Esposa comprada

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6

Cuando llegamos a la empresa, salimos del coche, entramos en el enorme edificio y tomamos el ascensor hasta la oficina.

—Perfecto, ayer no pudimos hablar bien —murmuró.

—Gracias a tu exnovia —le dije.

—Sí, eso, así que ahora necesito que lo leas con cuidado y lo firmes de una vez. La boda será este sábado, quiero que busques el vestido de novia, el mejor que haya, la boda se transmitirá por televisión abierta, así que todo tiene que ser perfecto.

—¿Qué? ¿Por qué en televisión? No entiendo.

—No hagas preguntas, Mariela.

—Oye, no eres el único que se casa. Yo soy la novia y tengo derecho a opinar.

—Primero lee el contrato y luego decidimos a qué tienes derecho, Mariela —jugaba con su lápiz.

—Eres una persona nefasta —solté, Alexander definitivamente me volvía loca, siempre sacaba lo peor de mí. Siempre. Dame ese estúpido papel de una vez.

—No me hables en ese tono, Mariela, ¿o quieres volver a la sala de castigo? —me desafió.

—El papel —exigí. Alexander sacó una carpeta de su escritorio y me la entregó. Rápidamente saqué los papeles y los firmé sin siquiera leerlos.

—Ya está —se los di.

—Ni siquiera los leíste.

—¿Qué diferencia hace? Sí, lo firmaría de todos modos, estuviera de acuerdo o no.

—Sí, tienes razón, deberías comprar ropa y cosas para la boda. Nos vamos a Hawái de luna de miel, Natasha viene con nosotros.

Casi me atraganto con mi propia saliva al escuchar eso, ¿qué acababa de decir?

—¿Estás loco o qué te pasa? —me levanté, ya me había puesto de mal humor—. Nunca acepté que esta chica venga a mi luna de miel, estás enfermo —dicho eso, me di la vuelta para irme, pero Alexander me tomó del brazo y me giró—. Suéltame.

—¿Quién te entiende, Mariela? Dices que me desprecias, pero te pones celosa de que Natasha me bese y ahora no quieres que venga a mi luna de miel, explícatelo.

—¿Por qué la llevarías?

—Bueno, no voy a pasar una semana entera en Hawái sin hacer nada, además ya dejaste muy claro que no puedo tocarte.

Así que de eso se trataba, sexo.

—Eres tan asqueroso. Pensándolo bien, puedes llevar a todas las mujeres que quieras porque lo más cerca que estarás de mí es cuando durmamos en la misma cama —me zafé de su agarre y finalmente salí de la oficina. No quiero quedarme aquí, Alexander me hizo sentir muy mal, era cierto que nunca dejaría que me tocara, pero, a pesar de que es un matrimonio arreglado, no me parece justo que lleve a otra mujer para hacer sus cosas sucias.

Lo odio, lo odio tanto. Salí de la empresa y comencé a caminar sin rumbo, llegué a una pequeña plaza donde vendían dulces y helados. Cuando me deprimo me gusta comprar helado, así que me comí uno. Mi celular empezó a sonar, sabía que era Alexander, así que no le contesté. Seguí conociendo más lugares del centro, pensando que era una buena oportunidad para recorrer la ciudad, pasé por una tienda que vendía vestidos de novia, se me hizo un nudo en la garganta en ese momento. Miré la hora: casi son las cuatro de la tarde, Alexander debe haber pensado que me había escapado o algo así, encontré un taxi y me fui.

Sí, había caos aquí, había escoltas por todas partes, en cuanto bajé del taxi todas las miradas se posaron en mí.

Avancé hasta entrar en la casa, en cuanto Alexander me vio, dejó todo lo que estaba haciendo y vino a abrazarme. Me sorprendió su gesto, Alexander no hacía estas cosas, noté que había más personas en la sala, gente de seguridad, ¿me estaban buscando? Seguramente Alexander pensó que me había escapado.

—Pensé que te perdería de nuevo —murmuró, haciéndome sentir un poco mal. ¿A qué se refería cuando dijo eso? No es como si siempre me perdiera. Me separé de él, pude ver sus ojos rojos como si hubiera estado llorando.

—¿Qué está pasando? —quería saber, estoy confundida.

—¿Dónde estabas? —Ahora su tono de voz era frío—. Te he estado buscando desde que saliste de mi oficina, no contestas tu celular y nadie me da razón de ti.

—Quería despejarme un poco, ¿no puedo?

Alexander me lanzó una mirada fría.

—¡Todos fuera de aquí ahora! —ordenó a sus guardias. Todos nos dejaron solos, me sentí un poco asustada en ese momento—. Ven conmigo —me agarró del brazo bruscamente y me llevó escaleras arriba. Quise detenerme cuando supe a dónde íbamos, a la sala de castigo.

—¡No iré allí!

—No tienes opción —abrió la puerta y ambos entramos—. El contrato decía específicamente que no podías ir a ningún lado sin que yo lo supiera, decía que tenías que contestar mi celular cada vez que te llamara, decía que si desobedecías alguna de esas reglas te castigaría. Alexander es un sádico, se quitó la camisa y tomó una correa.

—¿Qué me vas a hacer, Alexander? Esto es ilegal —quise correr pero solo logré caer sobre su pecho, sobre su buen pecho trabajado. Olía muy bien.

—Firmaste un contrato, señorita, ahora quítate la ropa. No desobedezcas una orden de tu amo.

Había furia y pasión en sus ojos, me asustaba pero al mismo tiempo sentía emoción.

—No haré eso.

—Vamos, quítate la ropa, tienes cinco segundos para hacerlo o el castigo será severo. Cinco, cuatro, tres, dos...

Me quité la camisa de una vez por todas, sentía ganas de llorar, gritar y salir corriendo de aquí. Alexander es malo y me asusta, pensé que tal vez en el fondo era así porque perdió a su esposa pero me equivoqué. Me doy cuenta de que no debería ser considerada con él, ni que me lastime. Todo lo que le ha pasado ha sido por ser un sinvergüenza. Cuando me quité los pantalones, quedándome solo en ropa interior, le lancé una mirada llena de furia.

—¿Crees que a tu exesposa le hubiera gustado esto? —le cuestioné. La forma en que me miró fue cruel, apretó la mandíbula y se acercó a mí.

—A mi esposa le encantaba ser castigada —susurró casi en voz baja. Me sorprendió lo que me dijo, incapaz de creerlo. No podía haber personas a las que les gustara esto—. Así que si planeas lastimarme con eso, estás perdiendo tu tiempo. Ahora quítate la ropa interior.

—NO.

—¿Qué?

—No —repetí—, no pienso ser parte de esto, Alexander, pensé que nuestro contrato solo sería de apariencias, pero si planeas lastimarme todo el tiempo y exigir cosas de mí que no están a mi alcance, te juro que un día de estos me escaparé y ni tú ni mi familia volverán a saber de mí.

—No dejarías a tu familia desprotegida, ¿verdad? —preguntó dudoso.

—Por mi bien, sí. No sabes de lo que soy capaz de hacer para elegir mi bienestar.

Silencio.

—No escaparías, ¿sabes por qué?

—¿Por qué?

—Porque te estás enamorando de mí y no importa lo mal que te trate, serías incapaz de abandonarme —diciendo eso, se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándome sola y confundida.

.

Me volví a poner la ropa y salí de allí, tuve otro día de mierda, me preguntaba cuándo terminaría, fui al jardín porque sabía que encontraría a Cookie y me senté junto a unas flores. Eran más de las seis de la tarde, la noche caía, quería llorar en ese momento, me siento sola, sin nadie que me ame o me respete, me siento perdida, sin rumbo, siento que mi vida no tiene propósito. Dejé que las lágrimas inundaran mis mejillas, Cookie apareció junto a mí ronroneando, acariciándome con su cola. Sabía que estaba triste y me entendía. Creo que hasta ahora el único que me ama es él.

.

Más tarde esa noche salí del jardín con el gatito en mis brazos, fui a la cocina, agradecí que no hubiera nadie, tomé una lata de atún, la abrí y se la di a Cookie, mientras él cenaba yo prepararía algo rápido para comer, no tengo mucha hambre y todo lo que quiero es dormir para olvidar lo mierda que es mi vida. Me hice un sándwich de pasta de pollo y un jugo de mora. Me senté en el taburete de la cocina y comencé a cenar, en ese momento Alexander entró a la cocina, llevaba solo unos shorts cortos y tenis, parece que venía de hacer ejercicio. En el momento menos esperado vino y me abrazó.

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