Placeres culposos

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Capítulo 4. DESEO Y CULPA.

Capítulo 4.

Deseos y culpa.

POV Alejandro.

No le doy respuesta, lo que la pone más nerviosa. Su respiración se agita, su pecho se contrae en un vaivén inquietante.

"Ven aquí, pásate adelante".

Ella me mira agitada. No sabe qué decir o hacer, puedo notarlo. Se sonroja e intenta abrir la puerta.

"No salgas, pasa sobre el asiento".

Ella se tensa y se mueve nerviosa, buscando la manera de pasar al asiento delantero. Hace todo lo que le pido de manera obediente, lo que me gusta de ella. Apoyo mi mano para ayudarla y ella la toma, insegura, mientras se acomoda en el asiento. Me mira y yo a ella. La sensación es inquietante. Tomo una tarjeta de mi gaveta y se la entrego.

"¿Esto para qué es, señor?", pregunta confundida.

"Para que compres lo que te plazca. Tómalo como una compensación por lo sucedido con mi esposa".

"Oh, no, no, señor, no tiene que compensarme. No me ha ofendido, no es algo a lo que le preste atención. Si bien me puse labial fue porque usted lo pidió, pero no me molesta seguir las órdenes de su esposa".

"Pero a mí sí me molesta que las sigas. Tú lo dijiste, fui yo quien te pidió que lo usaras, por lo que deseo recompensar el mal rato que has pasado. Toma el dinero, no acepto que lo devuelvas, y me voy a molestar si no la usas".

"Pero es que yo…". La interrumpo.

"Toma lo que necesites de la tarjeta, luego déjala en la gaveta en mi estudio. Trata de que nadie te vea, y no le comentes esto a tu tía".

"¿Parece que nos ocultamos de algo? No quiero que sea inapropiado. ¿Cómo le explico de dónde saqué el dinero para comprar las cosas?".

La miro y tomo mi celular. Una llamada a mi mano derecha y todo está listo.

R: "Confirmado, señor, seguramente le informarán dentro de un rato".

A: "Perfecto".

Cuelgo rápidamente y enfoco nuevamente su mirada.

"Haz lo que te pido, sé que podrás manejar esto. ¿Puedo confiar en ti?".

Ella me mira sin saber que juego al método de la confianza para ver cuáles son sus límites. Permanece en silencio. Mira la tarjeta, me mira, duda, vuelve a ver la tarjeta, cierra los ojos, suspira. Es ahí donde sonrío: ha caído.

"Puede confiar en mí, nadie lo sabrá".

"Perfecto, escucha con atención. Me voy a estacionar en el restaurante. Voy a bajar del auto y tú te quedas aquí. Te dejaré la llave. ¿Ves este botón...?", señalo la alarma. "Cuando salgas lo presionas, luego dejas la llave en este envase de café...", le entrego el envase de mi capuchino de ayer que aún permanece en el auto. "Lo pones debajo del auto. Frente al restaurante está el centro comercial, pasa sin que los hombres de seguridad te vean".

"Como ordene, señor", responde simplemente.

Entramos al estacionamiento del restaurante donde quedé de verme con un cliente.

"Dame tu celular". Pido, y ella rápidamente lo busca en su bolso y me lo entrega desbloqueado. Marco mi número y llamo a mi celular. Ella solo me mira en silencio. "Si tienes problemas, solo llámame". Le paso el móvil y ella me mira inquieta. Compartimos miradas unos segundos antes de animarme a irme sin más. "Adiós, Erika".

"Buen día, señor".

Salgo del auto con mi maletín, dejándola atrás. Me llevo a los hombres de seguridad para darle tiempo a que salga. En cuanto entro al elevador, activo la cámara interna de mi auto, visualizándola desde mi celular. Ahí está. Su expresión es seria. Mira la tarjeta, jugando con ella. No hay sonrisa, ni malicia, ni ambición o brillo en sus ojos: solo confusión, como si se debatiera entre lo correcto y lo incorrecto. Se muerde el labio inferior y guarda la tarjeta, sacando su celular. Ve la pantalla unos segundos y luego voltea a ver hacia el exterior, como si confirmara que no hay nadie. Toma las llaves del auto, el envase de café, y se baja.

Es ahí donde la puerta del elevador se abre y salgo caminando a mi reunión, sin poder dejar de pensar en lo que ha sucedido. No ha sido planeado. Esto es espontáneo y me causa una adrenalina indescriptible, algo que no había sentido en mucho tiempo. Es desconcertante, porque lleva viviendo bajo mi techo varios años y hasta ahora me doy cuenta de que está ahí. Quizás porque mi enfoque era plenamente en Alison. Con ella no compartía más que una mirada, un encuentro casual, ninguno como esa noche que la vi sin el uniforme. Me atrae como ninguna mujer que haya visto hasta ahora, ni siquiera Alison. Ella tiene algo que me hace actuar impulsivamente. Todo me sale espontáneo, y entre más me acerco, más curiosidad me da por conocerla.

Las horas pasan y aún no hay movimientos en mi cuenta. Me siento ansioso por saber lo que ella piensa. Claramente mis acciones la han desconcertado, pero ahora es como un juego que no puedo parar, que me mantiene distraído, sin poder concentrarme en el trabajo. Miro la computadora, mientras muevo mi celular entre mis manos, pensando en llamarla, o enviarle un mensaje. Trato de no ser impulsivo e intento relajarme con un vaso con whisky. De repente, suena la app de alerta de mi móvil, informando el pase de la tarjeta por $1,658 dólares: compra de material escolar. Al ver el mensaje, sonrío involuntariamente, sabiendo que está comprando las cosas para la universidad que tanto necesitaba.

Otra notificación: $2,500 dólares en compra de programación en línea (programas de diseño). Otra compra literaria. Pasa una hora y no llega ninguna más. El total: $4,158. Ni siquiera un vestido de Alison, o un par de zapatos Louis Vuitton. Esto me sorprende. Cualquiera con un acceso así compraría una tienda entera, y ella solo la usa para cuestiones escolares. Nada vanidosa, lo que me atrae mucho más. Estoy a la espera de alguna otra acción, pero lo que recibo es un mensaje que confirma mis pensamientos.

Número desconocido: "Hola señor, lamento molestarlo, quiero agradecerle por el bono e informarle que he dejado la tarjeta donde me ha pedido, nuevamente muchas gracias".

Leo el mensaje y lo dejo en visto, mientras disfruto de mi bebida.

Al pasar el día, llego a casa un poco tenso. Me bajo del auto y camino hacia el interior de la casa, cuando una notificación en mi celular confirma la entrega, justo y a tiempo para que yo presencie tal escena.

"¡Tía, tía, mira, mira, tía, me dieron la beca completa, tía, ya no necesito pagar nada más, los últimos tres trimestres están cubiertos, me devolvieron el dinero, tía, lo logré, lo logré!".

"¡Ay! Mi niña adorada, esa mente tuya nos da muchas bendiciones, felicidades mi niña, estoy muy orgullosa de ti".

"Estoy muy feliz, tía, lo logré, lo logré".

Mi corazón late muy rápido al verla llorando de alegría en la cocina.

"Buenas noches".

Al escuchar mi voz, ambas se alejan de su abrazo y se forman rápidamente.

"Buenas noches, mi señor".

Se inclinan para mí, y mi mirada se posa en ella, quien intenta ocultar sus lágrimas.

"¿La señora?", pregunto sin perderla de vista.

"En su habitación, aún no baja a cenar, señor".

"Marta, por favor avísale que llegué".

"Sí, señor, permiso".

La mujer mayor se retira y en cuanto nos dejan solos me aproximo a ella, cortando la distancia entre los dos.

"Mírame". Ordeno, y ella levanta su mirada llena de lágrimas. "¿Lágrimas de tristeza o felicidad?", pregunto acariciando su mejilla, causando que ella se estremezca.

"Felicidad, hoy es el día más feliz de mi vida".

"¿Puedo saber las razones?".

"Una de ellas es usted, la otra solo suerte".

Me siento atraído por sus palabras, y me acerco un poco más, cortando la distancia entre los dos, lo que la pone aún más nerviosa.

"¿Soy parte de esa felicidad?".

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