Seducida por el sexi ginecólogo

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Los dos seguimos de pie. Su mirada me es incómoda, pero me he quedado sin palabras para decir algo.

―Lo lamento, señorita Marleny, la puerta estaba abierta y no pensé encontrarla así.

Se disculpa.

―¡Ya, salga de inmediato y cierre la puerta!

Le pedí casi gritando, sentía mi cara caliente y seguramente estaba tan roja como un tomate por la vergüenza. Senté a la niña sobre la cama y me terminé de cambiar. Pasaron varios minutos y yo no quería salir por la pena que sentía, pero lo haría por esta preciosa muñeca que me ha tomado mucha confianza y no la quiero defraudar.

Tomo de la mano a la niña y nos dirigimos a la pequeña sala en donde está su padre. Me da mucha pena, pero aquí voy como un perro con la cola entre las patas.

―Ya estoy lista, podemos irnos—. Anuncié, en medio de un carraspeo de garganta.

Axel fingió que no había pasado nada. Yo ruego que nunca me recuerde ese maldito incidente y se borre de su mente. Por ahora solo me pidió que acompañara a la niña para que le buscara su vestuario para el recuerdo de su mejor cumpleaños.

Yo acepté, no hay nada mejor que ir de compras y más si lo hago en su compañía, todo me servirá como una distracción a mi diario vivir.

El hombre arrogante me agradeció en repetidas ocasiones, me entregó una tarjeta para los gastos. También me ofreció que podía comprar lo que yo quisiera para mí, obviamente que me negué.

―Señor, veo que usted confía en mí, ¿qué tal si soy una ladrona o una secuestradora?

―Ja, ja, ja señorita, confío en usted porque no le veo sospechas de que sea de mal corazón. Si hubiera tenido de secuestrarla lo hubiera hecho cuando la encontró, además, el guardaespaldas les vigilará de cerca, pero usted no lo podrá ver—. Advirtió.

Cuando él sonríe, ¡Dios! casi me lanzo a cerrarle la boca con un beso. Qué sonrisa tan más bella la que tiene, como dicen por ahí, una sonrisa moja bragas.

Llegamos a una tienda y nosotras nos bajamos del auto. Ingresamos y se acerca una dependienta a atendernos y la niña muy entusiasmada le dice que venimos a comprar su vestido y zapatitos porque es su cumpleaños. También le comentó que estaba muy feliz porque su madre la acompañaría a celebrar.

La dependienta me miró confundida, seguramente pensó que era una mala madre y que por primera vez salía a comer con mi hija.

En fin, no le pare bola y continué a lo que venía, ya que se nos estaba haciendo tarde. La pequeña quedó muy hermosa, parecía una verdadera princesita de cuentos de hadas.

Salimos hacia el auto y el señor Montoya nos abre la puerta para que entremos.

―¡Mira, papá, mamá me vistió como una princesa!

―Estás hermosa, mi amor.

Dijo el señor Montoya, dándole un beso en la frente a su hija.

La cena transcurrió tranquila, platicando de cosas triviales. Cuando el señor pidió una rebanada de pastel para su hija, esta me pregunta haciendo unos ojitos graciosos ―Mamá, ¿tú puedes hacer un pastel? Se emocionó demasiado cuando le respondí que la repostería es mi especialidad.

―¿Entonces, me harías uno mañana y con una velita para yo apagarla?

Yo volteo a ver nerviosa a su padre porque no sé qué respuesta darle para no lastimarla, pues, estoy segura de que de esta noche en adelante, no nos volveremos a ver.

―Por supuesto que la señorita te hará tu pastel mañana, mi amor.  ¿Verdad, señorita Marleny?

Dice el metido de su padre, comprometiéndome ante la pequeña.

―Bueno, si usted me lo permite yo encantada, señor.

―No me llame señor, me hace sentir viejo.

Bromeó. Aunque lo sentí como un reclamo.

―Bueno, está bien, Axel. Mañana recójame a las cuatro de la tarde en el mismo lugar que me encontraba hoy.

Él asintió con un movimiento de cabeza. Casi pude notar que me guiñó un ojo, pero preferí ignorarlo. No quisiera caer en la seducción de un hombre desconocido.

Al terminar con la cena y el postre, me fueron a dejar a mi apartamento. La niña llorando me abrazó y no quería despegarse de mí hasta que su papá le dijo que mañana se podrá quedar conmigo a dormir. Ella me dio un beso en la mejilla y le dijo a su padre que me diera un beso a mí.  Yo me puse bastante nerviosa y su papá no lo pensó dos veces y me dio un beso como ella lo pidió.

Salí del auto con las piernas como gelatina, me temblaban de los nervios y sorprendida porque no se hizo de rogar para darme ese beso. —¡Descarado!— Pensé.

Esta noche, por su culpa, seguro que no dormiré pensando en ese evento y en su aroma varonil que me está volviendo loca, ese hombre es un encanto.

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