Una propuesta indecente

Descargar <Una propuesta indecente> ¡gratis!

DESCARGAR

Capítulo 1 : Problemas financieros

El timbre metálico del móvil vibraba con insistencia entre un montón de planos arrugados, envoltorios de comida rápida, lápices de dibujo y tazas vacías que cubrían la mesa del pequeño salón. Camila alargó la mano, cansada, cubriendo un bostezo con su otra mano. La chica contestó sin mirar la pantalla, reconociendo de inmediato la voz de su madre al otro lado de la línea.

—¿Qué tal están yendo las cosas, hija? —preguntó con ese tono cargado de ilusión que siempre parecía ignorar la dureza de la realidad—¿Todo bien en la universidad miniña?

Camila cerró los ojos y respiró hondo, apretando los labios antes de responder:

—Todo bien, mami —contestó, mintiendo una vez más sin que la voz le temblara.

Pero no, nada estaba bien. La realidad era que el próximo mes no sabía cómo pagaría la matrícula de Arquitectura ni las facturas atrasadas de su departamento. Había perfeccionado aquella mentira para no preocupar a su madre, pero cada vez le pesaba más. Mientras su madre continuaba relatando alguna anécdota sobre su hermano menor, Camila masajeó su frente, agotada. A los pocos minutos colgó, dejó el móvil a un lado y suspiró.

El silencio regresó al apartamento, interrumpido solo por el zumbido de la nevera y el eco de su frustración. A su alrededor, la habitación era un retrato de su vida: planos sin terminar, escuadras manchadas de tinta, ropa tirada en el suelo, restos de comida rápida. Dio una patada a una falda que había usado el día anterior, aún en medio de la sala, y recogió su mochila. No podía seguir hundiéndose en pensamientos; debía salir rumbo a la universidad antes de llegar tarde otra vez.

Camila a sus diecisiete años ya cursaba el segundo año de Arquitectura. Había sido un desafío comenzar la universidad con dieciséis años gracias a una beca y sus estudios. Pero le había limitado demasiado a la hora de encontrar un trabajo en el que estuvo hasta la semana, un trabajo a medio tiempo en una papelería, pero su jefe, un hombre desagradable y con demasiada confianza, la despidió cuando ella se negó a “agradecerle” un favor en la trastienda.

Había soportado comentarios incómodos durante meses, comentarios sucios que pudieron mandarlo a la cárcel si ella no hubiese necesitado realmente el trabajo solo pensó en marcar un límite, pero no esperaba que ese límite realmente la dejara sin empleo. La mujer se sintió sofocada, ahora estaba sola frente a una montaña de responsabilidades que parecían crecer con cada amanecer.

El autobús la llevó hasta el campus entre el ruido de motores y conversaciones apagadas. Mientras miraba por la ventana, repasaba cálculos imposibles: si dejaba de comer en la cafetería, si usaba menos luz, si encontraba algún trabajo nocturno. Pero todo se derrumbaba al recordar que los proyectos de Arquitectura la consumían; cada semana debía entregar maquetas y planos que le robaban horas de sueño. No podía con todo. No quería perder la carrera, pero tampoco veía una salida, sin embargo debía concentrarse asi que antes de que se diera cuenta el día transcurrió , quizas un poco pesado y admitir que penas prestó atención a las clases , le molestó un poco pero agradecía que en cada pausa que tuviron Veleria su amiga intentase animarla o distraerla de sus problemas sin solución.

—Deberías intentar conseguir un novio —sugirió Valeria, destapando su café con una sonrisa traviesa en la cafetería—sexo, dejar de ir por ahí como una virgencita tonta, un buen hombre te regala…cosas.

Camila la miró como si acabara de decir la mayor locura del mundo y rodó los ojos, como si ella tuviera tiempo para esas cosas. Necesitaba dinero no un hombre que quisiera meterse en sus pantalones o mejor en su falda porque necesitaba lavar apenas llegara a casa los pantalones.

—Sabes que eso no va conmigo—dijo bebiendo el zumo que su amiga había comprado para ella—además tengo proyectos que terminar, no tengo tiempo para eso.

Valeria, con la naturalidad de quien siempre tiene algo que mostrar, levantó la mano para exhibir una pulsera de oro blanco con pequeños rubíes incrustados. Aquello probablemente Valia más que su renta pensó la chica.

—Ricardo me la dio anoche —comentó con un encogimiento de hombros—. Fue por haberme dejado plantada en el restaurante, ¿No es hermoso?

—Lo es pero…¿Y por qué te dejó plantada? —preguntó Camila, aunque temía la respuesta.

—Su mujer lo obligó a quedarse a cenar en casa—Respondió Valeria volteando los ojos—siempre está en medio esa mujer molesta.

Camila apretó el baso que tenía entre las manos. No entendía cómo Valeria podía soportar ser la amante de un hombre casado, casi treinta años mayor que ellas, y encima un político influyente. Para Camila era inconcebible. Pero Valeria parecía disfrutarlo, como si fuera un juego en el que siempre salía ganando.

El murmullo de la cafetería se desvaneció cuando, distraída, Camila fijó la vista en las ventanas que daban a la entrada del campus. Afuera, un grupo de chicas reía en el césped, pero sus ojos se detuvieron más allá, en el coche que acababa de estacionar, un Mercedes negro brillante, con los cristales tintados.

La puerta del piloto se abrió y un par de zapatos lustrosos tocaron el suelo. Camila siguió con la mirada, casi sin parpadear, el recorrido ascendente, el pantalón oscuro de corte impecable, el chaleco a juego, la corbata azul Prusia que contrastaba con la camisa blanca. Una mano fuerte, marcada de venas, acomodó el cuello de la camisa, revelando un reloj dorado que brillaba con arrogancia.

Y entonces lo vio. El rostro del hombre era una mezcla de juventud y madurez, de dureza y atractivo. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, aunque un par de mechones rebeldes caían sobre su frente. Tenía las entradas levemente marcadas, detalle que, en lugar de restarle, le daba un aire aristocrático.

Sus labios, gruesos y sensuales, parecían diseñados para el pecado. Y luego estaban sus ojos: un azul tan intenso que, por un instante, Camila sintió que le faltaba el aire.Un tirón brusco en su muñeca la devolvió a la realidad. Valeria había fruncido el ceño, mirando en la misma dirección.

—Mierda… Adrián vino por mi —murmuró, recogiendo sus cuadernos con nerviosismo—. Estoy en un lío, Cami. Ven conmigo, por favor — suplicó—no quiero estar sola con él en ese coche.

—¿Ese hombre es tu hermano? — Camila parpadeó, incrédula. —¿El terriblemente malevolo y controlador Adrian?

Siguiente Capítulo