemas actuales, así que acepté.

He pasado días replanteándome esa decisión y lo absurdo de la situación, pero ya no me puedo echar atrás. No he tenido más oportunidades para hablar con el maldito de Alfred ya que me ha estado evitando durante días, lo que solo confirma mis sospechas de que él es el que está detrás de las amenazas que recibe Yeila.

No es que me importe que pase con ella o su vida, pero ya me encuentro envuelta en todo esto y al menos me gustaría saber las razones, además del dinero, por las que le interesa a Alfred que Yeila y Jacob se separen.

El caso es que después de estos días pensando como acércame a Jacob sin que Yeila se viera tan involucrada, solo conseguimos como opción acercarme a él en el gimnasio. Se me daría el escenario y la ocasión, solo depende de mí el resto.

Y la verdad, una vez que entro al gimnasio y lo encuentro con mi mirada, siento que todas mis escasas habilidades de seducción se vuelven nulas.

Saludo a la chica de recepción como si nos conociéramos de toda la vida y entro, intentando parecer natural. Sé que no sospechará nada de que venga al gimnasio, llevo años yendo así que no es como que algo extraño en mí.

Trato de que mi mirada no viaje en nada a él y me concentro en hacer alguna rutina. Al inicio me desconcentro de la razón por la que estoy aquí entre los esfuerzos de ejercitarme, pero al cabo de un rato, me levanto para tomar una pesa.

Noto que mi mano es cubierta por el calor de una mano grande sin querer y por fin levanto la vista.

El rostro lleno de pecas me golpea de frente con una mirada gélida que parece decidida a demostrarme indiferencia. Aunque me quedo más del tiempo necesario detallando su rostro, bajo mi mirada a la pesa que ambos sujetamos.

—Mi mano está debajo de la tuya, quítate—digo, sin ninguna intención de sonar amable.

Realmente debí pensar un poco más en los sentimientos de asco que me da este hombre antes de aceptar el trabajo. Una cosa es fingir amabilidad con quien no conoces porque no te ha hecho ningún daño, otra tener que hablarle con amabilidad al imbécil que te fue infiel con tu amiga.

—¿Por qué huiste aquella noche? —mantiene su mano firme sobre la mía.

—¿Huir? ¿Yo? —bufo—Solo tenía urgencia por llegar con la persona que realmente me esperaba—digo, arrepintiéndome de inmediato por esa estupidez, pero finjo demencia.

—Creí que no estabas allí por eso—arquea una ceja.

—No te debo explicaciones de nada, ¿quién te crees? —hago fuerza y logro sacar mi mano de debajo de la suya—Quédate con la estúpida pesa.

Intento alejarme de él, pero sus palabras me frenan.

—Vi lo de tu padre en las noticias—parece un poco reacio a hablar—Lo siento, si necesitas ayuda…

—Cállate, no te importa nada lo que pase en mi vida—le corto y sin más, me alejo de él.

Clavo mis uñas en la palma de mi mano a medida que salgo del gimnasio y las lágrimas se acumulan en mis ojos mientras cruzo una cebra con el semáforo en rojo.

Maldita sea.

No debí aceptar este trabajo. No puedo hacer esto, yo no puedo ver el rostro de ese hombre y tragarme todo lo que nunca le dije.

¿Cómo se le ocurre decir algo respecto a mi padre? Aún recuerdo que cuando descubrí su infidelidad con Yeila, él corrió a pedirle ayuda a mi padre para que lo perdonara, y mi padre aceptó, creyendo que solo habíamos tenido una pelea estúpida.

A pesar de sus esfuerzos y las insistencias de mi padre, yo nunca lo perdoné. Y después de lo que pasó, mi padre me reprochó hasta la mierda por no volver con Jacob, quien ahora tenía dinero y se había casado con una linda chica que parecía modelo.

Que se vayan muy a la mierda los dos.

Froto mis ojos para tratar de tratar que las lágrimas no salgan y trato de volver a retomar la compostura, recordando que no debería irme de aquí sin obtener un poco de cercanía con Jacob.

Que estúpida soy, realmente. Por mucho que me disguste, debo conseguir hacerlo. Por mucho que mi padre me fastidie y culpe de lo que le pasó, debo ayudarlo a demostrar su inocencia.

Necesito además dinero para sobrevivir, y sin una carrera ni experiencia en nada, no me quieren ni de lavaplatos. Y con lo poco que pagan esos trabajos, demoraría años en completar para pagar un abogado decente.

No debo dejar pasar esta oportunidad.

Suspiro y doy un giro rápido para regresar por donde vine con prisa. Me encuentro cruzando la cebra cuando veo que Jacob sale del gimnasio, nuestras miradas se cruzan e intento mirarlo con rostro de culpa, pero solo logro ver su expresión de terror cuando da un paso hacia mí.

No tengo tiempo de reaccionar. Ni siquiera veo el carro, solo la luz verde del semáforo.

Acto seguido, mis oídos comienzan a pitar y el dolor más agudo que he sentido en mi vida invade mi cuerpo entero.

Los gritos de terror de los transeúntes se mezclan con el pitido de mis oídos y me siento abrumada. Siento que estoy sobre algo muy duro, pero el mundo ante mis ojos solo es color azul y da vueltas infinitas.

Me aferro a la conciencia, a la vida y maldigo a mi mala suerte una vez más, lo cual se ha convertido en un ritual.

No sé si rezo, y si rezo, no sé si mis oraciones son escuchadas, pero entre toda mi confusión y dolor, una voz conocida apaga el zumbido y mi mundo deja de ser azul para convertirse en unas estrellas en un rostro difuminado.

—Estarás…te llevo…ambulancia…hospital—sus palabras son demasiado difusas y aunque quiero aferrarme a su rostro, comienzo cada vez a perderlo más.

Inevitablemente me dejo llevar de la inconciencia.

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