Esposa comprada

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2

—¿Qué es esto? —murmuré, incapaz de creerlo. Alexander Gabardini es un sádico que disfruta del masoquismo entre otras cosas.

—¿No es obvio? —levantó una ceja, coquetamente.

—Quiero irme —me moví rápidamente hacia la salida, pero Alexander me agarró por la cintura. Sus ojos eran más negros ahora que estaba cerca. Se sentía como alguien con brazos fuertes y dominantes. Tragué saliva pensando en esas cosas.

—Mariela, por favor —me apartó un mechón de cabello detrás de la oreja—, te portaste mal y tengo que castigarte.

—No sé de qué demonios hablas. ¡Estás loco!

—Tal vez.

—¡Suéltame! —gruñí.

—¿Qué pensaría tu padre si le dijera que no me obedeces?

—Mi padre ya no tiene derecho a exigirme nada, me perdió cuando decidió venderme a ti —exigí, algo pareció escaparse de Alexander cuando la expresión segura de sí mismo desapareció y en su lugar noté algo de desconcierto en él.

Hubo un silencio algo incómodo, pero el sonido del celular lo hizo desaparecer.

—Dime —contestó Alexander sin soltarme. Me gustaba su agarre en mi cintura, ¿por qué me gusta? No puede ser, esto es tan confuso. Estar con Alexander parecía normal, como si nos conociéramos de toda la vida. Aunque es un extraño, siento que lo conozco. El trato, el toque, la adrenalina... y seguramente estoy volviéndome loca o es solo el perfume de este hombre que me hace alucinar cosas. —Lo olvidé, tengo algunos problemas por aquí —murmuró, mirándome—, pero estaremos listos en una hora. No te preocupes, haré que obedezca —cortó.

En el fondo sabía que hablaban de mí.

—Te salvaste esta vez, pero tu castigo sigue pendiente —me soltó lentamente—. Ahora quiero que te pongas más guapa porque tenemos una cena con unos amigos en una hora —guardó una cuerda que no sabía que había tomado.

—Ni siquiera los conozco.

—Los conocerás. No saben que nuestro matrimonio será por contrato, así que actúa como si fueras la mujer más enamorada del mundo, Mariela, porque si dices algo, cualquier cosa que no me guste, te juro —me miró a los ojos— que tu padre lo pagará muy caro —me amenazó.

¿En serio se atrevía a amenazarme?

—Ven conmigo, te llevaré a la habitación —me tomó de la mano, dejando ese lugar horrible. No sabía qué decirle, ni siquiera objeté que me guiara por el pasillo. Mi mente vagaba entre tanta información. ¿Sería capaz de lastimar a mi padre? Tenía que hablar con él. Llegamos a la habitación, ni siquiera noté lo grande que era o cuántos lujos tenía.

—Aquí dejaré estos vestidos y zapatos para ti. No tuve oportunidad de ir de compras además de no conocer tus gustos, podemos ir mañana después de ir a la oficina. Vístete, te esperaré abajo —Alexander finalmente se fue, dejándome sola. Saqué mi celular de la bolsa y marqué a papá. Debe ser de madrugada allá, pero tenía que sacarme esta duda de la mente.

Sonó y sonó hasta que finalmente contestó.

—¿Mariela?

—Soy yo —respondí, había jurado que nunca volvería a hablarle—, quiero preguntarte algo, ¿Alexander te amenazó?

Silencio.

—Habla, papá, tengo que saberlo todo.

—Hija... —suspiró.

—Tienes que hacerlo porque si no, te juro que me escaparé de aquí.

—Sí, nos amenazó. Es capaz de hacerle daño a tu madre y a mí, Mariela, es peligroso. Perdóname por ponerte en sus manos, pero no tuve elección —sentí que estaba llorando—. Lo siento, por favor, si nos amas, obedécelo porque temo por tu madre.

Tragué grueso. No me había dado cuenta del monstruo que tenía a unos metros. Era peligroso. Ahora lo sabía.

—Está bien, no te preocupes. Intentaré ser una buena esposa —colgué, sabía que mis posibilidades de escapar se habían ido porque si decidía huir sería como matar a mis padres. Estaba cautiva aquí, esclavizada a este hombre sin corazón. Me limpié las lágrimas y elegí cualquier vestido, no me importaba.

Me puse los tacones, solté mi cabello y me puse un poco de perfume. Salí de la habitación y bajé las escaleras. Escuché voces, supuse que los invitados habían llegado. Cuando llegué a la sala había una luz amarilla tenue, que le daba al lugar un toque más hogareño y elegante. Cuando aparecí en el umbral, Alexander me miró, no sé qué vi en sus ojos, pero había admiración, lo noté. Sus amigos eran una pareja, una chica y un chico de la edad de Alexander.

—Hola, debes ser Mariela —me dijo el chico, acercándose a mí. Estaba sonriendo. Nada que ver con el hielo de Alexander. Sin saber por qué, me inspiró confianza.

—Sí.

—Encantado de conocerte, soy el mejor amigo de Alexander, Augusto Dixon, y esta es mi esposa, Margarita Wallace.

La chica llamada Margarita se acercó a mí.

—Encantada de conocerte, Mariela —me dio un medio abrazo.

—Igualmente —respondí.

—Ven, siéntate junto a tu futuro esposo.

Me acerqué a Alexander, quien se quedó sin decir nada, parecía extraño. Me senté a su lado mientras una chica de la limpieza nos servía vino en copas.

—¿Cuánto tiempo llevan conociéndose? —preguntó Margarita—. Alexander nos dio la sorpresa hace unos días de que se casaba.

Miré a Alexander porque no tenía nada que decir, no sé qué historia se inventó y no quiero arruinarlo.

—Nos conocimos hace unos años, pero pasaron cosas que nos separaron, y ahora estamos juntos de nuevo —puso su mano en mi pierna, lo cual me molestó.

—Vaya, felicidades, hermano. Mariela, eres muy bonita. Ya era hora de que te asentaras, Alex, una vida solitaria no es bonita —murmuró Augusto.

—¿Cuándo es la boda? —quiso saber Margarita.

—En una semana.

Me sorprendí, ¿por qué tan rápido? Mi corazón latía más rápido al darme cuenta de que en una semana estaría atada a este hombre por quién sabe cuánto tiempo. ¿Por qué tiene que pasarme esto a mí?

—¿Tan rápido? —salí a responder, no lo pensé.

—Sí, mi amor —me apretó la pierna, pero fue en un gesto amenazante—. Recuerda que tenemos planes después de eso.

Sonreí falsamente.

—Cierto, tengo tantas cosas en mente últimamente. La boda, los hijos… —me encogí de hombros.

Margarita y Augusto se veían sorprendidos y Alexander se levantó rápidamente, dejando la sala. ¿Y ahora qué le pasa a este?

—¿Dije algo mal?

—¿No te lo dijo? —preguntó Margarita.

—¿Sobre qué?

Se dieron una mirada cómplice.

—No es un secreto para nadie que Alexander no puede tener hijos.

Oh.

Ahora entiendo por qué estaba así.

Después de todo, Alexander sí tiene sentimientos.

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